
Título original: Idem // Origen: EE.UU. // Dirección: Adrian Molina, Madeline Sharafian, Domee Shi // Guión: Julia Cho, Mark Hammer, Mike Jones // Voces originales: Yonas Kibreab, Zoe Saldaña, Remy Edgerly, Brandon Moon, Brad Garrett, Jameela Jamil, Young Dylan, Jake Getman, Matthias Schweighöfer, Ana de la Reguera, Atsuko Okatsuka, Shirley Henderson, Naomi Watanabe // Fotografía: Jordan Rempel, Derek Williams // Montaje: Steve Bloom, Anna Wolitzky // Música: Rob Simonsen // Duración: 99 minutos // Año: 2025 //
8 puntos
MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA NO ESTAR SOLO
Por Mex Faliero
Pixar ya no es lo que era, eso está claro. Y en este camino que se combina con películas menores, un puñado cada vez más pequeño de obras maestras y secuelas para potenciar su lugar en la taquilla, Elio sobresale como una de esas películas de segunda línea con gran corazón, que serán un poco minimizadas y relativizadas, pero que resultarán un tesoro para quienes se animen a verla. Un poco como Un gran dinosaurio, aunque sin su sofisticación para integrar niveles de lectura, tonos, géneros y texturas, Elio es la aventura de un niño fanático del espacio exterior, aunque detrás de ese fanatismo haya algo más que curiosidad por el cosmos. Para Elio ir hacia el espacio es encontrar un lugar donde finalmente ser comprendido y aceptado, donde no se encuentre solo: o al menos donde no se sienta así porque, como dice la película dirigida por Adrian Molina, Madeline Sharafian y Domee Shi, la soledad tal vez no es más que una cuestión de punto de vista. En esa reflexión melancólica sobre la soledad, que se revela en el último acto (un poco como el gesto heroico del protagonista de Unidos), Elio disimula su grandeza como relato de ciencia ficción existencialista sin la gravedad que habitualmente adquiere el género.
Sobre el espacio y la soledad Pixar ya había estrenado WALL-E, una de sus obras mayores de la época en la que las obras mayores le salían como si nada. Elio tiene una apuesta narrativa menos arriesgada, más clásica, en una épica más spilberguiana, de hecho es la película más deudora del universo Spielberg que haya hecho Pixar hasta el momento. El primer gran detalle, donde se observan esos gestos pixarianos que marcan diferencia, se da en la primera secuencia, cuando descubrimos que el protagonista es un huérfano criado por su tía, una militar con cierta rigidez que no se siente menos sola que Elio: es un diálogo en off, mientras el pequeño protagonista se oculta debajo de una mesa en un patio de comidas. Planteado el conflicto, ahí entendemos esa búsqueda de Elio, un pibe un poco freak, bastante obsesivo y obstinado, que se va a la playa a intentar contactarse con extraterrestres con una escritura sobre la arena que grita “¡Abdúzcanme!”. Obviamente, su misión tendrá resultados positivos.
Una vez en el espacio, Elio será parte de una suerte de nación integrada por diversas razas, un poco una parodia de ese senado que hemos visto tantas veces en las películas de Star Wars, que es acechado por un villano destructor de planetas. Es ahí donde Elio, como WALL-E, termina encontrando de manera azarosa un objetivo en su vida: confundido como embajador de la Tierra, tendrá que ganarse su insignia negociando la paz con el invasor. La película aprovecha todo ese pasaje galáctico para imaginar criaturas y espacios creativos, sumando ideas argumentales muy delirantes, como un clon de Elio que es enviado a la Tierra para disimular su ausencia (todo lo que sucede con ese personaje es tan gracioso como aterrador, con ecos de Los usurpadores de cuerpos), y personajes entrañables como el querido Glondor, ya mismo integrante de la galería de grandes personajes de Pixar. Y ahí -se podría decir- comenzará la verdadera película, que está narrada con absoluta claridad a pesar de lo enrevesada que puede parecer, que lejos de los mensajes aleccionadores está plagada de nobles gestos heroicos que se demuestran con acciones y en el movimiento de la más emotiva de las aventuras.
El nuevo film de Pixar termina siendo una historia de identidad y autodescubrimiento, de conectar con los demás, y de saber que ese sentimiento de soledad muchas veces puede estar motivado por la marginación de los demás, pero también por la propia obstinación de buscar aquello que se ha perdido para siempre. Elio no se reencontrará con sus padres en ese viaje, la muerte es un elemento imposible de esquivar (una enseñanza replicada en varias películas de Pixar, de Un gran dinosaurio a Coco), no hay magia posible para resolver ese vacío inevitable, pero seguramente aprenderá -a partir de ver afuera ese afecto entre pares que le ha faltado- a hacer algo con eso. La película termina entonces con la gran pregunta de si estamos solos en el universo, y habla de la religión, la superstición y la ciencia como formas de acercarse a una respuesta. Aunque sin decirlo, queda claro que la respuesta está en el cine, en las películas nobles como Elio, que tienen la fórmula para lograr una síntesis del arte como fusión de la curiosidad tecnológica de la ciencia, la iconicidad de lo religioso y la más pura entrega a la superstición.
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