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La hora de los hornos (1968)



LA PELÍCULA INSOMNE

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

Hay textos y películas que se niegan a dormir. Están ahí, nos interpelan con su sola presencia. Son productos de su tiempo, pero permanecen vivos, son materia candente y asoman la cabeza siempre que pueden. Están plagados de aciertos y de contradicciones, y generalmente sus propósitos exceden el resultado final. Hay algo en la circulación misma a través de los años que se transforma, se reinterpreta, se manipula, según quien sea el que los cite. Y si se resisten al olvido, es porque allí están las discusiones que no envejecen, las tensiones que nos determinan y envilecen, nosotros y los otros. La hora de los hornos, perteneciente al Grupo Cine Liberación y dirigida por Fernando Solanas y Octavio Getino es hija de un contexto y de sus circunstancias, concebida en la clandestinidad, cuando era posible pensar en un cine latinoamericano que forjara lo que Glauber Rocha reclamaba como “una nueva conciencia para enfrentar la mentalidad parafascista industrial” controlada por los EE.UU. De este modo, los nuevos cines fueron detrás de ese imperativo estético/político que se vinculara responsable y éticamente con las realidades coetáneas: la miseria del pueblo, la alienación, el neocolonialismo, la explotación de los obreros, es decir, todo aquello que era invisibilizado o disfrazado por el primer mundo. En esa confluencia de movilizaciones sociales y políticas, surge este monumento de rebeldía, abierto a la discusión, pero con objetivos claros, que es La hora de los hornos. En otras palabras, tal vez la experiencia teórica y práctica más importante de la historia del cine latinoamericano.

Lo anterior supone considerar dos observaciones iniciales. Evocar “su sombra terrible” permite desterrar cualquier postura reduccionista, ya sea para pensar que esa concepción sobre el cine que sostuvo en ese momento el Grupo Liberación debe ser la única (existen tantos cines políticos como políticas haya), argumento para invalidar tres cuartas partes de la historia de este arte, o para creer que la película de Solanas y Getino, “envejeció mal”, como suele encontrarse en varias diatribas proferidas desde un antiperonismo que enceguece. Ni una cosa ni la otra. La hora de los hornos es una película viva, que nos interpela permanentemente y que es interesante confrontar no solo con la realidad de nuestro continente, sino con los caminos que han construido desde entonces el cine latinoamericano y, fundamentalmente, el cine argentino, sobre todo, después de la dictadura militar. En efecto, más allá de honrosas excepciones en el campo del género documental, en épocas de crisis bestiales, ¿quién se animó a hacer una película como la de Solanas y Getino? Y si existe, ¿cuál ha sido su alcance? Creo que, en este sentido, la etiqueta de “nuevo cine argentino” en los años 90 fue más bien un pacto de cortesía entre unos pocos y alguna revista.

Dividida en tres partes (Neocolonialismo y violencia, Acto para la liberación y Violencia y liberación), es un ensayo que incluye diversas zonas textuales, desde contenidos didácticos hasta programáticos, como distintos registros enunciativos con tenores que van desde gruesas ironías (los momentos en que se da voz e imagen a la oligarquía porteña parecen de Micky Vainilla, el popular personaje de Diego Capusotto) hasta descripciones dramáticas, sobre todo cuando se refiere el salvaje embate de políticas neoliberales en los países de nuestro continente, empobreciéndolos y degradándolos progresivamente. Cinematográficamente, puede reconocerse la tradición de los cineastas rusos de la década del veinte y la fuerza dialéctica de sus imágenes. Allí están las filiaciones con La huelga (1925) de Eisenstein, con las vacas masacradas en el matadero al mismo tiempo que se alternan las imágenes de la destrucción social.

De duración disímil, cada parte propone un esquema y un modo de recepción. La primera fue la única pensada para proyectar en salas públicas; la segunda se focaliza en la lucha sindical, con testimonios incluidos; la tercera, utiliza reportajes, cartas, informes, y acentúa aún más el carácter militante. Tal estructura obedece acaso a los matices ideológicos de sus realizadores.

Pero la película no desvía el debate a pesar de establecer claramente quién es el enemigo a vencer. Estéticamente, se enfrenta a un tipo de dramaturgia tradicional heredada del Siglo XIX e importada de la literatura burguesa y que el cine industrial ha adoptado como narcótico. Políticamente, abre fuego discursivo contra quienes promovieron el neocolonialismo y cedieron la soberanía a costa de enriquecerse y generar masas de pobres. No obstante, se permite hacer una interpretación sobre la caída de Perón en el 55 apelando a toda la burocracia sindical y a los traidores cómplices de quienes ejecutaron el golpe conjuntamente con EE.UU. No es un dato menor y es un examen que no parece frecuente en los debates actuales a la hora de revisar cómo hemos llegado a este presente (Solanas mismo caería en la trampa posteriormente con futuras películas, más preocupadas por los excesos alegóricos o por las intenciones éticas documentales cuyas contradicciones ya no eran parte de la fuerza arrolladora de La hora de los hornos, sino de algunas elipsis discutibles). Si hay algo de lo que no se puede acusar a la película es de un restrictivo carácter panfletario dado que une las intenciones de compromiso a un lenguaje vanguardista, experimental, que pugna por encontrar formas adecuadas a la idea de Tercer Cine que proponía el movimiento. Y si bien es cierto que ya Jean Luc Godard y otros antecedentes habían indagado en procedimientos parecidos, no debe desviarse la atención hacia la vitalidad ensayística que no se clausura en una fecha necesariamente. En todo caso, la pregunta es ¿qué nos pasó para que la efervescencia revolucionaria de la propuesta de La hora de los hornos terminara claudicando a favor de un cine reacio a hacerse cargo de las coyunturas políticas y sociales durante los gobiernos democráticos? ¿Se ha transformado el cine latinoamericano en el disfraz de una “patria grande”, recorriendo festivales internacionales con miserias estilizadas o temas que marcan una agenda diseñada por sistemas engañosos? Ver hoy La hora de los hornos tal vez anime esos debates, remueva los cimientos para encontrar entre los escombros qué ha quedado de esos sueños de la década del sesenta y la posibilidad de un Tercer Cine, qué ha sido de sus principales referentes, qué se entiende hoy por cine político. Mientras tanto, la película de Solanas y de Getino está ahí, más insomne que nunca.

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