
Por Mex Faliero
De manera imprevisible (o no tanto, uno al final nunca sabe cómo ocurren estas cosas) Bebé Reno se convirtió en la serie del momento, en tema de conversación en redes sociales y también en la vida diaria: el “¿viste Bebé Reno?” es una de las cinco preguntas obligadas del mes. Bien, si comienzo esta columna de esta manera es un poco porque la serie creada y protagonizada por Richard Gadd, a partir de su propia experiencia personal, ha trascendido la pantalla hasta volverse en rumor mediático, con noticias que surgen todos los días acerca de los verdaderos personajes representados en la ficción, en idas y vueltas, en acusaciones cruzadas en… en… en… Bebé Reno parte de lo real, se convierte en ficción y vuelve al campo de lo real para volverse casi una leyenda urbana: la del flaco acosado por una mina que terminó destrabando un conflicto interior. O no. Una cosa a favor de Bebé Reno: toda la desconfianza que se puede generar a partir de su excesiva presencia mediática es revertida por el valor de una miniserie que tiene algo más para ofrecer que el impacto de una historia que bordea la sordidez, pero nunca la abraza. O lo hace en un episodio, el cuarto, que es un divisor de aguas; a partir de ahí no se puede seguir viendo Bebé Reno como la comedia retorcida que es en un primer momento. Lo que intenta en primera instancia Gadd es buscar la empatía en ese otro (la actuación de Jessica Gunning es increíble), por más enfermo que sea su comportamiento -y lo hace hasta el límite de nuestra tolerancia como espectadores-, y después tratar de entender las necesidades personales de un artista que grita al viento que alguien lo quiera. Ese parece ser el verdadero conflicto de Bebé Reno: la búsqueda del amor, el cariño, la comprensión, en el contexto de una sociedad deshumanizada. No creo que Bebé Reno sea la maravilla que todos señalan, pero sí que está un paso por encima de lo que la suma de sus elementos hacía presagiar. Aun con polémica y con decisiones que pueden ser cuestionables, Gadd hace el esfuerzo de alejarse lo más posible de la misantropía al uso. Y ese es el verdadero acierto de Bebé Reno, algo mucho más arriesgado porque no le termina dando una respuesta cómoda a su espectador potencial. Habrá que ver si Gadd en un futuro logra alejarse de lo autorreferencial y si varios de los aciertos de esta miniserie pueden ser revalidados en otra historia que no precise del aval de lo real para ganar prestigio.
NdR: Los siete episodios de Bebé Reno se pueden ver en Netflix.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: