Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
A La diplomática -al menos en su primera temporada- se la puede ver como una perfecta fusión entre The West Wing y Homeland: de la primera toma todo el ambiente de la política profesional de las altas esferas, los personajes que se la pasan hablando a mil por hora y hasta cierto idealismo sobre lo que debe ser la función pública; de la segunda las intrigas constantes, las tramas repletas de conspiraciones y las atmósferas paranoicas. Por algo la creadora de esta producción de Netflix es Debora Cahn, que en su amplio currículum cuenta con trabajos como productora y guionista en las series previamente mencionadas. Pero Cahn lleva acá una interesante labor de depuración dramática, porque en La diplomática no hay lugar para subtramas que interfieran con el conflicto principal: no hay una protagonista con algún problema -tipo alcoholismo- que interfiere en su profesión; ni una hija o hijo rebelde que se la pasa creando dificultades; o un padre con Alzheimer para generar culpa. No, porque ya tenemos suficiente con el planteo central y sus derivaciones: Kate Wyler (Keri Russell), una experta en diplomacia que se ha estado preparando para ir a Afganistán, pero que a último momento le comunican que ha sido reasignada como embajadora de Estados Unidos en el Reino Unido. Esa posición, que muchos matarían por tener, ella la ve como un castigo, pero, por supuesto, todo está destinado a empeorar, porque a Kate le toca tomar el cargo justo cuando está estallando una crisis internacional tras un atentado sufrido por un buque británico en el que murieron decenas de militares. Irán es el principal sospechoso, aunque pronto empezarán a aparecer otros interesados en que eso pasara, por lo que Kate deberá hacer un equilibrio constante para que no haya derivaciones bélicas graves. Pero, además, Kate tendrá que lidiar con su esposo, Hal (Rufus Sewell), de quien está a punto de divorciarse y que supo ser una estrella de la diplomacia. Y, como si no fuera suficiente, la protagonista pronto se enterará de que está en una lista muy corta de candidatas para reemplazar a la actual vicepresidente, que muy pronto deberá renunciar cuando salga a la luz un escándalo en el que está involucrada. Todo esto, La diplomática lo cuenta a mil por hora, presentando una multitud de personajes que se expresan desde el movimiento permanente, como partes de una maquinaria que nunca se detiene. Todos seres que construyen sus vidas personales desde y por el trabajo, hilvanando un micromundo con reglas propias y que despliega sus debates internos o reflexiones íntimas desde la acción y la toma de decisiones. Por eso es que las subtramas románticas acompañan la historia y se entremezclan con ella, sin correr por carriles paralelos: el vínculo de amor-odio entre Kate y Hal, ese matrimonio que por momentos es autodestructivo, aunque se necesiten mutuamente (no solo profesional, sino también afectivamente); la relación oculta entre el funcionario Stuart Heyford (Ato Essandoh) y la agente de la CIA Eidra Park (Ali Ahn) son parte de un dispositivo al cual refuerzan, consolidan y hasta alimentan. El resultado es apasionante, aunque también en algunos pasajes agobiante: pasan tantas cosas, a tanta velocidad -incluso en los momentos de quietud los personajes permanecen activos- que, como espectador, cuesta seguir el ritmo y unir las piezas de información como lo hacen los protagonistas. Es que precisamente la información y el ritmo al que pasan las cosas son los tópicos centrales de La diplomática, que es una serie que parece haber nacido para el binge watching: cada capítulo nos deja con la necesidad urgente de seguir con el siguiente. Y el final explosivo de la primera entrega, más todavía.
-Los ocho episodios de la primera temporada de La diplomática están disponibles en Netflix. Acaba de estrenarse la segunda entrega y la serie ya fue renovada para una tercera temporada.
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