
Por Mex Faliero
En El último gran héroe, aquella obra maestra de John McTiernan injustamente maltratada, aparecía una suerte de holograma de Humphrey Bogart que mantenía con vida al actor. Era un gran chiste y, también, una mirada algo trágica sobre cómo la tecnología modificaría nuestra vida en el futuro. El último gran héroe es una película que hay que rever, no solo porque anticipa muchos de los males del presente vinculados con la producción de cine de alto presupuesto, sino porque es además una película divertidísima llena de grandes ideas. Pero más allá de eso, no puedo dejar de pensar en la presencia de Bogart en aquella película cuando observo con absoluto desconsuelo la fascinación con la que se vive hoy este presente de inteligencias artificiales que parecen relegarnos amablemente al triste rol de esclavos (no aprendieron nada de Terminator, chicos). Y no dejo de pensar en aquel Bogart porque detrás del supuesto avance y progreso que llega con todo esto existe una suerte de pensamiento conservador que se expresa mediante la habilidad de la tecnología para reproducir y mezclar saberes que ya teníamos. O de mantener con vida algo que murió hace un tiempo. En la inteligencia artificial no hay nada nuevo, más allá de la propia herramienta. A propósito escuchaba una entrevista radial esta semana en la que todos se mostraban fascinados con un músico de Instagram que, por medio de diversas tecnologías -y algún saber-, lograba copiar los estilos musicales de Charly García a Andrés Calamaro, de los Redondos a Tan Biónica. Puede ser divertido, hasta lúdico, el experimento, pero no dejaba de ser la réplica de algo que ya teníamos y conocíamos. En algún sentido, generaciones que se acercaron al cine mirando la secuela número 10 de la película que vieron a los 12 años no podían más que quedar presos de un loop en el que nunca pueden despegarse de sus gustos de la infancia o adolescencia. Hay algo conservador en eso y las inteligencias artificiales parecen ser la representación tecnológica de ese sentir, la síntesis y la cima. ¿Se imaginan si en los 40’s hubiera existido esta máquina que nos replicara a Bogart hasta el infinito? La vida del arte se hubiera detenido en un espacio y momento, sin posibilidad de avanzar y encontrar nuevas expresiones. Sería como el Bogart de El último gran héroe pero sin la más absoluta gracia. Un espacio de confort y seguridad, pero sin el más absoluto riesgo.
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