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Batman (1989)



EN PRESENCIA DE UN PAYASO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Siempre es importante recordar el contexto en el que se hizo una película, y en el caso de Batman, estrenada hace treinta años, mucho más: cuando se anunció el proyecto, no existía el término “burtoniano”. De hecho, Tim Burton no era un director particularmente conocido, que hasta ese momento tenía dos pequeños éxitos en su haber, Pee-Wee’s Big Adventure y Beetlejuice, y que representaba una incógnita para muchos potenciales espectadores. Algo parecido se podía decir de Michael Keaton, que recién empezaba a consolidarse en la pantalla grande y que se había encontrado con su primera gran oportunidad al haberse quedado con el papel del Hombre Murciélago. El film enfrentaba desafíos parecidos a la primera entrega de Superman y la acumulación de nombres importantes en roles clave iba a ser la forma de responder y/o reforzar las expectativas.

Por eso la película no se trataba de ver la encarnación del superhéroe de DC en la pantalla grande, sino también a su contraparte, a ese antagonista que en varios aspectos ayudaba a definirlo. Batman es también la historia del Guasón, de ese criminal de nivel medio que terminaba escalando a los niveles más altos del submundo de Ciudad Gótica a la par de su locura. Burton concretaba una operación que ahora podrá sonar un tanto obvia pero que en su momento no dejaba de ser original y arriesgada: el mostrar que los caminos del héroe y el villano se retroalimentaban y cruzaban desde el mismo inicio, destruyéndose y creándose mutuamente en un mismo proceso.

De ahí que quizás el verdadero protagonista de Batman sea el Guasón, pero no solo por el armado narrativo y la predisposición que ya empezaba a ser sumamente palpable de Burton por explorar lo siniestro desde una perspectiva juguetona. El que interpretaba al villano era nada más y nada menos que Jack Nicholson, quien a esa altura ya era una estrella absoluta con dos Oscars (y siete nominaciones más) y que se encargaba de montar su propio show, arrastrando a todos consigo. Había sí una decisión de Burton de soltarle la correa al actor, de dejarlo hacer y que lleve a cabo su reinterpretación del personaje, pero también del propio Nicholson, que en cierto modo parecía querer llevar a cabo una actualización del Jack Torrance de El resplandor. Otro Jack poseído y transformado, pero con mucho más maquillaje, un tono más paródico y otro tipo de lazo paterno-filial: el Guasón era un poco el padre de esa criatura llamada Batman, y viceversa.

El resultado era un film que ratificaba la visión retorcida de Burton pero también anticipaba la corriente de su cine más oscura, esa que se vería fortalecida en pasajes pesadillescos de Batman vuelve, La leyenda del jinete sin cabeza o Sweeney Todd: El barbero demoníaco de la calle Fleet, donde los cuentos de hadas exhibían sus costados más horrorosos. A la vez, construía un relato con tonalidades que rompían por completo con las atmósferas pop de la encarnación previa de Batman que era la serie protagonizada por Adam West. Sin embargo, esa ruptura era solo parcial, o más bien, una vuelta de tuerca para el lado más truculento: ahí estaba entonces Nicholson tomando el imaginario antes delineado por Cesar Romero para sacudirlo, agregarle aspectos terroríficos y convertirlo en un payaso tan sofisticado como imprevisible.

Durante casi dos décadas, la interpretación de Nicholson del Guasón se mantendría como una referencia difícil de superar. Hasta que claro, llegó Heath Ledger, que mantendría cierta sofisticación pero potenciaría la imprevisibilidad del personaje, hasta erigirlo en una representación de la anarquía pura. Y que en vez de comerse al villano y adaptarlo a sus modalidades actorales, se dejaría devorar por él, en un rito cuasi-sacrificial. Pero no debe olvidarse que su operación deconstructiva fue posible porque ya había un payaso cambiando sus máscaras y poniendo en crisis al héroe.

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