
Título original: A Complete Unknown // Origen: EE.UU. // Dirección: James Mangold // Guión: James Mangold y Jay Cocks, sobre el libro de Elijah Wald // Intérpretes: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Joe Tippett, Edward Norton, Eriko Hatsune, Peter Gray Lewis, Peter Gerety, Lenny Grossman, David Wenzel, Scoot McNairy, Riley Hashimoto, Eloise Peyrot, Maya Feldman, Monica Barbaro, Dan Fogler, Reza Salazar // Fotografía: Phedon Papamichael // Montaje: Andrew Buckland, Scott Morris // Dirección de arte: Christopher J. Morris // Duración: 141 minutos // Año: 2024 //
8 puntos
NO PIDAMOS LA LUNA, TENEMOS LAS ESTRELLAS
Por Guillermo Colantonio
Si se tiene en cuenta el arco dramático que desarrolla la trama, el comienzo no podía ser mejor. El jovencito que llega a New York ve y escucha una ciudad donde los contrastes son elocuentes. Mugre en las calles, gente en condiciones de indigencia, ruidos, muchos ruidos, y modestos locales donde se sienten los ritmos que están haciendo historias desde los más secretos recovecos. En una película concebida en parte a través de la figura de triadas, apenas transcurridos unos minutos, tres generaciones de trovadores aparecen en pantalla: el pilar de la música folk, Woody Guthrie, internado en un hospital, imposibilitado de hablar, pero que aún en esta condición espectral sigue irradiando una fuerte imagen de maestro; Pete Seeger (Edward Norton), el fiel amigo y discípulo en la cúspide de su carrera; Bob Dylan, el muchacho que cantará su Song to woody, la promesa para que el género continúe con sus anhelos de protesta y resistencia para cambiar el mundo.
Mangold respeta la importancia que el libro de Elijah Wald, Dylan goes electric! (2015), le otorga a la figura de Seeger y encuentra un contrapunto perfecto con las inquietudes de Dylan. Pese a entablar un vínculo afectivo desde el comienzo y de que uno haya sido una especie de padrino en la jungla de la escena neoyorquina, de manera progresiva el discípulo se rebela. Mientras Seeger representa la idea de la democracia americana a partir del esfuerzo comunitario (y de hecho Newport replicaba ese espíritu), Dylan sostiene una desobediencia allí donde los sistemas tienden al enviciamiento. Este gesto individual es la causa del rompecabezas que fue su vida artística, desarrollada de modo arrogante, huidizo, con la hosquedad propia de algunos íconos mercuriales como el Jack Kerouac de En el camino (1957), el James Dean de Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), el Marlon Brando de Salvaje (László Benedek, 1953) o el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, la extraordinaria novela de J.D. Salinger de 1951 que marcó a una generación. Dylan es síntesis, Dylan es la condensación de esos signos. Y tuvo la habilidad de utilizar esas referencias para inscribirse en la escena folk de entonces. La película pone en escena un cierto carácter pragmático derivado de la picaresca. Este joven de cuyo pasado poco sabemos llega y absorbe como esponja todo aquello que está ocurriendo en EE.UU. Se aloja con el matrimonio Pete y Toshi, conoce a Sylvie y se instala en su departamento, aprovecha el éxito de Joan Báez (Monica Barbaro) para que difunda sus canciones. Todo eso le servirá de alfombra para descollar en Newport cuando interprete The times they are a-changing. Y paradójicamente será este himno el que anticipe su controversial decisión de enchufar la guitarra: es el profeta que sigue su propio camino, hastiado de ser encasillado en una línea musical que no admite cambios y rebelándose a sus seguidores. Semejante apostasía es parte de un clímax dramático que la ficción prepara artesanalmente. Como buen cineasta consciente de que los materiales de la realidad ingresan a un verosímil autónomo, Mangold arma la secuencia final para alimentar la leyenda una vez más y le otorga una fuerza sonora y visual tremenda que representa el punto culminante en esa galería de unas setenta canciones que se dejan oír a lo largo de dos horas y cuarto. Ese pasaje se sostiene más allá de todos los referentes biográficos, respira cinematográficamente más allá de todo.
Hay un momento particularmente destacado en Un completo desconocido. El joven Bob Dylan (Timothée Chalamet) y su novia Sylvie (Elle Fanning) se meten entusiasmados a una sala de cine para ver La extraña pasajera (1942), un clásico melodrama dirigido por Irving Rapper. Bette Davis interpreta a Charlotte Vale, una chica reprimida por su madre que logra salir adelante con la ayuda de un psiquiatra. No sólo recupera su autoestima, sino que se transforma en una seductora mujer que disfruta la vida y toma decisiones importantes. La escena que vemos en pantalla con Bob y Sylvie nos muestra un diálogo y escuchamos una hermosa reflexión en boca de Davis, maravillosa como siempre: “No pidamos la luna, tenemos las estrellas”. Que James Mangold haya elegido esta película puede que sea casual, sin embargo, me atrevo a exponer algunas razones que justifican tal elección. La primera tiene que ver con la importancia que el cine tuvo en la formación de Dylan. Conjuntamente con la radio, fue el modo artístico que impactó desde temprano en Minnesota, su lugar de nacimiento. La segunda por la naturaleza cambiante del personaje de Charlotte Vale, similar a la del músico, capaz de reinventarse constantemente, de correrse (no exento de escándalos) de los lugares comunes, del encasillamiento crítico. Pero el principal motivo, a mi criterio, se relaciona con el marco genérico del biopic. Mangold hace su película sobre un segmento de la vida de Dylan, se ocupa del lapso que abarca desde la llegada a New York en 1961 para conocer a su ídolo Woody Guthrie, enfermo en un hospital, hasta la noche del 25 de julio de 1965 cuando sube al escenario del Newport Folk Festival y enchufa la Fender Stratocaster para interpretar Maggie’s farm. Es decir, no hay una voluntad por recrear una vida entera; tampoco por caer en los ridículos clisés de las biografías musicales, generalmente tendientes a exacerbar el eje de ascenso/caída, de explotar las miserias personales por encima de la creación, de ridiculizar a las figuras retratadas con actuaciones de tinte mimético con resultados bizarros (la performance de Rami Malek con su hiperbólica dentadura en Rapsodia bohemia, dirigida por Bryan Singer y Dexter Fletcher en 2018, es un hito en este sentido) y de incluir canciones mecánicamente. Mangold es consciente de que Dylan es sumamente complejo y que su carácter huidizo imposibilita dar cuenta de un monumento. Por ello, se conforma con una parte de su viaje por este mundo. Y creo que nos dice como la Davis, “No pidamos la luna, tenemos las estrellas”.
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