
Por Mex Faliero
NdR: se revelan algunos detalles de la temporada.
La tercera temporada de El Oso está atravesada por los mismos conflictos que atraviesan algunos de sus personajes, especialmente “Carmy” (Jeremy Allen White) y Sydney (Ayo Edebiri): ¿hacia dónde ir, qué camino seguir? Pareciera como si la ficción creada por Christopher Storer hubiera encontrado una cima creativa en su segunda temporada, y ahora sólo descansara en sus laureles con un piso de calidad muy alto, es cierto, pero piso al fin. Esto suena bastante pesimista, pero en verdad no lo es tanto: El Oso todavía nos entrega episodios de un nivel altísimo, como el sexto Napkins y el octavo Ice chips, que es a su vez la síntesis de dos caminos que suele tomar la serie: Napkins es el episodio reposado, el amable, el reconfortante (como el de Richie en la segunda temporada) e Ice chips es el neurótico, el pasado de rosca, el que parece estar a punto de explotar a cada minuto (como el de la Navidad de los Berzatto). Por fuera de estos episodios de altísima calidad (donde también podríamos inscribir el primero, Tomorrow, una obra maestra del montaje y la síntesis), la tercera temporada parece girar alrededor de las obsesiones de “Carmy”, del ninguneo que ejerce sobre Sydney y del vacío que le genera el objetivo de tener una estrella Michelin en su restaurante. Sobre eso, entonces, es que giran el resto de los personajes y sus conflictos, presos de la intemperancia del reputado y traumado chef. Un poco la temporada habla de los legados, de por qué nos dedicamos a aquello que nos dedicamos, de si con la pasión alcanza, de si podemos echarle la culpa a los demás de nuestras propias decisiones, de si los objetivos que nos trazamos tienen algún sentido. Y ahí está “Carmy” enfrentando sus miedos y muy especialmente al psicópata chef David (Joel McHale) para descubrir que un poco ese maltrato que recibió no sólo era el combustible que necesitaba, sino que son los modos con los que hoy él trata a los demás. Y ahí está Sydney, tentada por el dueño de otro restaurante y con una mezcla de angustia y dolor por tener que comunicar su ida de The Bear. Así como quedaron las cosas al cierre de temporada, parecería que la cuarta sería la última, porque completaría el arco de los personajes y de la propia historia. Lo que está claro es que se trató de una temporada lúgubre, pesimista, fatalista, con la muerte como elemento constante, literal (la mamá de Marcus) o metafóricamente (el cierre de un restaurante). Más allá de que se trató de la temporada más irregular, El Oso sigue siendo de lo más interesante que se produce hoy en plataformas, una serie con una personalidad arrolladora y con decisiones de puesta en escena que se alejan de la comodidad que ofrecen un montón de series sin personalidad. El Oso toma sus riesgos y, en ese proceso, se abisma a la posibilidad de fallar. Y en ese gesto también se iluminan los personajes de la serie, uno más querible que otro, uno más humano que el otro. Humanidad, que es lo que respira esta serie fenomenal, detrás de toda la neurosis que exudan sus personajes.
NdR: las tres temporadas de El Oso están disponibles en la plataforma Disney+.
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