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Transformers 3: El lado oscuro de la luna

Título original: Transformers: Dark of the Moon
Origen: USA
Director: Michael Bay
Reparto: Shia LaBeouf, Rosie Huntington-Whiteley, John Malkovich, Josh Duhamel, Patrick Dempsey, John Turturro, Frances McDormand
Guión: Ehren Kruger
Fotografía: Amir M. Mokri
Montaje: Roger Barton, William Goldenberg, Joel Negron
Música: Steve Jablonsky
Duración: 157 minutos
Año: 2011


4 puntos


Misterio, tiros, explosiones… y culos, muchos culos

Por Rodrigo Seijas

El comienzo de Transformers: el lado oscuro de la Luna, está bastante bien. Se nota una clara intención de crear una premisa y un misterio a resolver acumulando mucha información de forma bastante ordenada, jugando con la Historia real al fusionarla con la historia ficticia. Y así nos enteramos de que la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética se debió a la necesidad de investigar la caída de una nave extraterrestre en la superficie lunar, que resulta ser del planeta Cybertron, hogar de los Transformers.

Este prólogo tiene unos cuantos buenos momentos, en especial la parte de la exploración del Apolo 11, donde la unión de las imágenes ficcionales con las documentales logran interés. Es verdad que el ver a un Kennedy de mentirita, con un maquillaje que lo hace parecer una figura de cera, conspira contra el resultado final, pero aún así los primeros minutos crean un suspenso, un interés por lo que viene, mientras la cámara se va acercando cada vez más a uno de los ojos del Transformer que yace en la Luna.

Lo que viene después del corte, lo primero que se ve, es un CULO. Un culo en primer plano, para ser más precisos. El culo de Rosie Huntington-Whiteley para ser aún más precisos. La chica esta, que debuta en el cine luego de años de modelaje, no puede ser calificada ni como linda ni como fea, sino más bien como irreal. Uno la ve en la película y parece ser una invención absoluta, alguien que en realidad no existe. O quizás la inventó Michael Bay, el director de toda la saga Transformers, quien sólo sabe filmar a las mujeres de una manera: como si estuvieran en un videoclip de una canción cumbiera o en un póster de una gomería. Ojo, se nota que el tipo le pone todas las pilas. Es muy cuidadoso: se percibe un trabajo en la iluminación, en la posición del plano, buscando remarcar las líneas y curvas, tratando de resaltar los “atributos” de las mujeres-objeto (o sea, cuanto más grandes las tetas y más redondito el culo, mejor). Pero a pesar de todo ese laburo, Bay siempre consigue lo mismo: pósters de gomería, videoclips cumbieros, mujeres-objeto. A todas las chicas en sus películas les sucedió lo mismo: Megan Fox, Scarlett Johansson, Kate Beckinsale… si tuviera una esposa, Michael probablemente la pondría en un póster.

El resto de la narración de esta tercera parte avanza a los tropezones, casi como una excusa para la hora final de acción. Bay vuelve a hacer gala de tanto de su patrioterismo absurdo (hay un par de comentarios políticos que ni siquiera ofenden, porque son demasiado idiotas) y su humor habitual, que no es precisamente sofisticado. Podría comparárselo con el del productor ejecutivo Steven Spielberg –quien vuelve a demostrar que como director es bárbaro, pero como productor es cuando menos desparejo-, pero sería un error. Los chistes de Steven son un poco como él mismo se describe: los de un “niño judío bueno”, inocentón, que puede equivocarse pero no quiere hacerle mal a nadie. Bay en cambio es como un adolescente tardío quilombero y grasa, que grita, come con la boca abierta y se ríe con la palabra “pito”, mientras patotea a los que no son como él. Lo único destacable en este ítem es el personaje de John Malkovich, claramente riéndose de todo y sin tomarse nada en serio, aunque no se entienda para qué está ahí.

A la hora del despiole final, hay que reconocerle al director que en general las escenas de acción se entienden, a diferencia de sus predecesoras. Esto sucede porque el realizador deja bastante de lado la cámara en mano y los primeros planos, para dejar paso al uso de la steadycam y los planos de conjunto. Asimismo, el 3D funciona como herramienta de impacto (James Cameron, quien se desempeñó como una especie de asesor, tuvo innegablemente mucho peso), aunque no como recurso narrativo. Pero igual, al final, tantos tiros, explosiones, peleas, terminan cansando, dejando exhausto al espectador.

Es cierto que a esta altura no se podía esperar otra cosa de Transformers: el lado oscuro de la Luna que escenas de acción bien filmadas, algún que otro buen chiste y una narración relativamente bien ajustada. Eso en parte se cumple, la película entrega lo que promete, no defrauda las expectativas y no le cuesta ser mejor que la segunda parte, que era horrible. Por otro lado, no sorprende y carece de visceralidad. Así ha sido siempre la franquicia Transformers: no es real, no existe, como la pobre modelo Rosie. Después de dos horas y media (¿no se les fue un poco la mano con la duración?), pasa de largo y se va. Y uno queda preguntándose si eso que vio era cine.

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