
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Si 1883, la primera precuela de Yellowstone, era una fusión entre el western y el drama trágico, su continuación, 1923, potencia los elementos previos y agrega algunos extras. Más precisamente, el folletín y el culebrón, que le vienen como anillo al dedo al creador y guionista Taylor Sheridan para abordar un momento histórico marcado por las secuelas de la Primera Guerra Mundial, la Ley Seca y los primeros indicios de lo que sería la Gran Depresión. El relato se centra en Jacob Dutton (Harrison Ford), el patriarca y dueño del Rancho Yellowstone, y su esposa Cara (Helen Mirren), que deben afrontar un ataque a su propiedad -y por ende, a su modo de vida- que vendrá por varios flancos. Por un lado, Banner Creighton (Jerome Flynn), un terco y brutal granjero irlandés que obtendrá el respaldo de Donald Whitfield (Timothy Dalton), un empresario minero maquiavélico y despiadado, el verdadero villano de la historia, que no tendrá ningún límite ético o moral para llevar a cabo su visión de un futuro donde Montana será un paraíso turístico. Por otro, todo un conjunto de desgracias naturales y económicas -desde hipotecas a alteraciones bruscas en los precios, pasando por sequías, heladas y ataques de animales salvajes- que pondrán al Rancho Yellowstone contra las cuerdas. Para lidiar con estos desafíos, convocarán a su sobrino Spencer (Brandon Sklenar), un ex soldado devenido en cazador que tendrá que retornar desde África acompañado por su prometida, Alexandra (Julia Schlaepfer), una joven británica de familia noble que abandona su cómoda existencia por el que es, indudablemente, el amor de su vida. Ambos emprenderán un viaje plagado de accidentes e infortunios, que será al mismo tiempo una carrera contra el tiempo. En paralelo, asistiremos a la historia de Teonna Rainwater (Aminah Nieves), una joven indígena separada forzosamente de su familia y obligada a estar en un convento, del cual huye tras asesinar a monjas que abusaban físicamente de ella, y que emprende una larga fuga, con la ley y la Iglesia tras sus huellas. Posiblemente esta última subtrama sea la que se percibe como más desconectada y redundante, a pesar de que retrata de forma cruda las injusticias afrontadas por los indígenas en esa época y los cambios y continuidades que ocurrían Oeste norteamericano. Pero las otras dos líneas narrativas dialogan entre sí de forma constante desde lo temporal y espacial, compitiendo en protagonismo y dramatismo. Sheridan no teme recurrir al trazo grueso al momento de desplegar antagonistas y dificultades: por caso, a la pareja conformada por Spencer y Alexandra le ocurren situaciones que rozan lo inverosímil y Whitfield es un ser repugnante, al que no le queda maldad por cometer y al que Dalton interpreta con indudable placer malicioso. En contraste, la nobleza que transmiten los Dutton, a pesar de sus ambigüedades, contradicciones y hasta miserias, va a la par de las peripecias que afrontan. En 1923 se intuye la influencia de melodramas como Pimpollos rotos o Amanecer, además de la literatura de Rudyard Kipling o Joseph Conrad. Y si los excesos melodramáticos nos pueden llevar a interrogar sobre cuán creíble es todo lo que vemos, ahí tenemos diálogos potentes y filosos de Sheridan, los carismas de Ford y Mirren, y la notable recreación de época, para que aceptemos todo lo que pasa. 1923 es un espectáculo imponente y por momentos abrumador, muy bien narrado, que le sirve a Sheridan para ahondar todavía más en un legado familiar, pero también en el recorrido histórico norteamericano.
-Las dos temporadas de 1923 están disponibles en Paramount+.
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