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Deberás amar

poster wonderTítulo original: To the Wonder
Origen: EE.UU.
Dirección: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Intérpretes: Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams, Javier Bardem, Tatiana Chiline, Romina Mondello, Tony O’Gans, Charles Baker
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Montaje: A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa
Música: Hanan Townshend
Duración: 112 minutos
Año: 2012
Compañía editora: AVH


4 puntos


Cuando el ego resta

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

wonder unoDesde El árbol de la vida, el cine de Terrence Malick ha comenzado a transitar un camino diferente, mucho más introspectivo, pero no tanto porque abandone los temas universales que siempre caracterizaron su filmografía -el ser humano frente a la fuerzas de la naturaleza, la idealización y posterior decepción con ciertos momentos, lugares o personas, el amor como fuerza motora de los individuos, la maldad y la bondad como características tan opuestas como complementarias dentro del ser humano, todo en un marco donde el cine se une con la filosofía existencial- sino por ciertas características en el proceso creativo.

Las diferencias se marcan a dos puntas: por un lado, si antes había una fuente externa específica que le servía al realizador para contar sus historias -un hecho real para Badlands; determinados elementos de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y Las alas de la paloma, de Henry James, para Días de gloria; la novela de James Jones para La delgada línea roja; la historia de amor entre Pocahontas y el Capitán Smith para El nuevo mundo-, tanto con El árbol de la vida como con Deberás amar -editada aquí por AVH- ya no hay un material de base externo, sino que sólo tenemos creaciones propias de la mente de Malick, que remiten a su propia biografía. Por otro lado, las cuatro primeras películas transcurrían en épocas pasadas -1959, 1916, 1943 y principios del Siglo XVII, respectivamente-, mientras que con las dos últimas ya empieza a transitar (y pensar) claramente la contemporaneidad. Este mismo razonamiento podría aplicarse seguramente a los proyectos que tiene en marcha y que se espera que tengan estrenos razonablemente inminentes (hay que tener en cuenta que estamos hablando de un director que le dedica meses y hasta años a la fase de montaje para cada uno de sus films), como Knight of cups, Voyage of time y una película aún sin título, centrada en dos triángulos amorosos interconectados y situados en la escena musical de Austin, Texas.

Sería un tanto apresurado decretar el agotamiento creativo de Malick, pero indudablemente hay un giro en su filmografía donde ha empezado a regodearse en sus virtudes hasta convertirlas en defectos. Luego de la obra maestra que fue La delgada línea roja -un retorno, luego de dos décadas, que en retrospectiva aparece como casi insuperable-, se podía percibir un amesetamiento en El nuevo mundo, un notorio declive en El árbol de la vida -un verdadero embole, mal que me pese decirlo, a pesar de ser un fan del realizador- y una consolidación de esa pendiente en Deberás amar. Y es que el relato, centrado en Marina (Olga Kurylenko) y Neil (Ben Affleck), quienes luego de conocerse y enamorarse en París, se mudan a Oklahoma, donde la pareja comienza a tener problemas, nunca alcanza los ribetes dramáticos necesarios. Eso ocurre porque Malick confía demasiado en su capacidad formal, olvidándose de las necesidades narrativas. Hay un conflicto planteado, es cierto, pero en el film sólo asistimos a una serie de escenas pegadas unas con otras, sin conexión verosímil. Para colmo, Malick incorpora dos subtramas, una sobre un cura, el Padre Quintana (Javier Bardem), con una crisis de fe, y la otra sobre un romance entre Neil y Jane (Rachel McAdams), una mujer de su infancia, que en vez de enriquecer la historia central, sólo la empantanan.

En consecuencia, las ideas que el realizador intenta plantear sobre el presente -con una mirada desilusionada, propia de un romántico que se encuentra fuera del tiempo y que desea la vuelta de ciertos valores vinculados a la pureza del amor, la fe y el contacto con la naturaleza- jamás adquieren la fuerza necesaria para impactar en el espectador. Hombre de un pasado muy lejano (que quizás nunca existió) como es, Malick se muestra incapaz de aportar un punto de vista diferente y original sobre la actualidad. De hecho, las voces en off características de sus films, que supieron ser en extremo movilizadoras, acá cansan, aburren. Y lo único interesante que queda para ver es el trabajo siempre fluido con la cámara, moviéndose con los cuerpos y las miradas, y la espléndida fotografía. Pero esto no es un concurso de estética, sino cine, con lo que no alcanza a mejorar significativamente el conjunto.

La carrera de Malick todavía tiene para dar: no es necesario reafirmar que estamos ante un cineasta que tiene unas cuantas obras mayores. Pero el ego -y quizás la necesidad de producir de manera más continuada y rápida-, que en algún momento fue uno de sus motores, ahora está vaciando sus capacidades. Necesita barajar y dar de nuevo. Y pronto.

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