Por Cristian Ariel Mangini
El asunto de El marginal es que después de la horrenda tercera temporada no había mucho que esperar de la resolución. Sí generaba cierta intriga el choque de los Borges con Pastor (Juan Minujin) en un conveniente golpe de suerte, o el imponente aspecto de la cárcel de Puente Viejo como un espacio con otra dinámica de poder y dimensiones que se presentaban faraónicas. Hay, de hecho, otra dinámica de poder con un desquiciado Luis Luque que presenta en sus primeros episodios un personaje interesante que de a poco se vuelve, como sucedió en las otras temporadas, apenas un antagonista más. La cuarta temporada apuesta a desarrollar varias subtramas y abrir el camino a una huida desesperada que termina frustrada a raíz de acciones fortuitas y aleatorias. Ni hablar del desarrollo de personajes como el de Silvia, con una Julieta Zylberberg desaprovechada, o el caso de Rodolfo Ranni, haciendo nuevamente de Ranni, en un papel que se presenta interesante y se va desluciendo más allá de su caricatura. Sin embargo la cuarta temporada tiene una noción de crescendo dramático y da un nuevo relieve al personaje de Diosito (Nicolás Furtado) con un flashback, además de generar cierta intriga en cómo se mueven las piezas dentro de ese espacio. Una vez llegamos a la resolución es todo un poco apresurado, pero uno casi desearía que el final de la serie sea ese. Pero no, en su lugar tenemos una quinta temporada, una especie de apéndice con personajes irrelevantes, un culto inentendible y una nueva dinámica de poder que, a diferencia de la que vimos en la cuarta, no nos logra enganchar en absoluto porque es un deja vu de la primera sin su intriga ni su tensión. Esto en parte es porque el personaje del Borges de Claudio Rissi está más viejo y con una diabetes galopante. Es decir, entre 4ª y 5ª temporada el personaje sintió de repente los rigores de la edad por su bajón emocional. Un ataque de realismo que El marginal jamás tuvo y no es bienvenido en absoluto porque es sencillamente una forma de arrojar personajes por la borda. Al final nos queda el “Bardo” de Ariel Staltari, introducido en la cuarta temporada como un personaje de cierto relieve que acompaña su trabajo actoral solvente y derrapa en la quinta temporada. No por la interpretación de Staltari sino por el guion al que se tiene que atener, a años luz de su recordado papel en Okupas. ¿Qué decir del ataque de solemnidad reflexiva de Pastor, poniendo en palabras lo que la serie ya nos había subrayado durante más de cuatro temporadas? ¿O el forzado final con personajes que olvidan acciones del pasado u omiten acciones que resultaron determinantes? Cuanto más lo pensamos más nos hundimos en sus agujeros de guion. La quinta temporada es, junto a la cuarta, la que mejor filmada está, con planos largos y secuencias de acción bien llevadas, a menudo tomando influencia del cine de terror; pero su relato nos deja el sabor amargo de saber que El marginal fue siempre apenas la promesa de lo que pudo haber sido después de la primera temporada.
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