
UN OVNI
Por Mex Faliero
Ver Silvia Prieto es someterse a una experiencia impactante. Y entendamos impacto no por espectacular en un sentido de gran espectáculo, sino porque impacta y rompe con muchas de las cosas que pensamos de las películas. Es como un piedrazo aventado con toda la fuerza contra la pantalla. Claro que ver Silvia Prieto hoy no generará el mismo impacto que en 1999, cuando se estrenó… o, mejor dicho, cuando aterrizó como un OVNI en el territorio del cine argentino aquel. Es cierto también que ese cine argentino, rebautizado como Nuevo Cine Argentino, nos había acostumbrado a experiencias que se corrían de los lugares habituales del cine argentino de las dos décadas previas, atravesadas por la censura del peronismo de la Triple A y la Dictadura, y por la declamación de los años de primavera democrática. En los 90’s descubrimos los blockbusters nacionales acompañados por la publicidad agobiante de los canales de televisión (preferentemente Telefe y Canal 13) y también el cine de autor. Pero Silvia Prieto era otra cosa, como sigue siendo otra cosa el cine de Martín Rejtman, uno de los directores más importantes para la cinefilia nacional, como de los más ocultos para el público masivo que consume cine nacional. Y Silvia Prieto es otra cosa porque si profundizamos en la raíz de la película encontramos indudables lazos con el costumbrismo tan caro a la comedia argentina, por lo que no estaba tan lejana en el fondo, aunque obviamente un costumbrismo todo lo retorcido por la vía del absurdo que puede serlo el cine de Rejtman.
Explicar de qué va Silvia Prieto es tal vez una tarea inútil. En lo superficial es una comedia sobre amores perdidos, sobre obsesiones, sobre oportunistas; una comedia de decisiones caprichosas, tanto desde la propia narración como desde sus protagonistas: como Silvia Prieto 1 (porque hay otras silvias prietos en la película) robándose un saco de Armani en Mar del Plata porque sí, para regalárselo a su amante, que se lo termina vendiendo al ex marido de Silvia y que con ese dinero le devuelve a Silvia una plata que le debía. Aunque el ex marido de Silvia, que está saliendo con la ex mujer del actual amante de Silvia, termina cruzándose en un restaurante chino con el original dueño del saco, un italiano que caminaba por la Rambla marplatense hasta que se cruzó con Silvia Prieto y perdió su saco. El tano le termina pagando 100 pesos. Así, con esa circularidad matemática se expresa la película y se expresa el cine de Rejtman, que luego se perfeccionaría en Los guantes mágicos, aunque en este nuevo opus se pueden observar algunos apuntes sobre una época del país que no está tan presente en Silvia Prieto, película OVNI, diferente, única, que está anclada en cualquier tiempo y en cualquier lugar y no precisa del contexto.
Como decíamos, la aparición de Silvia Prieto fue algo sin dudas rupturista para el cine nacional y hoy tal vez no llame tanto la atención, debido a que ese tipo de absurdo se ha normalizado un poco más. No es loco pensar que hay alguna continuidad en directores como Matías Piñeiro, especialmente en películas ligeras como La princesa de Francia, aunque sea un tipo de escritura que parezca deberle más a los franceses que a la neurosis deadpan que propone Rejtman. En todo caso alguien que brilló en varias de sus películas fue Valeria Bertuccelli y tanto como actriz y -sobre todo- como director ha logrado traducir a texturas mucho más mainstream algunos de los elementos constitutivos del cine del director de Rapado, Silvia Prieto o Los guantes mágicos. Hay algo en la simetría de las palabras y las frases que Bertuccelli ha ido convirtiendo en una marca propia, acompañándola con una postura corporal que parece relacionar lo neurótico con cierta introspección indie, algo que exploró en sus dos films como directora, La reina del miedo y Culpa cero, o como intérprete en una comedia masiva como Un novio para mi mujer. A 25 años de su estreno, Silvia Prieto sigue tan actual como en su momento de estreno, gracias a personajes que parecen habitar un presente perpetuo y a su humor absurdo y desencajado, que la vuelven absolutamente atemporal.
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