No estás en la home
Funcinema

Ese es mi hijo

poster thatsmyboyTítulo original: That’s my boy
Origen: EE.UU.
Dirección: Sean Anders
Guión: David Caspe
Intérpretes: Adam Sandler, Andy Samberg, Leighton Meester, Vanilla Ice, James Caan, Milo Ventimiglia, Blake Clark, Meagen Fay, Tony Orlando
Fotografía: Brandon Trost
Montaje: Tom Costain
Música: Rupert Gregson-Williams
Duración: 116 minutos
Año: 2012
Compañía editora: Blushine


8 puntos


El Sandler que todos necesitamos

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

thatsmyboy unoAdam Sandler es un actor que a lo largo de su filmografía ha ido consolidando una voz propia, hasta convertirse en un verdadero autor, incluso cuando ha trabajado para directores con una gran personalidad a cuestas, como Paul Thomas Anderson y Judd Apatow. Y lo hizo a través de las imperfecciones de sus personajes. Se le podían señalar mil y un defectos a sus films -desde formales hasta morales-, pero siempre se podía percibir una voluntad por arrasar con todo, por reivindicar a los seres raros, marginales y hasta medio brutos, sin juzgarlos jamás y poniéndolos en el centro de la escena, incluso promoviendo cambios de paradigma que iban más allá de los individuos y se vinculaban con el contexto social. El cine de Sandler supo ser notablemente idealista, en el sentido de tomar cuestiones que se naturalizan, que se dan por sentado, para señalar lo mal que están en realidad y la necesidad de cambiarlas. En cierto modo, recuerda a esa escena de Los Simpsons donde Homero persigue en un vestuario al gordito Otto, mientras le da toallazos: uno se podía reír de la situación, pero sin dejar de ser consciente de que lo que estaba contemplando era terrible, y a la vez sin juzgar a Homero, porque lo que se palpa es que lo hace de puro ignorante.

Lamentablemente, el cine de Sandler, que en sus comienzos era un niño ya grandote que se negaba a crecer, pasó a la adultez. Y lo hizo de la peor manera, porque comenzó sólo a reírse de cómo Homero le daba toallazos a Otto. Dejó de tratar de proteger a Otto, dejó de entender por qué lo hacía Homero, no se preocupó más porque eso cambie. La cima de esa burla del más débil, de la risa estúpida del patotero, fue Click-perdiendo el control, que encima estaba inundada de un conservadurismo espantoso. De lugares tan bajos es muy difícil volver, y a Sandler esa vuelta le está costando un montón, porque encima su público demostró que se podía reír y disfrutar con Happy Gilmore, La mejor de mis bodas, El hijo del diablo y Como si fuera la primera vez, pero también con Click, Golpe bajo-el juego final, Cuentos que no son cuentos y Jack y Jill, o incluso los peores momentos de Son como niños o Los declaro marido…y Larry. Y que hasta podían rechazar los intentos de la estrella de ir hacia otros lugares o directamente retornar al caos original, como Hazme reír o No te metas con Zohan (a la que le fue bien en la taquilla pero igual fue muy vapuleada tanto por la crítica como por el público, que no la entendieron). Esto último también le pasó, lamentablemente, con Ese es mi hijo -editada aquí por Blushine-, que fue un total fracaso comercial, a pesar de que recupera mucho de ese Sandler furioso y destructor en el mejor de los sentidos.

Ese es mi hijo tiene unos primeros minutos infernales, a mil por hora, donde ya hay un planteo de mucho riesgo: en 1984, Donny, con apenas quince años, establece una relación amorosa (y sexual) con su maestra. De ese vínculo bastante enfermito, que cuando es descubierto es repudiado y festejado a la vez por la sociedad, nace Todd, quien atraviesa una infancia infernal mientras su padre se dedica a disfrutar de su breve momento de fama. Ahora, luego de mucho tiempo de no verse, Donny reaparece en la vida de Todd, justo cuando este está a punto de casarse, básicamente porque sus deudas impositivas lo tienen a maltraer. En esa media hora inicial, la película no se detiene nunca, con un humor en extremo ácido sobre toda clase de temas espinosos: la hipocresía de la sociedad respecto a la sexualidad entre adultos y menores, que promueve la fantasía pero a la vez la niega; las diferencias entre las clases socioeconómicas; la inmigración; la familia; la paternidad; y la forma en que se constituye la sociedad de consumo, que deglute y luego escupe a los individuos, convirtiéndolos en el centro absoluto de interés, para luego dejarlos a la buena de Dios. Pero la película luego no se detiene: apenas si se toma algunos descansos, como para respirar (y darle un respiro al espectador), antes de arremeter de nuevo con todo. En Ese es mi hijo podemos encontrar un resumen de buena parte de la comedia producida en los últimos veinte años: tenemos el caos como regla de la dupla Adam McKay-Will Ferrell, el tratado sobre la incomodidad de Ben Stiller, el análisis de las relaciones familiares y de amistad del cine de Judd Apatow, todo está ahí, presente en el relato, que sin embargo nunca cae en la copia, sino en un aprovechamiento de elementos ya vistos, pero reconfigurados en beneficio de su propia personalidad.

Esto se puede ver especialmente en Donny, que es interpretado por Andy Samberg, un actor que siempre ha sabido en la pantalla evidenciar el artificio de lo que hace, guiñar permanentemente al espectador, pero sin perder la humanidad. Aquí, el personaje hace un proceso de aprendizaje similar al de Sandler en Locos de ira: deberá aprender a sacar afuera todo lo que tiene almacenado adentro, dejando de lado sus inhibiciones, su timidez, sus miedos, para expresarse realmente como es, con toda sinceridad. Y ahí es donde entran en juego secuencias como la de la despedida de soltero, donde la película tira todas las restricciones, límites y convenciones al demonio.

Ese es mi hijo cuenta una historia extrema redoblando permanentemente la apuesta, haciéndose cargo de que estas cosas pasan, de que hay vínculos amorosos y familiares que se forman de manera totalmente retorcida, con un montón de altibajos y miserias, pero eso no significa que detrás de eso no haya amor y que no pueda haber aprendizaje. Como sus protagonistas, lo hace un poco a los tropezones, con unos cuantos problemas en su narración, donde varios personajes no quedan del todo bien parados. Pero nunca deja de ser leal con lo que está contando y con el espectador. Y nos dice que el Sandler salvajemente cariñoso que hubo una vez sigue ahí, vivito y coleando. Aunque el problema sigue siendo el público, ese mismo público no se da cuenta de cuánto lo necesita.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.