
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Es cierto que, a partir de su séptima temporada, The walking dead entró en un bajón creativo significativo, que solo repuso parcialmente en las últimas entregas, aunque con subibajas constantes. El mundo que había construido la serie -que mayormente se mantuvo separado de los spinoffs Fear the walking dead, The walking dead: world beyond y Tales of the walking dead– se había hecho demasiado grande y disperso, y las temporadas de dieciséis episodios (que tranquilamente podrían haber sido de diez o doce capítulos) llevaban a que todo fuera estirado y un poco agotador. Quizás por eso la necesidad, primero, de cerrar la serie madre, aunque dejando abiertas varias historias, y luego de empezar a desarrollar otros spinoffs, que son casi secuelas centradas en personajes específicos. The walking dead: Dary Dixon es en cierta manera una vuelta a las fuentes de la franquicia, con un mundo que se va agrandando progresivamente, sin dejar de poner el foco en su protagonista. Y estamos hablando de Daryl (Norman Reedus), un gran personaje que no aparece en los cómics originales, pero que supo ganarse a los espectadores con su carácter entre agrio y noble. El punto de partida es llamativo, porque lo vemos a Daryl apareciendo en la costa francesa, luego de un naufragio. No sabemos cómo ni por qué llegó allí, pero lo cierto es que inicialmente arriba a un convento y luego se verá forzado a acompañar a una especie de niño prodigio llamado Laurent (Louis Puech Scigliuzzi) hasta un refugio secreto, en un viaje que los obligará a atravesar un país devastado. En ese recorrido, lo acompañará una monja de nombre Isabelle (Clémence Poésy) y se enfrentará no solo a los obstáculos esperables, sino también a poderosos enemigos, como un grupo paramilitar nacionalista que tiene tentáculos por todo el territorio. La serie creada por David Zabel adopta un formato similar al de las road-movies, avanzando y retrocediendo con sus personajes, aprovechando el poder del paisaje de la campiña francesa y de esa ciudad icónica que es París como medios expresivos. Es particularmente fascinante el trabajo con la urbe parisina, convertida en un lugar de pesadilla, pero aún así cautivante. Pero el viaje es también temporal, ya que se establece un ida y vuelta que permite descubrir cómo Daryl terminó en Francia y el pasado de Isabelle, que condicionan acciones del presente. En verdad, el tema de fondo que se intuye en la serie es el de la predestinación, en un sentido espiritual -por algo todos las referencias religiosas y algunos comportamientos de Laurent-, pero también ético y de carácter. Daryl es, obviamente, un héroe a su pesar, alguien que solo quiere volver a su hogar, pero que irá ejerciendo casi por decantación -como es habitual en él- un rol de padre adoptivo y de cuidador con Laurent. Y que encuentra un espejo en el cual mirarse con Isabelle, otro personaje que va asumiendo deberes que no buscó ni para los que se pensó, pero que ejerce con naturalidad. Con solo seis capítulos, The walking dead: Daryl Dixon fluye sin grandes problemas, a pesar de algunos desniveles narrativos, y nos demuestra que Daryl (y Reedus, que encontró aquí el papel de su vida) puede sostener un relato por sí mismo, sin perder su esencia ligada al western. Ojalá que la segunda temporada, que llevará por título The Book of Carol y que le dará mayor incidencia al personaje interpretado por Melissa McBride, no genere la dispersión tan temida.
-Los seis episodios de la primera temporada de The walking dead: Daryl Dixon se emitieron en la señal AMC y están disponibles en Prime Video. La segunda entrega se estrena en septiembre y ya está confirmada una tercera temporada.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: