
REVISIONISMO
Por Mex Faliero
Fui a ver Tornados. No porque sea un fanático de Twister que quería ver cómo habían hecho una remake, sino que la fui a ver como quien va al cine una semana cualquiera a ver algo que está en la cartelera. Más o menos como el espíritu de contador público con el que está hecha Tornados: una película profesional, prolija, coherente entre sus objetivos y sus resultados, pero carente de toda emoción, de toda marca identitaria que la vuelva recordable. Extrañamente dentro de treinta años alguien haga una remake de Tornados así como ahora se hizo una de Twister.
Lo repito, no soy un fanático de Twister. Recuerdo que fui muy emocionado allá por 1996 a ver esta película de tornados dirigida por Jan de Bont, el mismo de la adrenalínica Máxima velocidad. Pero salí del cine con un gesto que era una mezcla de desaprobación y desgano. Por aquel entonces toda película que utilizaba efectos digitales era una invitación a ir al cine: era una época de maravillarse ante la pantalla, de sorprenderse con cada imagen que simulaba lo real. De Terminator 2 a Jurassic Park, de Día de la Independencia a Armageddon. Y Twister nos ofrecía esas imágenes sorprendentes, pero lo hacía de forma espasmódica. En verdad lo que importaba era otra cosa y lo descubriríamos con el paso del tiempo (y las revisiones constantes): la de Jan de Bont era una comedia de rematrimonio apresada en una película catástrofe. Así como Máxima velocidad era una comedia romántica apresada en el envase de una película de acción. Pero el problema que tenía Twister, al menos para este espectador de 18 años que fui, era que el conflicto entre Jo Harding (Helen Hunt) y Bill Harding (Bill Paxton) no tenía una relación directa con los tornados como sí en Jurassic Park, donde la relación entre los dinosaurios y los conflictos humanos era más evidente. Claro, Twister era una película menos sobre tornados y más sobre dos personas adictas a la adrenalina que se redescubrían en medio de un desastre natural.
Con el paso del tiempo no es que he pasado a creer que Twister es una obra maestra, pero sí una película mucho más interesante de lo que me resultó por aquel entonces. Primero porque comprendí el peso del vínculo entre Jo y Bill, su relación con un clasicismo que pretende emular (en los 90’s la relación con el cine de los 40’s y 50’s todavía estaba presente en los blockbusters), era mucho más relevante que ver cómo volaban las cosas, pero también porque descubrí un espíritu aventurero que se animaba a algunas ridiculeces, como vacas volando por ahí y una casa en medio de la ruta que era atravesada por una camioneta, como si de pronto el espíritu de Buster Keaton hubiera tomado posesión de la trama de Twister. En Twister había tornados que destrozaban casas y gente a la que ayudar, pero la película era consciente de su artificio y su textura cinematográfica. El padre de Jo moría en la primera gran secuencia del film, pero eso volvía a la protagonista más curiosa y aventurera, y no temerosa y apesadumbrada como pasa con la protagonista de Tornados. En Twister el grupo era realmente importante, el contacto con el otro, la comunión que se daba en esa magnífica escena en la casa de Meg. Twister es esa sartén con huevos y un bife así de ancho.
Se podrá decir que hoy el cine no puede plasmar una escena como la de la casa de Meg, porque las emociones de hoy son más virtuales y no existen esos códigos para trasladarlos a la pantalla. Y mucho menos el espíritu aventurero de aquel film. Por cierto es interesante ver Twister y ver Tornados para compararlas, dos películas que en todo caso son correctas para su tiempo, pero que explicitan algunas de las cosas que se perdieron en estas tres décadas.
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