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24 líneas por segundo: “Soy malo y me gusta serlo, pero…”

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

“Soy malo y me gusta serlo”, decía el profesor Neurus, uno de los personajes emblemáticos del universo de Manuel García Ferré. Eran tiempos de películas con científicos locos, villanos malvadísimos e irredimibles. Pienso que si se hiciera ahora una nueva versión del profesor Neurus, el personaje diría “Soy malo y me gusta serlo, pero…”. Y en el pero iría alguna explicación psicológica medio pedorra sobre un trauma de la infancia que quebró al pobrecillo Neurus y lo convirtió en un ser malvado: alguien que lo abandonó o le afanó unos caramelos. Porque ahora los malos-malos, esos personajes de James Bond que querían dominar el mundo mientras acariciaban gatos, son imposibles. En verdad hay malos, lo que no hay son malos sin motivaciones y por el solo derecho a joderle la vida a los héroes (un derecho bien ganado, por otro lado). En su muy interesante columna semanal, Patricio Beltrami (leer acá) explicaba cómo en el mundo de los superhéroes actual los villanos, históricamente los más atractivos en estos relatos de aventuras, son personajes sin ángel, cuyos conflictos resultan intrascendentes. O son solo el medio por el cual se expresa el mal o son personajes que arrastran algún dolor del pasado y se los humaniza, siempre entendiendo que lo humano es solo aquello que nos hace buenos y el mal es algo externo, que no nos pertenece. Lo que pasa en el universo de los superhéroes también pasa en el cine animado, donde casi se ha eliminado esa chispa, esa gracia características de los villanos. De Toy Story 3, donde el oso Lotso es un villano absolutamente irredimible, un personaje sólido y coherente en todo sentido, pasamos a Toy Story 4, con una villana que al final termina siendo más dulce que Woody y solo precisaba afecto. Esa representación del mundo sin villanos que hacen estas películas es absolutamente artificial y anestesiado, es un mundo en el que casi no hay motivos para rebelarse, donde todo de tan normalizado le hace perder el sentido al acto de provocar. Si Hollywood fue en su período clásico el gran inventor de un mundo que se parecía al nuestro pero que gozaba de un gran poder de artificio, la búsqueda constante de lo real y lo humano terminó dando con películas artificiales en el peor sentido de la palabra. Ese mundo no solo que no es parecido al nuestro, sino que además se pretende como real, como una apreciación de lo que pasa ahí afuera. Una mentira tranquilizadora e indolente. Volvamos a los villanos de verdad.

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