
Título original: We Live in Time
Origen: Francia / Inglaterra
Dirección: John Crowley
Guión: Nick Payne
Intérpretes: Andrew Garfield, Florence Pugh, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Aoife Hinds, Adam James, Douglas Hodge, Amy Morgan, Niamh Cusack, Lucy Briers, Robert Boulter, Nikhil Parmar, Kerry Godliman, Heather Craney
Fotografía: Stuart Bentley
Montaje: Justine Wright
Música: Bryce Dessner
Duración: 108 minutos
Año: 2024
6 puntos
A24, CON PERMISO PARA LLORAR
Por Mex Faliero
La productora A24 nos tiene acostumbrados a la rareza, a películas crispadas llenas de gestos y poses generacionales, que si bien no inventan nada, simulan hacerlo. Claro que hay películas buenas y películas malas, pero lo que sobresale es una ponderación de lo extraño como garantía de calidad, algo que termina siendo riesgoso por la forma en que lo singular se termina volviendo vulgar o algo absolutamente indolente. Por lo tanto de manera irónica y contradictoria, lo que termina siendo realmente extraño es una película como El tiempo que tenemos, un drama romántico y lacrimógeno, que no esconde sus intenciones y que es absolutamente honesto respecto del camino que va a tomar. Es decir, una película mucho más clásica en sus formas y objetivos, que no es más de lo que se ve, ni intenta serlo. Es decir, la película más convencional del mundo termina siendo la más rara de A24.
Lo que tenemos es a una pareja interpretada por Andrew Garfield y Florence Pugh, que desde el mismísimo prólogo nos dice a la cara que ella padece cáncer, se va a morir y que lo que intentarán, junto a su pequeña hija, es pasar esos pocos meses de vida que quedan de la mejor manera. Esto no es Love story, aunque parezca trazada por las mismas intenciones: es decir, la enfermedad no llega como un baldazo de agua fría, no es una trampa del guión, es un elemento que está ahí y con el que la película de John Crowley convive para pensar un final al camino de los personajes. El que avisa, por lo tanto, no traiciona.
Es noble decir que sí hay algunos pequeños gestos que buscan romper un poco con lo previsible (porque en el fondo A24 pierde algo de pelo, pero no las mañas), aunque son apenas unos momentos de humor que no hacen al todo, aunque son peculiares: un accidente de tránsito que es filmado como si estuviéramos en una comedia de Buster Keaton o un parto en el baño de una estación de servicio que parece sacado de una de los Farrelly. Son momentos que curiosamente en vez de generar risa, generan incomodidad, porque no tienen que ver con las formas que la película mantiene durante la mayor parte de su metraje. Hay también una fragmentación temporal, con un recorrido que va de acá para allá, entre los orígenes de la pareja y el mortuorio final, recurso que hace un poco a la fluidez pero no suma nada en concreto desde lo argumental: la película podría ser narrada de manera lineal y funcionaría de la misma forma. El tiempo que tenemos es una película más, que llama la atención primero por la presencia de A24, pero sobre todo por Garfield y Pugh, que están bárbaros, especialmente en alguna secuencia hacia el final en una pista de patinaje sobre hielo, donde además Crowley demuestra sus dotes de buen artesano y su mano ajustadísima para trabajar el melodrama sin ser demasiado ampuloso. Lo que es para celebrar, en definitiva, es que la casa de la canchereada que es A24 se haya permitido una para llorar sin mayores complejidades, algo que termina siendo más relevante que la propia película.
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