
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Como pocas veces en la historia televisiva, la división en dos partes de la temporada de una serie estuvo cargada de sentidos que fueron más allá de lo cronológico y narrativo. Es que la segunda parte de la quinta y última temporada de Yellowstone representó un corte radical respecto a la primera, a partir de la salida de Kevin Costner, que prefirió aprovechar la chance de rodar Horizon: an American saga (proyecto cinematográfico que ansiaba concretar desde hace largo tiempo) y no llegó a un acuerdo con Taylor Sheridan, cocreador y showrunner de la serie, con quien terminó peleado. Por eso corresponde analizar ambas partes por separado, casi como temporadas diferentes, por más que tengan conflictos y tonalidades compartidas. La primera parte, compuesta por nueve episodios, está marcada por la llegada de John Dutton (Costner) al puesto de gobernador de Montana, que le permite tomar medidas -bastante cuestionables, por cierto- para proteger su rancho, pero también para dejar en claro que no mentía cuando en la campaña electoral había afirmado “si están a favor del progreso, no voten por mí, soy lo opuesto al progreso”. De hecho, estos capítulos son una reafirmación cabal de esos preceptos por parte de una serie (y de un creador como Sheridan) que siempre procuró retratar, sin juzgamientos, un estilo de vida que choca de forma frontal con el progresismo de Nueva York o California. Esa profundización ideológica y cultural es incluso bastante más interesante que el conflicto familiar que va asomando cuando Jamie (Wes Bentley), como fiscal estatal y respondiendo a los intereses de una corporación que quiere tomar posesión de las tierras de los Dutton, decide embestir por vías legales contra su padre. Ahí es donde cierra la primera entrega, pero la baja de Costner forzó a Sheridan a ir por otros rumbos, lo que nos lleva a la segunda parte, que solo tiene cinco capítulos y sirvió de clausura definitiva para la serie, aunque tuvo que lidiar con cuestionamientos francamente arbitrarios y hasta absurdos. Primero, que Sheridan haya resuelto arrancar casi inmediatamente con la noticia de que John Dutton ha muerto en un aparente suicidio, que rápidamente se revela que en verdad ha sido un asesinato por encargo. ¿Qué otra cosa podía hacer Sheridan? ¿Hacer que JD se fuera de viaje para nunca más volver? Más todavía cuando estamos hablando de un personaje de convicciones inquebrantables y un aura trágica, destinado seguramente a una muerte violenta. Quizás no era el fin pensado originalmente y se pueden cuestionar algunos elementos respecto a cómo y por qué se planificó ese asesinato, más algunas resoluciones posteriores, pero Sheridan no tenía muchas alternativas a mano. Segundo, se podrán objetar algunas referencias a la conducta de Dutton (por caso, todo lo referido a su vínculo con la militante encarnada por Piper Perabo), pero la verdad es que lo que domina estos cinco episodios es un tono entre elegíaco y terminal en lo referido a su legado. Particularmente en las evocaciones de su hija Beth (Kelly Reilly), que pasa posiblemente a ser la verdadera protagonista en el tramo final, en el que también se pone en juego el destino del rancho. El último gran cuestionamiento pasó por una secuencia donde el personaje interpretado por el propio Sheridan (un vaquero experto en la doma y venta de caballos) encabeza una partida de strip-poker, que fue vista por la crítica más progresista como un despliegue de sexismo, machismo y autoindulgencia por parte del realizador. Sobre esto, vale decir que esa escena tiene un componente claramente paródico, sustentado en la mirada de Beth, que contempla todo con perplejidad y hasta asco, convirtiendo todo en paso de comedia muy evidente, con un humor grueso, pero honesto. Que haya críticos que sean incapaces de ver esto habla más de ellos -desde su incapacidad para detectar la ironía, hasta sus prejuicios ideológicos respecto a un cineasta al que le preocupa cada vez menos la corrección política- que de Sheridan. Dejando todo esto de lado, el conflicto de fondo volvió a ser el destino de las tierras de los Dutton, y su resolución ya se anticipa con el título del penúltimo capítulo (que se llama Give the world away), aunque el último, Life is a promise, se va constituyendo en un largo adiós, ciertamente melancólico y con una lógica de hierro. Es cierto que la resolución de la trama que involucra el duelo entre Beth y Jamie es bastante apresurada, pero lo que se impone es la atmósfera crepuscular, además de un último gesto de reivindicación para un grupo eternamente marginado como los indígenas. Sin descollar, Yellowstone tuvo el final que se merecía: uno enlazado con el western, el género en el cual más se posicionó y al cual consiguió reivindicar a lo largo de su recorrido.
-La quinta y última temporada de Yellowstone está disponible en Paramount+.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: