Bruno Ganz es un señor. Bueno, sí, tiene la construcción antropomórfica -no sé si estará bien dicho esto pero a las dos de la mañana, después de varias películas y con poco sueño les diría que suena fantástico- de un hombre. Pero no nos referimos a una cuestión de género, sino a una que tiene que ver con determinado comportamiento social. Un señor es un tipo elegante, amable, que brinda sin excesos. Bruno Ganz, entonces, es ese señor. Lo pudimos comprobar este martes por la tarde en el Teatro Provincial cuando participó de una charla abierta con el público. De impecable negro, Ganz pidió preguntas cortitas y precisas, se mostró afable y serio, y hasta le sostuvo el micrófono al concejal Héctor Rosso cuando lo nombró visitante ilustre de la ciudad.
La presencia de Ganz en el festival resulta una de las pocas luminarias que han llegado hasta aquí para este noviembre marplatense. Por eso, su presencia fue anunciada con bombos y platillos. Sin embargo, el encuentro tomó el camino que uno presagiaba: estuvo contaminado por su actuación en La caída y por la figura de Hitler, como si Ganz hubiera hecho solamente en su vida esa película. Pero, por qué negarlo, su actuación soberbia y la fuerza del personaje habilitan a que se trate de una participación de esas que marcan para siempre. El tipo trabajó con Alain Tanner, con Francis Ford Coppola, con Win Wenders. Pero la fascinación que genera el nazismo hizo que Ganz tuviera que responder, casi en exclusividad, preguntas sobre ese personaje funesto.
Y Ganz se lo tomó con paciencia, más aún cuando el público sigue demostrando cierto nivel de ingenuidad y creyéndose que los actores son sus personajes: por eso cuando le preguntaron si se había identificado con Hitler aseguró con humor que eso “sería un poco difícil”, aunque reconoció que “soy un actor que trata de identificarse, y eso significa que quise entender quién era Hitler. Eso resultó mucho trabajo”. Evidentemente aquella actuación lo marcó al actor suizo. La charla, posteriormente, fue y vino constantemente sobre Hitler, Alemania, el nazismo y cómo fue construir ese personaje. Ganz confesó que tiene la “fatal tendencia de reprocesar los personajes” luego de cada película y aseguró que “ninguno me llevó tanto tiempo como este”.
La reiteración en el tema, que a veces era rota con algunas preguntas oportunas como la mención a Las alas del deseo -que lo llevó a calificarla hoy como un documental porque la Berlín de ese film ya no existe-, y la promesa de un Pierre Etaix imprescindible como Yoyo nos llevó a alejarnos del Provincial con la certeza de que nada nuevo iba a pasar y que estos actores europeos, fríos y con una distancia amable, esconden bajo la superficie cierta ambigüedad.
Como decía, el día lo cerré con Yoyo, una película maravillosa que Gabriel Piquet ya recomendó en el sitio y de la que sólo se puede hablar bien: un film que recopila todo el cine cómico que se había hecho hasta ese entonces -la década del 60-, de Chaplin a Buster Keaton, de Tati a los Hermanos Marx, con referencias precisas y preciosas, pero también con filiaciones a Fellini y siguen las firmas. Etaix es una de las revelaciones de este Festival, un tipo que demuestra un gran manejo de la puesta en escena y del humor visual. Incluso con algunas secuencias metalingüísticas donde el discurso de la comedia se reconstruye ante nuestros ojos. Una verdadera obra maestra y una sección para tener en cuenta.
Y el día fue inmejorable, con dos películas interesantísimas, ambas venidas de oriente y con dos directores emblemáticos y diferentes entre sí: por un lado el coreano Lee Chandong con Poetry y por el otro el japonés Takeshi Kitano con Outrage. El primero con una historia centrada en una señora que se tiene que hacer cargo de su nieto y que va sufriendo diversas y dolorosas revelaciones, y el segundo con una vuelta al cine de yakuzas con una alta cuota de violencia y un trabajo formal alucinante. Dos películas, por otra parte, que muestran la energía de un cine que potencia la búsqueda continua de un cine de autor aún en estos momentos.
Poetry se toma sus 139 minutos para mostrar cómo su personaje principal se hace cargo de una dolorosa realidad que se va desplegando como un abanico, y se extiende como una enfermedad terminal. Mientras todo esto ocurre, la mujer toma un curso en un taller de poesía. Es a partir de este hecho que la película se relee como un drama familiar centrado en aquellos detalles que habitualmente dejamos pasar por alto. El asunto es qué hace esta mujer con esos detalles, una vez que los observa. Más allá de lo que pueda indicar su título, no es un film sobre poesía y ni siquiera se deja llevar por el formalismo extremo. Lee es un tipo sensible que deja ver bajo la superficie normalizada de su película un país en descomposición, síntoma principal esa abuela que no sabe cómo hacer lo que tiene que hacer. Mirar bien es mirar por primera vez es el leitmotiv del film, y hacia esa pérdida de la virginidad amoral es donde se dirige la película que termina siendo como un río: por extensión, por ritmo, y porque cuando la superficie muestra calma abajo todo se revuelve. Poetry es de lo mejor del Festival.
Outrage puede ser un Kitano menor, pero no deja de ser un Kitano. Y un Kitano es siempre digno de ver. En Outrage se ciñe a contar una historia de mafias que se disputan el poder y cómo se van subvirtiendo los códigos que mantienen una aparente calma. Si siempre la violencia estaba presente en las películas del japonés, es aquí donde estalla en mayor cantidad, y donde recurre a un gran formalismo para ponerla en escena. Atrás quedó la sangre seca, que aparecía tras la reflexión. Aquí la violencia es la reflexión, la que nos pone a pensar sobre el mundo que habitamos. Kitano renueva el discurso sobre cómo este mundo no está hecho para gente que sostiene otros códigos vinculados con el pasado. Otra película masculina, violenta, fuerte, de alto impacto. Que si bien representa cierto estancamiento en la carrera del director, sobre todo por ser un poco reiterativa, también es cierto que Kitano aporta ligeras modificaciones en relación a su mirada. Outrage es bastante cínica y muestra a un director totalmente desconcertado sobre el presente.
La verdad que estoy teniendo suerte hasta el momento, muchas buenas películas para ver, entre las previsibles y las sorpresas. Hoy iremos por Xavier Dolan a ver qué onda.