
Por Patricio Beltrami
La franquicia se había presentado como una parodia al cine de superproducciones. En ese sentido, la miniserie de Max no sólo apunta contra las narrativas nacidas del cómic y un público objetivo demasiado adulto como para obsesionarse con historias dirigidas al espectro infantil y adolescente, sino que también critica la lógica industrial desalmada y miserable de los estudios, directores, productores y de cada uno de los eslabones que participa en estos proyectos. Por ese motivo, el gran problema de La franquicia es que su desprecio trasciende a la parodia. De esta manera, el humor, siempre presente, resulta mayormente corrosivo y poco efectivo, principalmente destinado a la caricaturización, acentuado por el desprecio de los autores hacia el cine de superhéroes. En ese ejercicio, la miniserie se convierte en una estirada crítica contra la lógica que impera en el mainstream estadounidense, donde lo creativo está reducido a lo ridículo, lo cooperativo se extingue ante un desfile de miserias y egoísmo, y el amor por el cine, lo lúdico, lo asombroso y lo emocionante de las películas, parece haber perdido la batalla cultural ante la dictadura del lucro y el miedo frente a un público tan estúpido como homogéneo. La franquicia cuenta la historia de la filmación de Tecto, una película de segundo orden insertada en universo cinematográfico de superhéroes. A lo largo de los ocho episodios, el equipo creativo y técnico debe enfrentarse a un sinnúmero de condicionamientos y problemas para terminar la filmación en tiempo y forma y, además, hacer los suficientes méritos para evitar que cancelen la franquicia de un momento a otro. En este marco, el relato está centrado en Daniel (Himesh Patel), el primer asistente de dirección que debe lidiar con los egos e inseguridades de los protagonistas del film (Billy Magnussen y Richard E. Grant), con un director europeo (Daniel Brühl) cuya inclinación por el drama y el prestigio choca burdamente con lo artificial de un subgénero ligado al entretenimiento, con una productora que busca desesperadamente un éxito para escalar en Hollywood (Aya Cash), con un productor ejecutivo (Darren Goldstein) que demanda cambios y condiciona constantemente el futuro de la producción mediante amenazas constantes, y con una nueva asistente (Lolly Adefope) que no deja provocar nuevos problemas en una producción que va hacia la deriva. Es decir, La franquicia acumula todos los lugares comunes existentes en los universos superhéroes. Sin embargo, esta parodia elaborada por Max y Warner sólo se mofa de los problemas que han afectado al Universo Marvel, así como también de algunos estereotipos relacionados con actores, productores y lógicas de producción de Disney. Incluso, resulta complicado destacar algún episodio completamente redondo a lo largo de la temporada. Justamente, las mayores virtudes del primer capítulo se desprenden de la puesta en escena. Dirigido por Sam Mendes, uno de los productores de la miniserie, se apela a varios planos secuencias logrados para introducir al espectador en el complejo y caótico mundo de estas superproducciones. En cuanto a lo narrativo, poco sobresale en una historia que mayormente oscila entre lo predecible y los lugares comunes. Solamente algunos destellos de actores con oficio como Brühl y Grant o la extraña e incómoda relación entre la asistente del director (Jessica Hynes) y un extra devenido en protagonista (Justin Edwards) logran reforzar la presencia de la comedia en pantalla. En línea con los tiempos que corren, La franquicia ubica al humor en un segundo plano para representar un festival de hipocresía y cinismo para retratar el artificial y desalmado modelo de un universo de superhéroes. Finalmente, la miniserie cae en la trampa de convertirse en aquello que tanto repudia, aunque termina siendo algo mucho peor a causa de sus aires de superioridad moral a base de una pereza intelectual alarmante.
NdR: Los ocho episodios de La franquicia están disponibles en Max.
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