Por Mex Faliero
El tercer episodio de la segunda temporada de la serie documental de Netflix Las películas que nos formaron está centrado en Jurassic Park. Ya hemos hablado de esta serie (acá y acá) por lo que diremos brevemente que su principal atractivo es conocer no el detrás de escena de cómo se hicieron, si no el detrás de escena de cómo llegaron a hacerse: las idas y vueltas entre empresas, productores, directores y guionistas que dilatan todo hasta límites insospechados. En el episodio de Jurassic Park, más allá del aspecto tecnológico y de su mirada a lo que fue aquella experimentación con el CGI, hay un momento que sirve como fundamentación para todo el concepto que encierra la serie. Porque, en el fondo, lo que intenta decirnos esta producción prepotente y orgullosamente hollywoodense, es que hay en las películas elegidas una impronta generacional que las vuelve parte del pasado de un amplio sector de la audiencia. Nostalgia pura. Ese pasaje del capítulo sobre Jurassic Park es la lectura de una de las escenas de la película, aquella en la que Alan, Ellie y el resto de los personajes llegan al parque y ven por primera vez un dinosaurio. Que es, también, el primer dinosaurio que ven los espectadores en la película. Los personajes se bajan de sus vehículos y se acercan, sus rostros impávidos son los rostros también del que está en la butaca mirando; la cámara está donde tiene que estar: desde los ojos humanos contemplando la maravilla. Spielberg había ocultado a sus criaturas lo más posible y de repente nos revelaba un mundo inusitado, criaturas míticas que cobraban vida por arte y magia de la tecnología; tanto adentro como afuera de la pantalla. Jurassic Park, como Toy Story, son las dos películas que mejor reflexionaron sobre la tecnología y lo hicieron de forma solapada, por debajo del cuento. Cuando veo esa escena de Jurassic Park es imposible no pensarme de nuevo como el joven de 15 años que vio la película en el cine y que se sorprendió a cada momento. Y pienso si el cine perdió esa capacidad progresivamente o es uno que está más viejo y pocas cosas lo sorprenden. Me inclino más por la primera definición. El advenimiento de la tecnología y de la capacidad de hacer posible cualquier imagen tiene su magia, pero le hecho perder a las películas el espíritu de aventura, de sorpresa, de maravillarse con lo que pasa en la pantalla. Pienso en Terminator 2 (que no vi en el cine), en Jurassic Park, en Titanic, también en Avatar, que fue la última película que me provocó eso, la impresión de estar ante algo único, diferente a todo. Películas que no solo son eventos tecnócratas, sino que tienen grandes directores detrás de cámara, visionarios, que saben usar la tecnología pero nunca pierden de vista que están contando un cuento y que debe maravillarnos. Tal vez esas imágenes hoy se nos hicieron tan normales que ya nada nos sorprende; los espectadores nacen rodeados de tanta tecnología que no logran ver los pasajes como nosotros pasábamos del tipo con un traje de goma al monstruo de CGI. O tal vez no haya más de esos directores capaces de descubrir el valor de una imagen e imprimir la leyenda.