Título original: The Other Side of the Wind
Origen: Francia / Irán / EE.UU.
Dirección: Orson Welles
Guión: Oja Kodar, Orson Welles
Intérpretes: John Huston, Oja Kodar, Peter Bogdanovich, Susan Strasberg, Norman Foster, Robert Random, Lilli Palmer, Edmond O’Brien, Mercedes McCambridge, Cameron Mitchell, Paul Stewart, Gregory Sierra
Fotografía: Gary Graver
Montaje: Bob Murawski, Orson Welles
Música: Michel Legrand
Duración: 2018
Año: 122 minutos
9 PUNTOS
EL OCASO DE LOS DIOSES
Por Guillermo Colantonio
Después de la tercera temporada de Twin Peaks, tal vez sea este el acontecimiento cinematográfico más importante que haya podido ofrecer la plataforma Netflix. Se trata de Al otro lado del viento del gran Orson Welles, un autor/director/actor cuya personalidad fue una gigantografía demasiado cara para una industria mojigata. Paradojas de la vida, hoy uno de sus proyectos inacabados es exhibido en un reducto comercial y masivo luego de permanecer a la deriva durante cuarenta y ocho años.
El resultado es un montaje que “honra y completa su visión” según las indicaciones y las anotaciones que el propio director dejó, y una película abierta a diversas capas, una multiplicación de espejos similares a la última secuencia de La dama de Shangai. Pero sobre todo, un procedimiento que recorre la filmografía de Welles y que aquí es llevado hasta las últimas consecuencias: dos historias, dos secciones, que propician su juego favorito, la hibridez enunciativa entre el documental y la ficción, operatoria hoy practicada hasta el hartazgo pero que entonces suponía una novedad. Por un lado, la línea narrativa conformada por un director de cine mayor, tan frontal como reprimido, que intenta volver a dirigir; por el otro, el registro esquizofrénico del detrás de escena con técnicos, camarógrafos, productores con piel de iguana, críticos y otros íconos del campo cinematográfico pululando alrededor de la leyenda interpretada por John Huston entre el whisky y los habanos, en su cumpleaños número setenta. Esta especie de alter ego sostiene otro nivel enunciativo en base a sentencias geniales que hacen ruborizar a la tradición de ajustes de cuentas contra Hollywood. Son imperdibles los gestos del viejo Huston, su voz consumida por el tabaco diciendo “no me gustan los simbolismos” o pidiendo un trago cuando le preguntan alguna estupidez.
Dentro de la concepción barroca de Welles no hay lugar para el descanso. Así como vemos lo anterior, asistimos a los fragmentos en colores de la película en cuestión, una especie de parodia y ajustes de cuentas con gran parte del cine europeo de fines de los sesenta (los coqueteos atmosféricos de Antonioni por Inglaterra y EE.UU., los estallidos de Godard, entre otros referentes aludidos) con una inusual dosis de erotismo sostenida por las largas caminatas de Oja Kodar (amante de Welles que protagoniza incluso una escena de sexo en un auto ¡rodada durante años!). Es decir, un film que se arma a medida que se construye el otro, un juego de máscaras cuyo horizonte nunca termina por verse. En esa imposibilidad por aprehender la verdad que caracterizó la carrera de Welles, se le suma la idea del corte llevado hasta las últimas consecuencias. No hay realidad posible más allá de un continuo devenir de pedazos de celuloide, como si la rabia contra la industria llevara al artista a radicalizar mecanismos advertidos a lo largo de los años. Además, se trata de un trabajo formal acorde a los problemas de financiación que arrastró el proyecto y un rodaje que abarcó diferentes etapas hasta la muerte en 1985 del director. Por ende, si bien todo estuvo siempre en la cabeza de Welles, una vez más encontramos una misma escena cuyas partes fueron filmadas en distintas locaciones.
A la estructura de cajas chinas hay que añadirle la conjunción de diversas estéticas que también parecen un compendio de su obra, desde las sombras y luces del expresionismo hasta los colores psicodélicos tan caros a la época. También la alternancia de formatos y granulados, un signo más de este gesto creativo y exponencialmente desaforado.
Es muy recomendable ver después de la película, el documental They’ll love me when I’m dead, que se encuentra en la misma plataforma, jugoso en detalles sobre todo el proceso y con la intervención de muchos de los involucrados, entre ellos “el gran Pedro”, Peter Bogdanovich, cuya figura parece establecer un puente entre dos épocas y formas de entender el cine norteamericano. En un momento le preguntan a Welles “¿Qué es Al otro lado del viento?” y él contesta “puedes volverte loco intentando una respuesta”. Más allá de la exageración, hay que considerar que son tantas las aristas que se abren que resulta imposible decidirse por un camino. La película es el ocaso de un director en todos sus niveles de realidad posible, un estallido creativo que expresa un desencanto y el reconocimiento de una maldición: haber filmado una obra maestra como El ciudadano cuya vara tan alta creó a la vez el acta de defunción de Orson Welles en la industria.