Chau

(@mexfaliero)

Con toda su carga simbólica y extracinematográfica a cuestas -es el primer film netamente marplatense en llegar al circuito comercial de la ciudad-, Chau de Mariano Laguyas es una película que requiere atención más allá de ese elemento azaroso. Y esto ocurre, por suerte, para poder analizar la obra por fuera de su condición de primera adelantada del cine local: si bien algunos elementos (diálogos, imágenes, el prólogo con intertítulos) subrayan demasiado la idea de “obra marplatense”, tampoco inhabilitan una narración bastante segura que cuanto más se aleja de esa necesidad de connotar a la ciudad turística, funciona mejor. Un primer paso saludable, tanto para la incipiente producción audiovisual local como para el propio Laguyas.

Un grupo de personajes transitan diciembre. En Mar del Plata, ese mes, significa no sólo la inminencia de las fiestas de Navidad (presente iconográfica y espiritualmente en la película) y Año Nuevo, sino la preparación de la próxima temporada de verano. Demasiados balances, cambios, expectativas. Y eso, que se acumula como una bola de sentido, sobrevuela a cada uno de los protagonistas. Relato coral, Chau sigue de modo atemporal varias historias que se cruzan -por suerte- sin arbitrariedad y que de alguna u otra manera transmiten ese clima de fin de año, de preparación hacia algo nuevo y de adiós a lo pasado (o al menos un adiós para los que se animan a decir “chau”). Chau es una película bien escrita, con diálogos precisos y que no rehúye al humor, uno de los grandes ausentes, lamentablemente, en buena parte de la producción audiovisual marplatense.

Como todo relato coral, Chau sufre de cierta irregularidad: hay historias y personajes más interesantes que otros, y algunas actuaciones con un registro demasiado disonante que chocan constantemente con la tersura de la narración. Por ejemplo, la historia de Luis y Martín (Luciano Brindisi, Martín Gervasoni) luce bastante desprolija y por el histrionismo de ambos intérpretes, hubiera necesitado de una apuesta formal menos controlada y más expansiva. Pero Chau es una película coral y no episódica, y por tanto un cambio de registro en la forma ante cada nueva subtrama era una apuesta riesgosa para una ópera prima.

Por el contrario, la subtrama del remisero que recibe una extraña visita durante una noche funciona mucho mejor tanto desde las interpretaciones (Claudio Lago y Néstor Grotadaura aportan el tono y el tiempo preciso) como desde la puesta en escena: un diálogo dicho a través de miradas que se cruzan en el reflejo de un vidrio, el misterio de la situación, más el contexto en el que se da esa escena cierra perfectamente como un cuentito navideño de gente solitaria, dolorida, que intenta de alguna manera hacer las paces con su pasado. Y ese espíritu, el del cuento navideño oscuro y pesaroso es el que mejor le sienta a Chau.

Hemos hablado de cine, y eso es lo bueno. Más allá de que la película se empecine y nos recuerde a veces que estamos en Mar del Plata -algo que debiera darse más fluidamente y sin necesidad de connotar tanto-, de problemas técnicos y de algunos elementos del guión dispuestos más como simbolismo pero nunca como algo con identidad propia (fundamentalmente la travesti de Marcelo Marastoni, personaje sólo funcional dentro de la trama pero que carece de justificación por fuera de eso), Chau es una película que nos invita a discutir sus decisiones formales, que construye un mundo coherente y con personajes a los que les pasan cosas, y con lo que uno puede o no coincidir. Esto demuestra en definitiva que el presupuesto, lo técnico o el lugar donde se filman las películas es algo contextual pero que no hace a la obra. Chau es una película. Y eso es algo muy bueno para decir de ella.

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