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Tiempos violentos (1994)


pulp fiction 1


LA CINEFILIA EXTREMA Y SUS CÓDIGOS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Vi Tiempos violentos una calurosa tarde de marzo en Mar del Plata en el ya desaparecido Cine Atlas. Lo que recuerdo de aquella jornada es especialmente a dos señoras (no éramos muchos en la sala) que a la salida se preguntaban por la coherencia de John Travolta muriendo y apareciendo vivo luego. Las señoras no habían tomado el recaudo de la escasa linealidad del relato, de esa fragmentación temporal típica de la primera parte de la filmografía de Quentin Tarantino. Es una anécdota que no parece decir mucho, pero que en definitiva simboliza algo: el cine de Tarantino fue en sus comienzos un territorio tan fascinante como confuso, por eso impactó de manera tan fuerte en el público joven (joven de por entonces, se entiende; hoy sus seguidores ya van por los treinta o los cuarenta) que quiso ver en esa sumatoria de conceptos y poses cool al más radical de los nuevos autores, más allá de que el propio director se reconociera como un mero regurgitador de referencias -con cierto estilo, eso está claro-. Tiempos violentos, en ese sentido y comparándola con Perros de la calle, es una obra mucho más caprichosa, críptica en sus potenciales aciertos, y decididamente menos satisfactoria en términos cinematográficos.

Tiempos violentos opera como una reescritura y estiramiento del universo planteado en Perros de la calle: están los pandilleros estilizados, los diálogos rebosantes de citas pop, la atemporalidad del relato, la violencia banalizada, el humor socarrón y verborrágico; Tarantino vuelve a trabajar sobre conceptos plagados de referencias a su vida de espectador de cine, material que hace las delicias de la crítica intelectual, tanto es así que el director ganaría la Palma de Oro en Cannes. Lo que falta aquí, tal vez, es en primera instancia un mayor poder de síntesis, y posteriormente la estructura narrativa de su ópera prima. Sin esa estructura, sin ese recorrido por la construcción del policial, el cúmulo de símbolos y guiños que eran el combustible del director se expone en Tiempos violentos a una verdad descarnada: el mundo del director, cuando no encuentra un corset formal, resulta decididamemte banal. Hay pandilleros charlando sobre masajes de pie o sobre cómo se llaman las hamburguesas en otros países. Son diálogos ingeniosos, claro que sí, pero al fin de cuentas inútiles más allá de comprobar la pericia del autor. Y ahí otra verdad: Tarantino es un gran escritor de diálogos, que no un gran guionista. No son lo mismo, y a veces se confunde.

La segunda película de Tarantino es la típica obra del director que, tras el triunfo previo, se regodea en su propio estilo y enrula demasiado el rulo. De hecho, los directores como Tarantino, cuyo talento se reconoce a partir de símbolos formales y temáticos bien precisos, son los más peligrosos (generan un público un tanto irritante) y los que corren el mayor riesgo de la repetición. El inconveniente aquí es que precisamente esa excesiva explotación de rasgos identitarios en su cine, lleva a una inevitable auto-indulgencia, algo que laceró más adelante la potencia de un film como Django sin cadenas, por ejemplo. El autor ante su ego, seguramente la peor de las contiendas.

Lo que pasa con una película como Tiempos violentos, sin dejar de lado que Tarantino tiene un talento enorme y no se termina notando tanto, es que tras los guiños y las referencias se adivina un gran vacío. Durante buena parte de la filmografía del director lo que mejor funcionó fue la generación de conceptos y de universos realmente fuertes estéticamente, pero que no pueden profundizar demasiado en sus personajes. Uno logra divertirse con la travesía deadpan de Vincent Vega, pero raramente se emocione con él o tema por su vida: de hecho, la muerte del personaje es algo indolente, a sabiendas de que la estructura de la película está por encima de todo lo demás y en definitiva Vega volverá al rato. Hay algo que “académicamente” reconocemos como canchereada, que estaba latente en las primeras películas del realizador, y que recién en Bastardos sin gloria lograría atravesarse para profundizar en el territorio que la película determinaba: ahí, el lenguaje, la historia y la ficción -especialmente el cine- como elemento que posibilita la reescritura.

Tiempos violentos no logra este nivel de complejidad, básicamente porque es una película que pertenece a una etapa lúdica del director, en la que evidentemente precisaba exudar todo su conocimiento para recién ahí convertirse en un autor importante. En todo caso, es una película que sirvió para instalar pelos y señales de Tarantino, y que en su momento tuvo su cuota de revulsión pero que a la lejanía suena bastante banal si uno no ingresa del todo en su juego de códigos y referencias. La cinefilia excesiva está integrada por películas de tipos que evidentemente miran mucho cine, pero que no pueden hacer de eso un territorio con dimensiones: sus ideas se agotan en el cine, sus universos son cinematográficos en un mal sentido, inhumanos. Si se nos diera por inaugurar el subgénero de cinefilia extrema, seguramente Tiempos violentos sea la gran obra maestra del subgénero.


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