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M.A.S.H. (1970)



BATALLAS DEL PASADO Y DEL PRESENTE

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Tal vez el recuerdo que uno mantiene de M.A.S.H. sea el de la serie protagonizada por Alan Alda, que durante mi infancia era una referencia de comedia televisiva: estuvo once años al aire y fue realmente popular. La verdad que no sé si era para tanto porque nunca más la volví a ver. Pero antes que ese producto para tele, M.A.S.H. fue una película, y una bastante exitosa, una comedia que satirizaba el accionar del ejército norteamericano durante su estadía en territorio vietnamita, aunque sin mencionarlo. El término M.A.S.H. proviene de Hospital Quirúrgico Móvil del Ejército, según la sigla en inglés, y precisamente eso reflejaba el film basado en la novela de Richard Hooker, el día a día de un grupo de cirujanos mientras la guerra les pasaba alrededor y se expresaba en cuerpos destrozados que llegan a sus quirófanos. Si el texto original estaba ambientado en la Guerra del Pacífico, la película evitaba casi por completo el detalle espacio-temporal y se volvía una crítica directa de Hollywood a lo que estaba sucediendo en Vietnam, casi de manera premonitoria: llegaban los 70’s y ese conflicto, esa derrota norteamericana, sería clave en el clima de oscuridad que se cerniría sobre el cine de esa década.

Dice el anecdotario que el proyecto que terminó siendo M.A.S.H. tuvo a casi veinte directores interesados, incluyendo a Stanley Kubrick, pero terminó en manos de un director de gran experiencia en la televisión aunque con poco rodaje en cine: Robert Altman. Nombre clave, a partir de ahí, del cine independiente norteamericano, Altman comenzaría a trabajar algunos de los elementos claves de su cine: el relato coral, la multiplicidad de líneas de diálogo en una misma escena, la misantropía y la ironía contra el sistema. M.A.S.H. era un relato algo desprolijo, desprovisto de una linealidad narrativa, construido como una serie de viñetas que propiciaban una suerte de recorrido de sketch cómico. Las dos horas de M.A.S.H. están integradas por situaciones aisladas, unidas exclusivamente por la presencia de los personajes, y que tienen una lógica de micro-relato con un conflicto mínimo, un desarrollo y un remate con algún chiste, entre ingenioso o pavo, mayormente de índole sexual: allí están las secuencias donde se violaba la intimidad de los personajes de Frank Burns (Robert Duvall) o Margaret O’Houlihan (Sally Kellerman) o como cuando el grupo de cirujanos enfrenta la latente homosexualidad de “Painless” Waldowski (John Schuck), que incluye una muy divertida representación de “La última cena”. M.A.S.H. fue una película realmente popular, que no sólo fue acompañada por el público sino además por la crítica y la Academia, que la nominó al Oscar. Y además ayudó a cimentar la popularidad de actores como Donald Sutherland o Elliot Gould.

Pero una cosa interesante de ver viejas películas es pensar cómo envejecen o se reconvierten con el paso del tiempo. Pensar a M.A.S.H. en los 70’s era reflexionar sobre cómo Hollywood se animaba a cuestionar la banalidad de la guerra, con un sentido del humor molesto y poco habitual en la mirada posterior del cine norteamericano sobre Vietnam. M.A.S.H. alentaba el revisionismo del cine bélico y decía (los comentarios que se escuchan por los parlantes en el campamento son de lo más hilarantes), en voz alta y con chistes más cercanos a la estudiantina, que aquel heroísmo era imposible: los personajes de Sutherland y Gould eran dos seres grotescos que se enfrentaban al sistema con espíritu jodón. Por ejemplo, estaban más preocupados por jugar al golf en Japón que por operar al hijo de un congresista y pasan por el quirófano luciendo sus trajes de golf debajo de sus batas. Sin embargo, a casi cinco décadas de su estreno, M.A.S.H. contiene algunos elementos molestos y que hacen ruido en el presente: su sexismo es indudable, la misoginia con la que se trata a los personajes femeninos es apenas disimulada y se puede pensar que no se hace más que reflejar el clima de hostigamiento y machismo que se vivía en el Ejército. Pero algunos chistes sobre la pobre (aunque indeseable) O’Houlihan serían hoy decididamente imposibles de representar. Ni hablar de la forma en que se mira la homosexualidad, algo que Altman tal vez intentaría corregir años después con Streamers (1983).

A lo que vamos: condenar actos del pasado desde el revisionismo histórico es una actividad inútil (y policial) de aquellos que usan el arte -o el análisis del arte- como herramienta para bajar línea. Sin embargo es interesante ver cómo la mirada ideológica (y M.A.S.H. con su desencanto generacional es presa de ello) tiene sus límites, porque la ideología imperante no es algo estanco y se mueve con la sociedad. Así es como M.A.S.H. pasa de ser una obra cuestionadora en los 70’s a ser cuestionada en el presente, en el caso de que alguien, con la sensibilidad de este tiempo, se animara a revisarla. Aunque el mayor castigo lo obtuvo en su propio tiempo: aquel año, el Oscar, lo terminó ganando Patton.

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