
Por Patricio Beltrami
Atención: Este artículo contiene spoiler sobre Brightburn: hijo de la oscuridad.
Una pareja encuentra una nave espacial que cae en su campo de Kansas. En el interior de este transporte encuentran un bebé y deciden quedárselo sin contarle a nadie sobre este hallazgo. En un momento de su infancia, este niño se da cuenta que posee habilidades sobrehumanas. No, esta historia no transcurre en el Smallville, sino que se desarrolla en Brightburn. A través del mismo contexto que ha marcado la infancia de Superman, aunque en clave de terror y thriller, el director David Yarovesky, con el respaldo de los primos Gunn, indagó en qué ocurría si un extraterrestre criado en este planeta decidiera arrasar con la humanidad.
Unos de los puntos fuertes del film es la manera en la que Brandon Breyer (Jackson A. Dunn) descubre sus poderes. Al cumplir 12, el adolescente afronta una revelación y lentamente va asimilando que posee capacidades extraordinarias. Como si se tratara de una historia de superhéroes, busca confeccionar una identidad secreta para que ninguna persona del pueblo conozca quién es el individuo que realiza actos sobrenaturales en medio de la noche. Para ello, utiliza una capucha roja (claro homenaje a Batman) e, incluso, deja su símbolo en cada una de las escenas en las que perpetra sus actos.
Sin embargo, el gran problema es que el protagonista está preso de la premisa de la película. Brandon es malvado y fue enviado a la Tierra para dominar al mundo. Y, al igual que lo marcara Rodrigo Seijas en su crítica, el personaje no reflexiona sobre sus acciones en ningún momento. De esta manera, el descubrimiento de su origen sirve como una suerte de posesión para justificar la verdadera naturaleza de este alienígena. Burdamente, y en reiteradas ocasiones, sus padres (Elizabeth Banks y David Denman) remarcan que ha cambiado su comportamiento de un día para el otro. En ese orden, todos los años de crianza, contención y cariño que le había brindado su familia resultan insuficientes para que ambas partes puedan hallar una salida al conflicto. El niño no tiene elección porque es la encarnación de la maldad y, en consecuencia, al resto de los habitantes de Brightburn no les queda otra opción que eliminar esta amenaza.
A partir de ese momento, la película cae en un desbocado espiral de violencia hasta el final. De esta manera, la reescritura del mito de Superman pierde la fortaleza que había ganado en la primera parte del film para acabar siendo una experiencia fallida. Si bien las historias del hombre de acero establecían un conflicto entre el bien y el mal, esta producción apunta a una mera confrontación entre el mal y el mal menor. A raíz de ello, la humanidad de los personajes va desapareciendo a medida que trascurren los minutos. Quizás el pecado original de Brightburn esté relacionado a esta cuestión. Superman nunca estuvo determinado a representar el bien, sino que elige ese camino todos los días, a pesar de todos los males de la humanidad.