
SUPERMAN
Por Mex Faliero
El reciente estreno de Robot salvaje nos hizo pensar inevitablemente en WALL-E, con la que comparte no sólo la presencia de un robot solitario, sino también una mirada sobre la humanidad y un discurso ecológico. Y, claro, son dos grandes películas, aventureras y vibrantes. Vaya uno a saber qué pasa con los robots, pero han motivado algunas de las experiencias más emotivas del cine de animación reciente, encontrando en esos kilos de metal algo parecido al alma humana. Sin embargo es injusto no mencionar en este camino a El gigante de hierro, la primera obra maestra de Brad Bird en la dirección, película gigante que se fue construyendo entre la tragedia y los problemas de producción, y que sin embargo se convirtió en un clásico, una historia notable sobre la identidad y la violencia, un película repleta de guiños culturales que sin dudas tienen que ver con el propio Bird, verdadero alma mater de este proyecto con el que Warner retomó la producción de cine animado sobre fines de los 90’s, tras el revival de Disney y la aparición en el firmamento de novedades como Pixar y Dreamworks. Una película que tuvo varios escollos, que Warner produjo en la mitad de tiempo que resultaba ideal para desarrollar una película animada, con un equipo de animadores que eran como un descarte de otras empresas, con avances tecnológicos fortuitos como la utilización del programa After Effects para la animación en 3D y con un cambio de tono providencial: Bird alejó la idea del relato con canciones a lo Disney y apostó el todo por una historia dramática, con guiños a la ciencia ficción de los 50’s, la Guerra Fría y las pulp fictions. Sin embargo el apuro por lanzarla al mercado llevó a que su difusión no fuera la adecuada y fracasó en la taquilla; algo que El gigante de hierro pudo revertir con el tiempo, convirtiéndose en un film de culto, y con un profundo mensaje antibelicista.
El gigante de hierro se basa en la novela El hombre de hierro del británico Ted Hughes, quien había escrito esta historia tras la muerte de su esposa, la escritora y poetisa Sylvia Plath. Había ahí un lazo con Bird, quien buscaba exorcizar los sentimientos y emociones que le habían provocado la muerte de su hermana, asesinada de un disparo por su propio marido. Por lo tanto, trasladar la historia de Inglaterra a Estados Unidos en los tiempos de la Guerra Fría fue uno de los movimientos realizados por el director, en una serie de decisiones acertadísimas. Otra fue hacer que esa arma, ese robot que cae del cielo sin conciencia de su identidad como letal arma de guerra y que entabla amistad con un niño que vive solo con su madre, tuviera alma. O si no la tuviera, fuera ganando conciencia de eso gradualmente. Y el personaje termina atravesado por esas dudas existenciales, sin el sopor de los replicantes de Blade runner. En definitiva, ese es el verdadero conflicto de la película: no la lucha entre la vida y la muerte, sino más bien la lucha entre matar o morir. “Las cosas mueren. Es parte de la vida. Es malo matar, pero no es malo morir” le explica el pequeño Hogarth al gigante, en una de la serie de lecciones veloces que le da sobre lo que significa la vida en la Tierra, entre humanos, con sus miedos y tensiones.
Es imposible no dejar de pensar en ET de Steven Spielberg mientras miramos El gigante de hierro, un poco por el origen de los personajes y otro tanto por el vínculo que entablan, y por la presencia violenta de las instituciones que buscan destruir a ese elemento externo, representadas por las Fuerzas Armadas. Pero lo spilberguiano no está expresado sólo en esa suerte de homenaje, sino también en esa mirada sobre la Norteamérica de los 50’s, representada en varias producciones de Spielberg de los 80’s, verbigracia la inoxidable Volver al futuro. Si bien Bird nació en 1957 y su infancia obviamente estaría más atravesada por los 60’s, hay todo un imaginario aprendido en las películas al que el director recurre y que atraviesa la principal secuencia de aprendizaje de El gigante de hierro, aquella escena en la que Hogarth instruye al robot a través de las historietas. El niño le dice al gigante que él es como Superman, ese extraterrestre que cayó del cielo sin saber muy bien quién era, pero el gigante se siente atraído por Átomo, un robot destructivo, algo que Hogarth le niega de plano: “No -le dice- él es el villano y vos sos el héroe”. Esa es, en definitiva, la diferencia entre matar y morir que entiende Hogarth, alimentado por los héroes de la ficción. En morir está implícita la idea del sacrificio, algo que aprehende el gigante en el notable final cuando vuela hacia el misil mientras piensa que se convierte en Superman.
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