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24 líneas por segundo: La superioridad moral del espectador elevado

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Por una mera cuestión nostálgica -y porque se cumplen treinta años de que en la casa de mis viejos se compró la videocasetera y ese evento resulta un hito para mi historia cinéfila- estoy revisando las películas que vi en aquellos tiempos. Cuento velozmente: desde aquellos días de fines de marzo comencé a armar una lista con todas las películas que iba mirando, cuestión que hoy tengo un archivo personal con miles de películas, una mínima ficha técnica y detalles como la fecha cuando las vi, el lugar donde las vi y una calificación. Particularmente esto de la calificación me resulta lo más interesante, porque no solo representa mi punto de vista sobre la película en cuestión sino también una huella dactilar acerca de cómo era yo hace treinta año. Obviamente que una película que nos gustó hace tres décadas hoy puede parecernos una estupidez y viceversa, y no porque las películas cambien si no porque lo hacemos nosotros. Y nuestra percepción de las cosas cambia y también aquello que podemos decodificar se amplía. Si aquel adolescente que alquilaba casi con exclusividad comedias hubiera visto The Master de Paul Thomas Anderson en 1991, seguramente le hubiera puesto una mala calificación. De todos modos, a partir de los puntajes que aparecen en mi archivo puedo descubrir cuán influenciable era a los mensajes externos o cuan sesgado tenía el criterio gusto por aquel entonces (espero que ahora no, obviamente). Al final no fui tan “velozmente”, pero llego al punto que importa: ¿por qué nos gusta lo que nos gusta? Hace poco en una fanpage poco concurrida que administro escribí en continuado sobre dos películas: Trainspotting de 1996 y Barb and Star go to Vista del Mar de este año. La primera, una de las últimas grandes películas generacionales de los 90’s, se llevó un 6 y la otra, una comedia absolutamente absurda con Kristen Wiig, se llevó un 9. Obviamente hubo algún cuestionamiento de parte de algún lector, que es un tipo de cuestionamiento que descubro regularmente: el de los espectadores que no pueden tolerar que un film icónico y de consenso sobre grandes temas reciba una calificación menor que una simple y ridícula comedia sobre cualquier cosa disparatada que se les ocurra a los guionistas. Y ahí se me representa una de las peores formas de construir el gusto personal: revalidado por la opinión externa, sostenido por los consensos, basado en un grado de superioridad moral que lleva a pensar que el cine que me gusta es mejor que el otro no porque sea mejor, sino porque es mejor mi gusto. Si no se entendió: no es tanto que me guste 2001: Odisea del espacio, sino que me gusta que me guste. Porque queda bien y, de paso, exhibo credenciales de superioridad ante los demás. Pobres burros que se emocionan con Rocky. El esnobismo cultural, una forma elegante y distinguida de disimular la ignorancia.

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