
ESPEJOS ROTOS
Por Rodrigo Seijas
Los secretos de Harry es una película muy reivindicada por muchos, pero también odiada por unos cuantos, incluso dentro del público que más gusta de la filmografía de Woody Allen. Esto no deja de ser lógico si recordamos que es un film donde, en referencia a los seis millones de judíos muertos durante el Holocausto, el protagonista afirma que los récords están para romperse. Ese es apenas un ejemplo: el tono humorístico y reflexivo que maneja la película está siempre ubicado en ese tenor, con lo que estamos ante algo más de 90 minutos realmente furiosos, despiadados, irritantes, esencialmente notables.
Es innegable que el Harry Block que interpreta el propio Allen es una representación del mismo cineasta, por más que algunos críticos, como Roger Ebert, hayan sugerido que el personaje en verdad está basado en el escritor Philip Roth. Pero el juego de espejos, de reflejos interrelacionados, de miradas que chocan, no sólo funciona para el director: Harry es también un retrato deforme y quebradizo para un espejo mucho más amplio, que es en verdad muchos espejos. Quizás como nunca en su filmografía, Allen revela una visión impiadosa sobre el universo cultural que lo rodea, incluye e integra, a partir de un personaje que expresa lo más terrible y oscuro de su clase social e intelectual: hay en Harry racismo, antisemitismo, machismo, misoginia, homofobia, desprecio social, todos los males juntos, sin ningún tipo de reservas.
Pero esa acumulación de calamidades no forma parte de un regodeo arbitrario por parte de Allen, sino de una sistematicidad donde la honestidad es la norma. Los secretos de Harry es una película que no se guarda nada, que dice todo lo que tiene para decir, con un arrojo llamativo para un realizador que ya en ese momento tenía 62 años, una carrera de más de tres décadas y todo un legado por cuidar. Y que encima lo hace tomando una multiplicidad de riesgos narrativos y estéticos, que muestran a un cineasta con una vitalidad imponente, que muchos jóvenes desearíamos para nosotros mismos. La clave está en el mismo título original: lo que realiza el film es una operación de deconstrucción, no sólo de su personaje central, sino también de los seres que lo rodean, de sus creaciones que cobran vida para interpelarlo, de sus trucos y mentiras no sólo creativas sino también personales. Esa metodología es la que le permite romper con toda clase de convencionalismos (incluso los de su mismo cine, que estaba arribando a una encrucijada) y etiquetas.
El resultado es extremo, lapidario, difícil de igualar. Los secretos de Harry es una película que se encarga con una voluntad de hierro de romper con todas las expectativas posibles, que a cada minuto quema los puentes que tendió en el minuto previo. Es casi un film anárquico (y por ende muy divertido), con un horizonte imposible de definir con seguridad y que en base a eso quiebra las bases de análisis crítico y de recepción. Es como si Woody hubiera agarrado el contrato previo que tenía con su público -que incluía a buena parte de la crítica especializada-, lo rompiera en mil pedazos y después quemara esos pedazos. Después de esa película, Allen ingresaría en una etapa cansina, caracterizada por una meseta creativa y un camino demasiado seguro, que recién revertiría (en parte) en los últimos años, a partir de films como Blue Jasmine y Hombre irracional. Pero antes, con Los secretos de Harry, había hecho volar todo por los aires, dejándonos frente a cristales rotos, contemplando nuestros rostros absolutamente quebrados.
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1 comentario en «Los secretos de Harry (1997)»
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