Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Sebastián De Caro
Guión: Sebastián Rotstein
Intérpretes: Walter Cornás, Carla Quevedo, Gastón Pauls, Eduardo Blanco, Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Alberto Rojas Apel, Laura Cymer, Laura Azcurra
Fotografía: Mariano Suárez
Montaje: Andrés Tambornino
Dirección de arte: Romina Del Prete
Duración: 91 minutos
Año: 2013
5 puntos
Entre la pose y la sinceridad
Por Rodrigo Seijas
Debo ser sincero desde un comienzo y afirmar sin vueltas que Sebastián De Caro no me cae muy simpático que digamos. Diría incluso que me resulta bastante insoportable. Su visión sobre el cine me parece facilista, ombliguista y superficial (“cinefilia para principiantes eufóricos”, se le podría llamar), lo que ha hecho para la televisión (desde Montaña rusa hasta la sobrevalorada Todos contra Juan, pasando por su rol de panelista de Gran Hermano) deja un gran saldo negativo, y sus móviles durante el último Festival de Cine de Mar del Plata transitaron entre lo vergonzoso y lo inaguantable. Para colmo, tiene un público (o séquito más bien) que pareciera que lo único productivo que hizo en su vida es aplaudirlo. La cinefilia que parece proponer De Caro (y avala su audiencia) pareciera querer ignorar las ideologías, llevarla hasta el extremo del posmodernismo, convirtiéndola en una mera anécdota graciosa, y lo cierto es que nunca está de más aclarar que la no-ideología es también una ideología. De ahí que cuando no me quedó otro remedio que cubrir 20.000 besos (que para colmo tiene a otros seres del espectáculo argentino que me caen muy pesados, como Eduardo Blanco, Clemente Cancela y, especialmente, Gastón Pauls), tuviera que tratar de hacer todo lo posible para sacarme de encima la coraza de prejuicios.
Una de mis preocupaciones respecto al género de la comedia romántica es qué pasa con la figura de la mujer, si puede alcanzar una estatura y consistencia propia, una verdadera autonomía, aún cuando el relato esté situado desde la mirada masculina. La verdad es que hay muy pocos films últimamente donde eso sucede (Damas en guerra y Ritmo perfecto son dos ejemplos) y hasta podría sonar como excesivo pedirle eso a De Caro y su guionista Sebastián Rotstein. Pero la verdad es que, aún cuando 20.000 besos se plantea desde un comienzo como una película desde y sobre el hombre treintañero, problematizando su mirada sobre la mujer -centrándose en Juan (Walter Cornás), quien, bastante aburrido de su vida, se separa de su pareja y termina enamorándose de Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo que es de alguna manera su opuesto-, lo cierto es que el género femenino no sale de lo objetual, sin tener vida propia.
Algo de eso se contagia al resto de la narración, que transita entre el intento de desestructurar los estereotipos y su mera explotación; el tratar de contar una historia simple pero con varias aristas interesantes, y la acumulación de diálogos supuestamente ingeniosos; la visión que no le escapa a la sinceridad, a la emoción, y la pose cínica y canchera; la creación de una galería de personajes que interpelen la sensibilidad del espectador o la acumulación de figuras ocupando la pantalla (no se termina de entender para qué están los personajes de Cancela o de Alberto Rojas Apel). En consecuencia, casi toda la primera mitad del film avanza a los tropezones, como buscando una identidad, procurando decidirse entre ser una “peli” hecha entre un grupo de amigotes con algo de fama o una película con todas las letras, con una razón de ser.
Recién en su segunda mitad, cuando De Caro se permite en cierto modo que le importe lo que está pasando, lo que tiene para contar y sus protagonistas, es cuando 20.000 besos crece. Y bastante, más teniendo en cuenta lo que venía indicando previamente. Allí tenemos un par de escenas (una en un baño, otra en una fiesta de disfraces) que consiguen hablar sobre el amor, sobre lo que nos puede pasar a los hombres con las mujeres y cómo todo eso se conecta con los códigos de la amistad masculina, recurriendo de forma dosificada a los diálogos y/o el monólogo, a una puesta en escena que realza el valor temporal y a una banda sonora efectiva, pero no efectista.
Aunque consigue enarbolar un par de méritos, la sensación que termina dando 20.000 besos es que podría haber dado más, que pierde una gran cantidad de tiempo intentando ser lo que no es, engañándose un poco a sí misma, casi como su protagonista principal. No es, como especulaban algunos, un gran retrato generacional, básicamente porque no llega a construir personajes verdaderamente complejos. Tampoco una mirada sobre el amor en el nuevo milenio, porque para serlo se necesita cariño absoluto por todo (y todos) lo que se está contando. Hay bastante de borrador, de ensayo no completo, intuyéndose algo que pudo ser y al final no fue. Sin embargo (y vuelvo hacia lo personal), el saldo no está mal para la obra de un tipo que no soporto.


En la sección Haciendo amigos con Fancinema, hoy le toca a Sebastián De(s) Caro. Gracias Rodrigo Seijas por tanta… http://t.co/1xqgEaNIQf
RT @mexfaliero: En la sección Haciendo amigos con Fancinema, hoy le toca a Sebastián De(s) Caro. Gracias Rodrigo Seijas por tanta… http:/…
Cuando un crítico habla así de una peli, lo primero (y único) que quiero saber es qué escribiste/dirigiste/actuaste/hiciste en tu vida antes de sentarte a escribir de películas que fuiste a ver gratis.
Alejandro, si tanto te ofende mi crítica, ¿para qué querés saber qué hice en mi vida? ¿En serio querés saberlo? ¿De verdad? Porque el hecho de que te hayas tomado el laburo de escribir ese comentario, y el tono que usás, indica que te interesa bastante. Demasiado, me parece. Deberías interesarte por cosas más relevantes que mi pobre e irrelevante papel en el mundo del cine. Te lo dejo como inquietud.
Me interesa saber desde qué lugar te creés tan importante, porque escucho el mismo discurso y tono de crítica de todos los críticos argentinos. Quiero estar equivocado y que alguien me cuente por qué. Excepto Nicanor Loreti, que ya se pasó al bando de los que hacen. El resto critica como si fuesen los oráculos.
Ay, Alejandro, evidentemente no entendiste mi comentario anterior e insistís en atribuirme una importancia que no tengo ni quiero. Lo mío es solamente una opinión, una visión determinada sobre una película, algo de lo que se pueden tomar puntas para pensar o no, eso queda en el lector.
Deberías ser honesto, con vos mismo incluso: no querés estar equivocado. Si quisieras estarlo, no hablarías de los críticos con el desprecio con el que lo hacés. Y encima recurriendo al término “bandos”. Para vos están “los que hacen” (que vendrían a ser los buenos, ¿no?) y los que “no hacen” (o sea yo y todos mis colegas críticos, que seguro somos los malos). ¿Estamos acaso en una guerra y no me di cuenta? ¿Nicanor antes era malo y ahora es bueno? Asumo que vos “hacés” y estás del lado de los buenos.
La verdad que estas antinomias que planteás, estos sectarismos, yo no los comparto ni los reproduzco. Creo en otro tipo de disensos. Me parece que hay muchos más entrecruzamientos y relaciones entre el sector de la crítica y el resto del campo cinematográfico (y del arte en general) de los que vos pensás que hay. De hecho, si yo avalara tu visión, debería despreciar cualquier tipo de comentario de los lectores de este sitio, porque no escriben, o sea que “no hacen”. Y esto me genera la siguiente duda: ¿qué opinás del público de tus obras? Porque muy posiblemente la mayoría “no hace” y sin embargo no tiene prurito en juzgar lo que ve. ¿En qué bando están para vos los espectadores?
PD: te aviso, por las dudas, que hubo mucha gente, mucho antes de Nicanor Loretti, que se pasó del bando de “los que no hacen” al de “los que hacen”: Truffaut, Godard, Rohmer, Bogdanovich son los ejemplos más obvios. Y sus historias no son tan simples: dirigían películas pero siguieron haciendo crítica. ¿Hacían o no hacían?
PD2: en nuestro sitio colabora gente que estuvo en tu bando, en el de “los que hacen”. Y sin embargo, siguen ejerciendo la crítica, en el bando de “los que no hacen”. ¿Qué son? ¿Agentes dobles?