¡Sorpréndame!
Por Mex Faliero
Y uno recuerda de pronto lo que es el cine. Películas como El gran golpe, con su precisión, su fluidez, su sapiencia para contar una historia, su nobleza para entretener y su gama de personajes, que aún buceando en fondos morales logra una empatía poco habitual, nos aseguran que de tener una de estas por mes, las cosas serían mucho mejores. Y lo mejor -y lo que demuestra la fuerza del clasicismo en el cine- es que no se trata de nada nuevo, sino de una serie de recetas ya utilizadas, ya vistas, pero manejadas con inteligencia y cariño. Es como una cena con alguien especial, que prepara un plato hecho ya cientos de veces, pero con una predisposición que hará que lo saboreemos como si fuera la primera vez.
Como era el leit motiv de aquella maravilla bien servida que fue Ratatouille “no cualquiera es talentoso, pero el talento puede estar en cualquier lado”. Entonces mister Roger Donaldson: ¡sorpréndame! Donaldson, que tiene algún viejo thriller intenso como Sin salida y cuya anterior película había sido la entrañable y simpatiquísima Sueños de gloria, pero que nos venía maltratando largo y tendido con cosas como Arenas blancas, Especies, El discípulo. Y ese mismo Donaldson, el australiano, es quien se filma una de robo a banco como los dioses, con la tensión y la justeza de los mejores narradores y con algo que hoy por hoy se ve poco: un montaje que convierte en necesaria a cada escena y a cuya película uno siente que no le sobra un segundo de más.
Y en El gran golpe esto de la precisión es fundamental. Porque el film se centra en un grupo humano comandado por Terry (el dignísimo héroe de la clase trabajadora Jason Statham) y Martine Love (Saffron Burrows) que roba un banco, tarea que debe ser ejecutada como un mecanismo de relojería. Pero a partir de allí la propia historia involucra, como en una espiral con centro en el robo, a agentes del servicio secreto interno de Inglaterra, un magnate de la pornografía, personalidades de la política británica, policías corruptos y un líder afro típico de la época -el film está ambientado en la Londres de 1971-. Todos tienen intereses en la bóveda de esa sucursal del Lloyds Bank violada por lo que varias subtramas se abren en abanico sin lograr dispersarse lo suficiente, tarea titánica del director, su montajista John Gilbert y los guionistas Dick Clement y Ian La Frenais.
Hay que decir que el hecho tiene cuotas de veracidad y se trata de un suceso policial que fue ocultado por el Gobierno británico durante 30 años. El motivo, y de ahí la cantidad de gente involucrada, es que además de dinero y joyas, en esa bóveda había fotos que comprometían la intimidad de personalidades del propio Gobierno y de la realeza. Por lo tanto el grupo que ejecutó el robo, que ignoraba lo de las fotografías, recibió el beneficio de la inmunidad política para poder huir.
Donaldson demuestra una solvencia poco habitual para manejar los diversos niveles de la historia, aplica pequeñas pinceladas políticas pero sin ponerse a discursear. Es un film de acción, físico, pura adrenalina, que hace las cosas en movimiento sin detenerse a pensar. En todo caso ese contexto podrido, de gente a cual peor, sirve para reforzar la relación entre los antihéroes (Terry y sus socios, la mayoría amigos; hay un costado sensible tras tanta inmoralidad) y nosotros como espectadores. Si en las películas de robos a bancos indefectiblemente nos ponemos del lado de los delincuentes, aquí esa sensación de pertenencia es mayor porque ellos son como nosotros y se enfrentan, sin querer y de golpe, a un poder que los ahoga. Y el director resuelve cada situación con elegancia, inteligencia y coherencia. El gran golpe tiene una estructura de hierro. Sí, no dábamos dos pesos por un thriller dirigido por Donaldson. Y nos sorprendió.
Pero la sorpresa es un elemento fundamental del film. Porque es a lo que se enfrentan los protagonistas una vez que descubren cuál era el motivo del robo. Y en un manejo de guión muy astuto, primero éramos los espectadores los que estábamos delante de Terry y los suyos, pero luego es el propio Terry, una vez puesto a jugar, el que se nos adelanta pensando a mil por hora cómo resolver las cosas. Terry es Donalson y viceversa. Ambos hacen de la sorpresa un artilugio. El ladrón de bancos maneja la situación ante un grupo de tipos que tienen mucho más conocimiento en el mundo del hampa. Donaldson maneja los hilos de un subgénero gastado y ya hecho cientos de veces. En fin, sólo queda sentarse frente a El gran golpe y decir como Antón Ego: “¡sorpréndame!”.
8 puntos