
Título original: Rien à Perdre
Origen: Francia / Bélgica
Dirección: Delphine Deloget
Guión: Delphine Deloget, Olivier Demangel, Camille Fontaine
Intérpretes: Virginie Efira, Félix Lefebvre, Arieh Worthalter, Mathieu Demy, India Hair, Alexis Tonetti, Jean-Luc Vincent, Marie Gili-Pierre, Ariane Naziri
Fotografía: Guillaume Schiffman
Edición: Nicolas Criqui
Música: Rebecca Delannet, Astrid Gomez-Montoya
Duración: 112 minutos
Año: 2023
8 puntos
LAS DECISIONES JUSTAS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Hay una corriente del cine europeo que suele pensar la relación entre los integrantes de la clase trabajadora y el Estado como un vínculo ciertamente tortuoso, en el que los individuos se enfrentan a una maquinaria burocrática que se comporta de manera tan paternalista como deshumanizada. Lo hace corriendo el riesgo muchas veces de caer en el golpe bajo y las remarcaciones, transitando una línea muy fina entre lo humano y lo panfletario. Nada por perder pertenece a esta vertiente, pero es de sus mejores ejemplos, a partir de cómo consigue eludir todos los peligros con convicción y hasta elegancia, pero sin nunca perder el nervio.
El film se centra en Sylvie (Virginie Efira), una madre soltera que, aún con sus altibajos, tiene un lazo firme y cercano con sus hijos, aunque ya en la primera secuencia podemos intuir que ese vínculo va a ser puesto a prueba de todas las formas posibles. Allí vemos al hijo mayor llevando al menor como puede al hospital, luego de que este último se lastimara severamente mientras trataba de cocinar unas papas fritas, justo cuando estaban solos y con la madre en su trabajo. Al comienzo todo parece quedar en algo menor, porque el niño no sufre lesiones mayores más allá de unas quemaduras leves, pero el hecho es reportado a las autoridades, que intervienen de manera expeditiva, sacando al niño de la custodia de Sylvie y llevándolo a un hogar de crianza. Es ahí que para Sylvie comenzará, más que una batalla, una guerra de carácter legal y administrativo, pero también psicológica, social y afectiva para poder recuperar a su hijo.
La película de Delphine Deloget es fiel al extremo con su premisa: en prácticamente todas las imágenes aparece Sylvie, que es el foco ético, moral y dramático del relato, a la que sigue de forma obsesiva. No lo hace para retratarla como una heroína sin matices, pero tampoco para juzgarla, sino para mostrarla como lo que es: una mujer imperfecta, con virtudes y miserias, que a medida que los tiempos se extienden y las circunstancias se enredan, va perdiendo el control de sí mismo e ingresando en una espiral descendente que la coloca al borde del colapso. La puesta en escena de Nada por perder no se regodea en las desgracias que padece Sylvie -que son unas cuantas, porque todo el asunto complicará cada vez la relación con su entorno y hasta su situación laboral-, ni tampoco en la crueldad del sistema estatal. En cambio, lo que hace es observar a la protagonista con empatía y la cercanía justas, y retratar a los integrantes del entramado estatal como profesionales convencidos de lo que hacen, pero con serias dificultades para distinguir las particularidades del caso que abordan. No hay señalamientos, tan solo una exposición sin ambigüedades de un derrotero burocrático que va adquiriendo atmósferas de pesadilla y que, paradójicamente, se presenta como normalizado y naturalizado por la sociedad.
A su humanismo firme y honesto, Nada por perder le suma un puñado de decisiones formales y narrativas que no solo le permiten eludir el morbo sin resignar tensión o angustia, sino incluso también sorprender y emocionar. Por ejemplo, con unas elipsis que pasan por alto momentos que podrían caer en el trazo grueso y que evidencian al mismo tiempo las grietas que atraviesan al núcleo familiar y de amigos de Sylvie, y a la propia Sylvie, solo convencida del amor por sus hijos, porque hasta empieza a dudar de sí misma y sus capacidades. Y, finalmente, con un giro sobre el final que es shockeante y a la vez lógico, y, desde ahí, conmovedor. Nada por perder es una película demoledora, pero jamás manipuladora, a pesar de que todo estaba servido para ese camino. Por suerte, Deloget elige un rumbo que expone todas las imperfecciones, pero también la dignidad de los personajes. Y encima cuenta como aliada a Efira, que está simplemente brillante, con una sinceridad en su gestualidad que conduce inevitablemente a las lágrimas.
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