Siete redactores de Funcinema. Siete textos. Siete miradas al año que se está yendo. Un recorrido por las películas, las series y las imágenes que nos quedaron este año. Odas a Misántropo y Puan, o al final de Guardianes de la Galaxia Vol 3. Stallone, cine de terror y la serie Bronca. Y un recuerdo melancólico del final de The marvelous Mrs. Maisel. Para irnos, un cuentito, de amistad y cinefilia.
Esperamos que disfruten estos textos como nosotros disfrutamos este año de cine y series. Y los deseamos un gran 2024 que será bueno, siempre y cuando haya películas.
LA MAGIA DEL CINE CONTINÚA INTACTA
Por Emiliano Attadia
Recuerdo centenares, aunque la memoria se vuelve difusa después de los 30 años, de cumpleaños, donde el atractivo principal era el mago que oficiaba, además, de animador. Muchas veces el atractivo pasaba por el carisma mismo de este, más que en la habilidad de su profesión. Sin embargo, el asombro aparecía en el final, en ese truco que no esperabas, pero muchas veces requería de varios minutos de distracción. El cine tiene mucho de esto: la construcción de pequeños diálogos o escenas fuera de contexto para llegar a un punto en el tercer acto que todo se conecta, como la paloma blanca bien guardada que tenía el mago. Ese desconcierto, y sorpresa final, aparece en Misántropo de Damián Szifron y en Puan de María Alché y Benjamín Naishtat. En la primera, más allá de ser un policial clásico americano, muestra la sociedad del país del norte con sus peores vicios (discriminación, portación libre de armas, poco tratamiento de la salud mental) para nutrir los aspectos más complejos del serial killer de turno. La segunda está atravesada por un contexto sutil, y muchas veces humorístico, de declive social y político; en los impensados últimos minutos, cuando todo se inclinaba a una disputa física entre los dos personajes principales, la coyuntura se devora todo conflicto personal. La sorpresa de los largometrajes es el regreso a esa infancia despreocupada.
THE DOG DAYS ARE OVER
Por Patricio Beltrami
Si no fuera porque Steven Spielberg y Martin Scorsese decidieron estrenar sus enésimas obras maestras, Guardianes de la Galaxia Vol. 3 habría sido la mejor película del año. En un contexto donde el cine de superhéroes atraviesa su peor crisis en cuanto a calidad y recaudación, la trilogía de James Gunn se ha convertido en un faro para recordar que lo que este subgénero debería ser: divertida, entretenida, visualmente atractiva, creativa en cuanto a la creación de mundos y personas (nadie podrá sacar a Rocket Raccoon del Olimpo del Universo Marvel), profundamente humana con conflictos terribles y resoluciones que están a la altura de semejantes aventuras. Sin embargo, lo más maravilloso es que esta formación de los Guardianes de la Galaxia haya llegado a su ansiado y merecido final feliz de la manera más alegre y emotiva posible: celebrando entre amigos a puro baile. Al ritmo de The dog days are over (temazo de Florence and The Machine), los guardianes finalmente se despojan de todos los traumas, las cuentas pendientes, los compromisos superheroicos para festejar la dicha de estar juntos y, finalmente, elegir sus propios caminos para vivir un futuro en paz. Sonríen. Saltan. Se abrazan. Ríen. Lloran. Bailan. Lo lograron. Finalmente son felices. Y nosotros también, gracias a ellos. The dog days are over.
CÓMO NO CREER
Por Rodrigo Seijas
La última frase que le escuchamos decir a Sylvester Stallone en el estupendo documental Sly (que puede verse en Netflix) es “estoy en el negocio de la esperanza. Y si no les gusta, entonces dispárenme”. No sólo es otra línea ingeniosa o una declaración de principios astuta de un artista que encontró en Rocky Balboa a un personaje inmortal. Es, en verdad, el resumen de una forma de ver el cine y la vida de un hombre que las pasó todas, que parece haber entendido todo -en buena medida a las piñas, no sólo físicas, sino también psicológicas- y que, al mismo tiempo, muestra una consciencia cabal de que todavía le queda mucho por aprender. Lo de Stallone en el film de Thom Zimny es toda una revelación, porque constituye una lección de ética y moral sobre el trabajo cinematográfico, las implicancias de los artificios ficcionales y las conexiones con la vida real. Y también sobre lo que significa ser un ícono en tiempos donde la maquinaria hollywoodense se ha convertido en un ámbito culposo y cínico a la vez. Ahí es donde aparece este animal del cine capaz de reivindicar las secuelas, de decirnos que hay historias que no se acaban con una sola película y que merecen ser contadas hasta el final. Y que sí, que su historia todavía no terminó, que todavía puede dar pelea, que “esto no se acaba hasta que se acaba”, como bien decía el sabio Balboa. Sí, el negocio de la esperanza está vivo y arrojando puñetazos. Cómo no creer.
DE CINE Y DE MIEDO
Por Matías Gelpi
El cine (en realidad mi experiencia con el cine) necesita su propio “boom” de la masa madre, su propio auge del café de especialidad, su propio y necesario momentum de la cerveza artesanal. Obviamente, no me refiero al costado más nefasto de estas tendencias culinarias, que han derivado, en muchos casos, en empeorar, encarecer y convertir productos cotidianos en bodoques sobre-analizados, snobs y medio imbéciles, sino a su espíritu inicial de vuelta a las bases, de redescubrimiento de la esencia de la cosa. Las 10 películas que más me gustaron en 2023 fueron vistas en la sala, a pesar de que algunas estaban anunciadas para rápidamente aparecer en las cómodas plataformas (y por ende también en los sitios fenicios) y para mí esto es un síntoma de lo que estoy necesitando como espectador: pantallas y emociones grandes, películas con humanidad y con el impacto suficiente para sacudir el modelo plano del cine algorítmico de pura velocidad irreflexiva y poca sustancia. Mientras escribo esto, tengo en mente dos momentos cinematográficos terribles y perfectos. Los dos tienen que ver con el miedo; pero uno impactante, lovecraftiano y fantástico; y el otro crudo, realista y visceral. Los dos son de películas generadas por el dinero de las plataformas de streaming y que por propia potencia llegaron por un breve tiempo a las salas. En el primero la llegada de un demonio de cara imposible que grita y nos paraliza en Evil Dead: El despertar; el segundo el alud que mata, desespera y empuja a límites indescriptibles a los sobrevivientes de los andes en La sociedad de la nieve. Los dos son emoción, cine y una declaración de principios.
UN ÁRBOL Y UNA BRONCA
Por Guillermo Colantonio
No creo que haya sido un gran año a nivel de estrenos en general, ni que los festivales hayan contado con una cantidad de títulos increíbles, no obstante, los buenos son potentes de verdad. Fallen leaves es, además del título original de Hojas de otoño de Aki Kaurismaki, también el título de un hermoso cortometraje que Alice Guy Blaché nos regaló en 1912 y que tardamos una eternidad en ver y valorar. Hoy, sólo la pereza es un impedimento para redescubrir estas joyas perdidas y también para reescribir la historia del cine. Una niña se entera de que su hermana mayor está al borde de la muerte. El doctor viene a verla y, aunque quieren ocultarle su diagnóstico porque aún es muy pequeña, ella pone la oreja y escucha que la joven morirá cuando caiga la última hoja de los árboles del jardín. Entonces, la pequeña intenta devolver las hojas al árbol para evitar ese presagio funesto. Que la escena, pese al tenor dramático, pertenezca al orden de la poesía visual es gracias al talento de Alice Guy Blaché, una enorme directora que está siendo reivindicada en diversos espacios. Me acordé de este momento, de la belleza de este momento, en el tramo final de la película de Kaurismaki. Imaginé un árbol en medio de la sala y a todos los espectadores colgando las hojas para que la película nunca termine.
Alguien comentó en otra de estas reuniones sociales acerca de un perfil en Instagram que le había llamado poderosamente la atención, y que para él, eso representaba el origen del mal. La persona que se describía daba cuenta de que sentía odio por el mundo y les deseaba lo peor a todos. Una reacción posible es demonizar, pagar con la misma moneda. Otra, pensar. Eso hicimos. Me acordé de una serie que está teniendo bastante éxito y que comencé por curiosidad para ver a dónde me llevaba, sin muchas expectativas. Se llama Bronca (Beef) y está protagonizada por dos coreanos, hombre y mujer, que quedan involucrados a partir de un incidente automovilístico en una especie de odio que irá creciendo con el desarrollo de la trama. Beef significa carne de res y es una forma que en inglés da cuenta del rencor que uno puede sentir hacia el otro. No son las acciones lo más interesante de la serie; tampoco sus golpes de efecto. Sí, lo que permanece fuera de campo por un buen rato (y que para muchos puede durar una vida sin develarse): el dolor. No hay bronca sin dolor, sin amor, sin dignidad, con exclusión, con tanto hijo de puta suelto. El guionista coreano Lee Sung Jin nos lleva por un paseo engañoso y adictivo, pero lo que valen son las preguntas, sobre todo una: ¿cuánta maldad somos capaces de hacer cuando guardamos desde años bronca y qué tan hechos mierda podemos quedar? La respuesta tal vez pueda encontrarse en la serie. Mientras tanto, entre las canciones que se escuchan, Morphine nos avisa Algún día habrá una cura para el dolor.
DOS VIEJAS CHOTAS
Por Mex Faliero
Este año en el que una avalancha me pasó por arriba y me quitó la respiración, quise vengar las torturas sufridas por un mapache y sus amigos y me reí desquiciadamente con cada chiste de humor negro de Los asesinos de la luna, encontré de nuevo en las series ese espacio de confort que tanto anhelamos. La última temporada de The marvelous Mrs. Maisel no sólo fue perfecta, sino que tuvo en el último episodio un final a la altura. No fue sobre el escenario, no tuvo glamour, no fue trascendente, ni una revelación de última hora. Apenas una charla, Midge y Susie, hablando por teléfono mientras miran Jeopardy, un guiño a la relación que mantenían Mel Brooks y Carl Reiner, que se juntaban a cenar y ver ese mismo programa todos los días, pero sobre todo una definición acerca de esos personajes que acompañamos a lo largo de cinco temporadas y el vínculo que entablaron con nosotros. Fue como ver charlar a dos amigas de toda la vida, dos viejas chotas millonarias que se cagan de risa hasta el final. Esa falta de solemnidad, esa ausencia de cinismo y esa celebración de la amistad por sobre todas las cosas fue el broche de oro para la mejor comedia norteamericana en años. Una serie que fue un lujo y terminó allá por lo alto. Las queremos y las extrañamos a Midge y Susie.
SUPERAMIGOS
Por Gabriel Piquet
Un niño de unos 10 años da vueltas por un altillo, abre cajas, no se queda quieto. Un hombre mayor llega y le hace un gesto con la mano para que se siente. Saca una foto que está impresa y se la muestra. El niño sorprendido la agarra, observa y le dice: “¿Quiénes son?”.
Verano del 2024, mis padres me dejaban en una colonia de vacaciones; estaba desde la primera hora del día hasta la noche. Los primeros días de adaptación me sirvieron para conocer a los que serían mis amigos inseparables por dos meses. Eramos 4: Gonzalo, que se hacía llamar Marvel Boy; Esteban, el inteligente del grupo; y la hermosa Sandra. Nos conocimos el día que no quisimos jugar al handball, y los profesores nos castigaron mandándonos a limpiar el salón de actos.
Sandra nos convenció de que jugáramos a ser cineastas, y los siguientes días fueron películas improvisadas en los diferentes salones de la colonia que nos servían de locaciones o lugares que imaginábamos como un estudio de cine. El inteligente se puso un sombrero que consiguió en su casa y fue Indiana Jones, un héroe popular en los 80. Marvel Boy improvisó una nave con pedazos de chapa que servían para poner las publicidades en la cancha de fútbol, y fuimos los Guardianes de la Galaxia. A mí se me ocurrió dibujar en un papel una seguidilla de páginas; en todas aparecía un perro o un robot. Improvisé mi propia versión animada de Robot Dreams y la filmé en un cuaderno con uno de nuestros celulares. Todos esperábamos el día en que Sandra trajera su idea para armar la película. Llegó el momento, nos escapamos en la hora de la siesta, cuando estaban aprendiendo el reglamento del softball; nos metimos en el salón de actos, que era el más grande. Hicimos una pequeña ronda, ella comenzó a hablar.
“Hace unas semanas que nos conocemos, pero han sido los días más felices de mi vida. Las mejores películas las vi en mi casa o en el cine gracias a las recomendaciones que ustedes me dieron, aunque las que más me gustaron fueron las que hice junto a ustedes. Fui parte de un equipo de Misión: Imposible, luché contra algo maligno como en el edificio de Evil Dead y tratamos de deshacernos de un embichado como en Cuando acecha la maldad. Estas aventuras que copiamos nosotros y las filmamos precariamente con el celular me hicieron feliz”. Todos escuchamos atentamente lo que Sandra decía.
“Como en las películas, demostramos que somos un equipo, que somos amigos antes que todo”. Sandra se acercó a cada uno de nosotros y nos dio un beso en la mejilla. Nos miramos con algo de vergüenza, asombro y alegría.
“Ese beso que les di será nuestro sello, el pacto de que seremos amigos para siempre. Mañana todos traeremos una idea propia y haremos nuestra propia película, la película que durará toda la vida”.
Fue lo último que supimos de ella. Al otro día, cuando Marvel Boy, el inteligente y yo trajimos nuestras ideas, Sandra no apareció más. Escuchamos que sus padres se habían separado y no dejaron que terminara la colonia de vacaciones.
No fue lo mismo sin ella, nos faltó una parte. Al final del verano nos despedimos con Marvel Boy y el inteligente, nos abrazamos y nos dijimos que nos veríamos el próximo año. El abuelo mira la foto, tiene una lágrima en su mejilla. El niño se lo queda mirando y le dice: “Abuelo, tengo tres preguntas”. El viejo se seca la lágrima.
“¿Marvel Boy y el Inteligente?”. El viejo se ríe. Los voy a ver en un rato cuando vaya al club.
“Abuelo, ¿qué eran Misión: Imposible, Indiana Jones y Los guardianes de la galaxia?”. Películas; después le vamos a decir a la IA, a Sandra, que te las muestre.
“Abuelo, la IA de tu casa se llama como tu amiga”. El viejo vuelve a reírse. El abuelo mira al niño y le dice: “¿Cuál era tu última pregunta?”.
“¿La amistad dura para siempre?”. El abuelo le contesta: “Sí, como las imágenes de las películas que vimos”.
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