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Real life (1979)



LA VIDA NO ES BELLA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Es interesante pensar a Real life, el debut de Albert Brooks en la dirección, como una suerte de respuesta a todo ese cine solemne que tomó por asalto a buena parte de la producción audiovisual norteamericana durante los 70’s. El desengaño que sufrió la sociedad estadounidense en el post-Vietnam llevó a que el cine asimilara ese clima de época potenciando historias oscuras, pesimistas y en exceso discursivas, en las que el cinismo y la deshumanización fueron ganando terreno y moldeando personajes mayormente misantrópicos. Obviamente que incluso en ese registro hay muy buenas películas, de hecho algunas que tienen todos los tics del momento, pero también es cierto que el brillo y la magia del Hollywood de otrora comenzó a escasear o a convertirse en una suerte de mirada nostálgica: la felicidad en ese presente era bastante imposible, ya no había lugar para las estrellas, ahora los ídolos eran personas comunes que se enfrentaban al sistema. La mayoría de los géneros se volvieron densos y viscosos, y la reflexión sobre el vínculo entre las personas, la tecnología y los medios de comunicación llevaba inevitablemente a una crisis. La gran cantidad de thrillers paranoicos dan cuenta del clima de época. Entonces Real life, antes de que termine la década, llegaba como un resumen de todo eso pero también como una burla: Hollywood volviéndose serio, ¡qué farsa!

La vida real a la que hace mención el título es la de los Yeager, una familia de Arizona que forma parte de un experimento sociológico a través del cine: aceptan ser filmados durante un año como una suerte de reality show en el que expondrán sus miserias. No hay nada más real que eso, dice el Brooks de la ficción, y el cine parecía estar necesitando por aquel entonces esa ausencia de artificio. La versión de él mismo que interpreta Brooks es increíble: un personaje patético, falsamente empático, narcisista y hedonista (el Michael Scott de The Office le debe bastante). Alguien que se la pasa destacando lo costoso del proyecto y que no duda en asegurar que podría ganarse un Premio Nobel por este experimento. El Brooks de la película es la sátira del artista preocupado en cuestiones humanitarias y sociales, que no puede más que demostrar a cada paso la exclusiva atención a su ego: mientras el resto del equipo vive en un motel de mala muerte, él se manda a equipar una gran casa ubicada en frente a la de los Yaeger. Real life juega en los límites del falso documental y piensa el dispositivo como una forma de husmear en el detrás de escena del detrás de escena. Porque la vida real del título también hace mención a lo que pasa fuera de la pantalla, eso que Hollywood buscaba retratar de manera imposible. En algunas reuniones de producción, Brooks charla con un productor del estudio que pide a gritos la presencia de alguien conocido en el elenco, alguien que justifique el pago de la entrada, porque en verdad nadie pagaría para ver la “vida real” de un grupo de don nadies. Por eso es perfecta la invocación final a Lo que el viento se llevó, el clásico de clásicos del Hollywood de oro incendiando todo a su paso.

En este juego de ficción dentro de la ficción, Brooks cuenta con un jugador impecable que es el recientemente fallecido Charles Grodin. El actor interpreta al patético patriarca de los Yaeger con su capacidad innata para generar incomodidad en el espectador. Actor fundamental de la comedia de los 70’s y 80’s, Grodin tenía un estilo alienado e inexpresivo en el que parecía estar siempre en un nivel diferente por el que iba la ficción. Por lo general interpretaba al amigo del protagonista, un tipo de personaje patético e irritante. Por eso que su presencia en Real life es clave, porque tensa cada segundo en el que aparece en cámara, construyendo a un ser afable, que no es, y que la duración extendida de cada plano deja al descubierto. La apuesta por lo documental permite que Grodin potencie esa constante apelación hacia lo que ocurre del otro lado de la pantalla con el que está mirando. La secuencia en la que tiene que operar a un caballo y se pasa con la anestesia es una fiel representación de su humor cáustico, que fluye perfectamente con lo que Brooks propone como director. Real life es una película que, al calor del progresismo pavo del Hollywood contemporáneo, es más actual y necesaria que cualquiera otra película del pasado.

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