Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La primera temporada de Sweet tooth había sido una agradable sorpresa a partir de su combinación de cuento infantil y fantasía distópica, donde la ambigüedad iba de la mano de la sensibilidad y la historia de aprendizaje. Era, también, una pequeña lección de cómo presentar un mundo con reglas propias y un conjunto de personajes atractivos individualmente, y a la vez complementarios entre sí. Por eso la segunda temporada despertaba grandes expectativas, que no se ven satisfechas del todo. Eso no significa que el saldo sea negativo: por el contrario, la serie creada por Jim Mickle y Beth Schwartz consigue consolidar un piso narrativo, estético e incluso ético bastante alto, y del que va a ser bastante difícil que baje. Sí es cierto que a la primera mitad de esta nueva entrega le cuesta superar el estatismo y progresar más allá de donde había dejado previamente a sus protagonistas. Especialmente a Gus (Christian Convery), encarcelado junto a un grupo de híbridos como él por las fuerzas del General Abbot (Neil Sandilands), que a su vez presiona al Doctor Singh (Adeel Akhtar) para que encuentre una cura para la nueva cepa del virus que ha arrasado con casi toda la humanidad. Por otro lado, Aimee (Dania Ramirez) y el Grandote (Nonso Anozie) también procuran planificar un rescate que debe reformularse varias veces; y Bear (Stefania LaVie Owen) emprende un camino propio, aunque con un objetivo similar. A la vez, tenemos breves pantallazos al pasado y presente de Birdie (Amy Seimetz), que indagan en su participación en los experimentos que llevaron al surgimiento del virus y su lucha por proteger a Gus. Ese tramo, bastante extenso y marcado por escapes frustrados, experimentos con éxitos parciales y planes que no están del todo claros, dificultan el seguimiento de las acciones, que incluso caen en cierta repetición. Sin embargo, a partir del quinto capítulo, What it takes, el rumbo de los conflictos queda más patente y los acontecimientos se precipitan. Lo que vemos entonces es el desarrollo de una batalla de voluntades y ambiciones, donde Abbot se convierte definitivamente no solo en el gran villano de la historia, sino también en el personaje que mayor incidencia tiene en las conductas de los demás. Eso permite que los siguientes tres episodios (How it started, how it´s going, I´ll find you y The ballad of the last men) puedan verse casi como una película, con tres actos bien diferenciados y a la vez complementarios. Si el primero es el seguimiento de una fuga que se da en diferentes planos espaciales, a través de un montaje frenético; el segundo opera como una especie de road-movie donde eventos del pasado condicionan al presente; y el tercero es una batalla final donde hay unas cuantas revelaciones y varias pérdidas. En todos estos episodios reaparece esa fusión particular que ha logrado la serie entre la épica y la melancolía, con algunos pasajes ciertamente conmovedores o hasta definitivamente tristes. Por ejemplo, todo lo que pasa con Singh y su creciente obsesión por encontrar la cura, o la odisea de Aimee para salvar a sus hijos y garantizarles un futuro mejor toma tintes tan trágicos como lógicos a partir de las decisiones que toman. Pero, además, el relato encuentra nuevos personajes -toda la pandilla de híbridos es muy querible- y dilemas morales (como los que atraviesa Bear) que renuevan y potencian su encanto. El cierre de la temporada deja todo servido para otro viaje -que se presupone físico y afectivo a la vez-, que a su vez servirá para darle una conclusión a la serie. Sweet tooth, aún con sus desniveles, mantuvo una sensibilidad y honestidad inusual en la televisión de hoy, que la convierte en uno de esos lugares donde el dolor no se niega, pero el cariño tampoco. Y ese es un mérito que no debe subestimarse.
-Los ocho episodios de la segunda temporada de Sweet tooth están disponibles en Netflix. Ya está confirmada la tercera y última temporada.
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