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Milagro en la calle 34 (1947)



NAVIDADES ERAN LAS DE ANTES

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cuando el espíritu navideño nos agobia con una multiplicidad de películas que tienen a Papá Noel como protagonista (o con incontables fantasías bienpensante sobre la bondad y demás grasitudes) conviene acercarse a un clásico navideño como Milagro en la calle 34, film de 1947 dirigido por el artesano George Seaton, que tiene en su origen algunas particularidades que en estos tiempos de marketing rimbombante parecerían increíbles. Cuenta la leyenda que el productor Darryl F. Zanuck decidió estrenar la película durante las vacaciones de verano en Estados Unidos, mucho antes de las fiestas navideñas, porque no le tenía demasiada fe al proyecto. Incluso, ni la Navidad ni Papá Noel son mencionados en el póster original o en el tráiler con el que la película se promocionó. Edmund Gwenn, quien interpretaba a Kris Kringle, el hombre que decía ser Santa Claus, aparece en el fondo con la pequeña Natalie Wood, vistiendo un traje marrón y sin señas del personaje con el que ganaría el Oscar al mejor actor de reparto. Tal vez parezca una estrategia de marketing para despistar al espectador, pero también es una pequeña seña de la desconfianza hacia un tipo de fantasía cinematográfica que hoy, cuando todo es efecto especial y magia extradiegética, estaría puesta en primer plano. ¿La Navidad no vendía? Tal vez tenga que ver con el espíritu escéptico del personaje principal, la ejecutiva interpretada por Maureen O’Hara, y con la mirada satírica sobre el capitalismo que el film termina teniendo.

En la película de Seaton, la tienda Macy’s (todo es un gran chivo de esa tienda y de algunas otras de la competencia) contrata a un señor de aspecto muy parecido a Papá Noel para recibir las cartas con pedidos que dejan los chicos. El aspecto es tan parecido, que el señor asegura ser Kris Kringle, el mismísimo Papá Noel. Obviamente es tomado por todos como una persona con ciertos delirios, aunque en definitiva lo mantienen en su puesto por una cuestión de negocios: gracias a su actitud compasiva para con la competencia (recomienda ir a otros comercios cuando allí no tienen el producto que los padres buscan), Macy’s logra una notable presencia positiva en el mercado. Milagro en la calle 34 juega humorísticamente con el mundo empresarial, con esas reuniones de publicistas y empresarios en los que se definen campañas de difusión, y con la hipocresía que se esconde detrás de estas festividades. Lo que Kringle propone parece una locura, pero finalmente es asimilado por la empresa con un falso sentido de honestidad. De hecho, las otras tiendas comienzan a tener una actitud similar. Pero el choque más singular se da entre Kringle, la escéptica ejecutiva interpretada por O’Hara y su hija, criada en un territorio de certezas y anulación de la ficción. Su mundo lógico, claro, ante la evidencia progresiva del origen de este hombre, comienza a derrumbarse.

Milagro en la calle 34 reserva para el final tal vez su idea más original: el juicio que la ciudad de Nueva York entabla contra ese señor que dice ser Papá Noel. La forma de resolver el conflicto integra de manera desprejuiciada la mirada infantil y la aplica sobre el mundo de los adultos de una manera implacable. Y lejos de terminar regodeándose en una magia explícita, que confirme con pelos y señales la presencia de Santa Claus, Seaton apuesta por la sugerencia, por poner los mitos en el lugar de la fe personal, la cual es individual e intransmisible. Si bien se apuesta por la fantasía, logra ponerla en un marco terrenal que nada tiene que ver con un verismo vulgar. Milagro en la calle 34 es una comedia ligera, que potencia el espíritu navideño a fuerza de sustracción.

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