
Título original: Le deuxième acte // Origen: Francia // Dirección: Quentin Dupieux // Guión: Quentin Dupieux // Intérpretes: Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel, Raphaël Quenard, Manuel Guillot, Françoise Gazio, Régine Mondion, Valérie Vogt, Hélène Alexandridis // Fotografía: Quentin Dupieux // Montaje: Quentin Dupieux // Dirección de arte: Joan Le Boru // Duración: 80 minutos // Año: 2024 //
8 puntos
EL MUNDO INVADIDO POR LA FICCIÓN
Por Guillermo Colantonio
Dupieux vuelve a regalar una de sus joyas anuales. Y vuelve a poner el mundo patas para arriba con una película que dignifica la ligereza para abordar asuntos complejos, es decir, que rehúye a la solemnidad, y en todo caso se burla de la arrogancia de la actuación como método. Armada de modo coreográfico, tenemos primero dos largas caminatas donde, se supone, los personajes están siendo filmados. Hay un disparador que incluye un posible intercambio de parejas, pero es apenas el eslabón de una cadena de disparates y quiebres constantes sobre un verosímil que no termina de armarse. Como si se tratara de un loop musical, la repetición se va alimentando de gags, algunos desopilantes, como el extra que no puede servir el vino en los vasos, desperdiciando lo que considera la oportunidad de su vida. Además, hay un ajuste de cuentas contra lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación, concebido desde un marco ingenioso como directo. El segundo acto en cuestión es un nuevo modo de pulverizar las paredes que separan la realidad de la ficción, con nosotros metidos en pantalla, uno de los ejes rectores en las películas del excéntrico realizador.
Los duelos dialécticos dan lugar a temas conceptualmente densos, sin embargo, son sostenidos desde una impúdica ligereza: qué tipo de cine hay que hacer cuando el mundo se cae a pedazos, para qué sirven las películas y cuál es la verdadera acepción de independencia. Pero fundamentalmente el tema que asoma es el modo obsceno en que los efectos especiales y las máquinas transfiguran la identidad y el cuerpo de los actores y las actrices, es decir, la deshumanización que opera en un arte donde la fantasía de la máquina terminará por comerse absolutamente todo aquello que concebimos como realidad. Cuando parece que nos extraviamos en la discusión, se vuelve a romper la cuarta pared: se ensaya un diálogo mientras se escuchan las indicaciones detrás de cámara. La ficción no se relaja y, como veremos, se multiplicará exponencialmente a la manera de cajas chinas. Dupieux manipula los lapsos y la duración de las diversas conversaciones, jugando con los puntos de vista y los ángulos. Todo se vuelve intercambiable, las identidades, los roles, los ánimos, se modifican constantemente. Pero hay una coda. En este juego de despersonalización, de identidades diluidas, los sujetos públicos invierten una vez más sus roles. La pregunta se reactiva: ¿cómo separar al hombre del artista? La conversación vuelve a ser el motor. Los estereotipos masculinos se desarman en uno de los diálogos; en el otro, Garrel esboza una teoría: “La forma en que leemos el mundo está completamente invertida. Todo está al revés. Lo hemos entendido todo mal. Creemos que la ficción es la ficción y que la realidad es la realidad”. En otras palabras, todos los actos cotidianos que realizamos son un embuste, mientras que el arte es muy real. El juego es el que propone la película, una especie de dilema borgeano en el que el mundo es invadido por la imaginación.
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