
TODO ES POSIBLE EN NAVIDAD Y CON JAMES STEWART
Por Mex Faliero
Para muchos considerada una de las mejores películas de Ernst Lubitsch, el gran director encuentra en esta adaptación de la pieza teatral de Miklós László un territorio ideal para explorar varias de sus obsesiones temáticas y formales. Diálogos veloces, personajes que entran y salen con una enorme fluidez, y un reparto notable, con Margaret Sullavan y James Stewart brillando en los protagónicos como esos compañeros de trabajo que se aborrecen aunque se aman sin saberlo: mantienen un amorío por correspondencia y se prometen un encuentro que demora y demora en suceder, hasta que, claro, obra el milagro de Navidad. Porque en el fondo, El bazar de las sorpresas es una película navideña, una de esas historias positivas en la que las almas de buen corazón terminarán teniendo su recompensa. No antes, claro, sin atravesar una serie de acotaciones mordaces porque, sobre su superficie de screwball comedy y su adscripción a las reglas de la comedia romántica, El bazar de las sorpresas es una comedia sobre el mundo del trabajo y las relaciones de poder que se dan en un espacio como ese.
La obra original se llama Parfumerie (Perfumería) y es precisa sobre sus intenciones de retratar un entorno laboral. Y Lubitsch casi que no saca la cámara de ese lugar para acercarse a sus personajes, una cámara que flota con la ligereza de sus criaturas. Stewart es Kralik, el principal empleado de la tienda del señor Matuschek (Frank Morgan), alguien que lleva nueve años trabajando allí y conoce los secretos al nivel de que su patrón confía (aunque diga que no) en su criterio para comprar o no comprar determinados productos. Sullavan es Novak, una mujer de una enorme perspicacia, y sólo alcanza la forma en que logra conseguir un empleo en la tienda para darse cuenta de su inteligencia. Obviamente Kralik y Novak se llevarán para el demonio, pelearán como perro y gato, mientras las cartas que se envían alimentan cada vez más la necesidad de un fogoso encuentro. A su alrededor orbitan otros personajes, especialmente el arribista Vadas de Joseph Schildkraut y el melancólico Pirovitch de Felix Bressart, un hombre que padece en ese empleo y se somete a algunos maltratos de su patrón porque tiene una familia que sostener. Entre diálogos filosos y un romanticismo que se va cocinando a fuego lento, El bazar de la sorpresas, ambientada en Budapest, da cuenta además de ese clima de preguerra, con problemáticas como el desempleo y una economía compleja en la que los clientes buscan la oferta. Y ver cómo se ponen los precios de los productos es uno de los grandes y sibilinos chistes de Lubitsch. El director, maestro del diálogo, aquí confiando en Samson Raphaelson, uno de sus guionistas habituales, y en el gran Ben Hecht, aunque no figura en los créditos.
Hacia el final, el espíritu navideño se hace presente, no sólo porque efectivamente es Navidad, sino porque se acumulan los buenos presagios. La tienda logra un éxito de ventas, los empleados reciben un suculento premio por el trabajo realizado y Kralik y Novak finalmente descubren, entre revelaciones varias, ser aquellos amantes por correspondencia: un clavel en la solapa alcanza. Habrá que pensar entonces a Stewart, con esta y Qué bello es vivir, como el gran intérprete de las mejores películas navideñas sin ser navideñas, esas que evitan a Papá Noel para aprehender en su respiración los mejores augurios de una época de amabilidad y cierta sensibilidad no del todo lastrada por el cinismo contemporáneo. Y la magia del estilo de Lubitsch, que aún mostrando algo anacrónico como un romance por correspondencia mantiene su vitalidad y modernidad. El bazar de las sorpresas tuvo una versión moderna dirigida por Nora Ephron y protagonizada por Tom Hanks y Meg Ryan, la también magnífica Tienes un e-mail. Ephron en verdad pensaba una reversión de la pieza de László, aunque el espíritu de Lubitsch se filtraba en cada rincón de su notable comedia, que en su momento tal vez fue vista desde la perspectiva de la comedia romántica tan en boga por aquellos tiempos y no fue saludada con demasiado entusiasmo. Malditos prejuiciosos, hay que ver Tienes un e-mail y El bazar de las sorpresas en doble programa y ser felices.
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