Título original: Will & Harper
Origen: EE.UU.
Dirección: Josh Greenbaum
Testimonios: Will Ferrell, Harper Steele, Tina Fey, Will Forte, Colin Jost, Tim Meadows, Seth Meyers, Lorne Michaels, Paula Pell, Molly Shannon, Kristen Wiig
Fotografía: Zoë White
Montaje: Monique Zavistovski
Música: Nathan Halpern
Duración: 114 minutos
Año: 2024
Plataforma: Netflix
8 puntos
AMIGOS SON LOS AMIGOS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Cuando Will Ferrell arrancó en Saturday Night Live, en su primer año fue el integrante menos popular y estuvo cerca de ser despedido. En ese momento, uno de los pocos que lo bancó fue Andrew Steele, el guionista principal del programa (donde trabajó entre 1995 y el 2008), que supo entender las enormes condiciones y potencial que tenía el gran Will. Ambos conformaron una gran amistad y sociedad artística, a tal punto que Ferrell protagonizó películas escritas por Steele, como Festival de la Canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga, A deadly adoption y Casa de mi padre, que están entre lo más inclasificable de la filmografía del actor. Pero la reunión entre ellos se da de forma particular, a través de un documental como es Will y Harper (disponible en Netflix), que es parte un ejercicio terapéutico, parte un abordaje sobre unos cuantos temas espinosos, parte un relato de amistad.
Todo comienza cuando Steele se comunica con Farrell para contarle que ha llevado a cabo su transición como mujer trans y que ahora se llama Harper. Esa noticia, sorpresiva y movilizadora, les sirve a ambos para acordar un plan, que consiste en emprender un viaje por las rutas estadounidenses para realizar algunas actividades que Harper, en su nueva condición, no se anima a hacer sola y, de paso, compartir unos cuantos días juntos, actualizando el largo vínculo que los une. La idea de fondo es que Will, con su fama y carisma, funcione como un pararrayos frente a ese mundo que se adivina hostil para la nueva identidad de Harper, con ambos dispuestos a confirmar o refutar prejuicios. Lo que vemos entonces es una especie de ejercicio casi antropológico metido dentro de una road-movie, en el que confluyen a la vez la mirada introspectiva y la social.
Hay un mérito inicial en la puesta en escena de Will y Harper, que es una espontaneidad casi experimental: si hay cosas ensayadas previamente, no se nota, porque lo que prevalece es la búsqueda de respuestas, el ensayo y el error, propio y ajeno. Por empezar, porque los diálogos entre los protagonistas no eluden las preguntas incómodas o la posibilidad de desconocimiento en ambas partes, en especial por parte de Ferrell, que avanza a tientas, casi reconstruyendo su rol de compinche de Harper. Después, porque todas las situaciones públicas que ambos afrontan muestran componentes inesperados, para bien y para mal. Por ejemplo, la visita a un bar sureño expone como un ámbito a priori discriminador puede ser bastante más amigable de lo esperado y cómo los miedos y reservas están principalmente en Harper, que es la primera en cerrarse. Por el contrario, una cena en un restaurante en Texas, donde Ferrell pretende descomprimir todo asistiendo disfrazado como Sherlock Holmes, los deja expuestos a ambos al escrutinio ajeno, en una secuencia opresiva y angustiante, en la que queda claro que el aura de estrella del actor puede convertirse en un boomerang. Ambos momentos están repletos de humanidad y hablan de una película que puede tener una hipótesis previa, pero que no fuerza los acontecimientos para confirmarla. Por eso se encuentra con la ambigüedad, con instancias luminosas y oscuras.
El otro mérito principal de Will y Harper está en su director, Josh Greenbaum, que tiene en su haber un puñado de potentes rarezas de la comedia como son Barb and Star Go to Vista Del Mar e Hijos de perra. Es esa búsqueda constante del humor, incluso en los pasajes más tristes, lo cual va en consonancia con las conductas de Ferrell y Steele, dos seres que apelan a la comedia como salvavidas permanente frente a las desgracias del mundo. Eso permite que hasta en las escenas de contemplación donde no parece pasar nada, o en las que la densidad dramática alcanza niveles inusitados, la película se mantenga en el espacio de la comedia. Una sobre los viajes y, principalmente, la amistad, con el aprendizaje como gran hilo conductor. Ahí es donde cobra más sentido todavía la canción del final, Harper and Will Go West, compuesta e interpretada por Kristen Wiig, tan graciosa como conmovedora.
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