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Rabid

Título original: Ídem
Origen: Canadá
Dirección: Jen Soska, Sylvia Soska 
Guión: John Serge, Jen Soska, Sylvia Soska  
Intérpretes: Laura Vandervoort, Benjamin Hollingsworth, Ted Atherton, Hanneke Talbot, Stephen Huszar, Mackenzie Gray, Stephen McHattie, Kevin Hanchard, Heidi von Palleske, Joel Labelle, C.M. Punk, Edie Inksetter, Tristan Risk, Sylvia Soska, Jen Soska, Vanessa Jackson, Joe Bostick, Troy James
Fotografía: Kim Derko 
Montaje: Erin Deck
Música: Claude Foisy 
Duración: 107 minutos
Año: 2019


4 puntos


RABID A LAS SOSKA

Por Rosana López

(@rousisattack)

Las hermanas canadienses Jen y Sylvia Soska no son unas principiantes en el mundo del cine de terror. Sin embargo, el peso de su power feminismo en las temáticas y estilos que narran a veces le juega en contra, como en la reciente remake de la segunda obra de culto de su coterráneo David Cronenberg, Rabid (1977), donde el peso caía tanto en la avidez sexual “vampírica” de la protagonista como en una epidemia de importante proporciones.

Aquí la historia  pone demasiado énfasis en el mundo superficial tanto de la moda como de la estética. Este último apartado tratado de forma magistral en el único film sólido, extravagante y atractivo de estas directoras, American Mary (2012), donde una reciente médica decepcionada de sus referentes ingresa al mundo clandestino de las cirugías plásticas.

Esta nueva versión parece anticipar a cada momento el destino trágico de su protagonista, una tímida diseñadora de moda menospreciada por sus compañeros de trabajo y vapuleada por su irritante jefe. Mujer que además trae el peso de cierta desfiguración en su rostro producto de un  incendio durante su niñez, donde perdió a sus progenitores. Sin embargo, con esperanza busca retomar los hilos de su vida desde el bajo perfil y la soledad, sorteando la humillación del resto de sus pares hasta que desafortunadamente y por segunda vez, sufre un nuevo percance: un accidente en su moto que la deja sin parte de su quijada, convirtiéndola ahora sí en un verdadero monstruo que ya no es capaz de tolerar la vida por compasión. Es entonces en esta oportunidad seducida por una clínica experimental -cuyo doctor estrella es “William Burroughs”, en un claro guiño/homenaje al escritor de El almuerzo desnudo, otra de las obras adaptadas por Cronenberg- que promete reconstruir su rostro con células madres aún no probadas en humanos.

En este caso, la apelación a una resolución extrema por parte del personaje femenino llamado Rose es de índole estético/psicológico y no una cuestión de vida o muerte, como el de la Rose de Marilyn Chambers, que buscaba reconstruir tejidos de parte de su tórax – incluyendo intervención debajo de la axila por la perforación sufrida en el siniestro vial-.Tampoco en la versión original se explican mucho los orígenes de la protagonista -esta vez con compañero de vida- y sin preámbulos comienza la acción propiamente dicha. Esto le otorga un punto a la película pionera por su dinamismo y no tanta vuelta de tuerca acerca del perfil psicológico del personaje de las Soska, en un error donde se pierden 30 minutos de metraje banales y sin el peso de atravesar una comprometida tragedia principal.

La visión de las cineastas fue seguir con ese hilo erótico pero más limitado que la nueva Rose adapta luego de su operación demostrando ser una mujer avasallante y segura desesperada por saciar su apetito sanguinario. Una femme fatal en toda regla vampírica. Un perfil tal vez, menos  fálico y grotesco que el propuesto en la primera época de Cronenberg. Por tanto, observamos cómo las Soska persiguen una visión más romántica y seria, quitando así toda esa posibilidad estrambótica y divertida exhibida en el film del 77, donde el injerto tenía forma vaginal y dentro de ella un aguijón peneal. Así de sencillito. Otro punto en contra para esta nueva versión son los momentos de cierta atmósfera predecible que no parece alejarse en ningún momento narrativo, en oposición a la película de “el rey del gore venéreo”, donde el suspenso siempre se mantenía y la situación retorcida se iba escapando de las manos de la protagonista inconsciente para expandirse como una situación de caos regional al estilo The crazies, de George Romero.

En la Rabid de las hermanas Soska, los focos de rabia y sus primeras víctimas son expuestos en situaciones ridículas y carentes de realismo actoral, quitando toda posibilidad de generar climas alarmantes y/o misteriosos. Sin embargo, Cronenberg, también con un presupuesto limitado, supo aprovechar los recursos de manera inteligente como contextualizar una historia particular en una amplia crítica social de como las instituciones gubernamentales y de salud pública actúan frente a brotes de pandemia. A la vez, Cronenberg reforzaba la veracidad de su relato con el empleo de otros medios como la radio y la televisión que  acompañaban como agentes activos a ese mundo caótico fabricado ingeniosamente por el director. Eso es sacar el mayor provecho de los recursos disponibles.

En la Rabid de las Soska no sucede nada de eso, solo parece quedarse en un razonamiento vacuo de crítica a la superficialidad con respecto a los cánones de belleza acotados al mundillo de la moda  donde al final del metraje, las víctimas parecen merecer su destino. Y aunque el film de Cronenberg tuvo un duro recibimiento por la prensa especializada, quienes apuntaron algunas situaciones mal resueltas e incoherentes en espacios alejados de la gran urbe. Sobre todo en el forcejeo de la pareja principal durante el último tramo digno de novela rosada, sigue estando un peldaño por arriba que esta nueva adaptación carece. Pareciera que las Soska están preocupadas por buscar más una moraleja final que un revenge femenina de ciudad cosmopolita. Esto la  convierte en una adaptación tan poco clara y aburrida, que tanto los defensores de Cronenberg como quienes no conocen la película original terminen por lapidarla de todas formas.

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