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Cimarrón

Muy Buena


CÓMO DESAFIAR EL ORDEN (DEL LENGUAJE)

Por Juan Cruz Bergondi

(@funcinemamdq)

Artificio y procedimiento parecieran ser las armas con que Romina Paula pretende cincelar una poética y despabilar la percepción. Cimarrón, su última obra -que pasó por el Teatro Argentino de La Plata, por el Teatro Nacional Cervantes, y ahora se presenta en Zelaya, el espacio que Federico León abrió este año-, sigue el camino por donde sus anteriores obras se aventuraron -el de la intertextualidad, la transposición y la invención: todas operaciones de lectura-, al tiempo en que reclama un acercamiento al arte que desestime la mirada crítica en pos quizá de un encantamiento romántico.

En Cimarrón hay tres personajes -si les cabe la categoría, ya que parecieran ser, en el mejor de los sentidos, siluetas cuya interioridad se puede completar más que figuras cerradas, esquemáticas y predecibles-: dos mujeres y un varón -aunque también se tensa en la obra la cuestión del género-, que parecieran salidos de una obra de Sarah Ruhl -según palabras de la autora y directora-, de un cuento de Luciano Lamberti o de una canción de Chabuca Granda. La obra -qué obra, ¿no?- es un tejido de textos, que en su apuesta por el montaje como procedimiento cuestiona el concepto de autoría -un ejercicio sano para la dramaturgia de esta llanura-. ¿Qué importa el original si nunca se trata del mismo río? La sombra de Borges -una vez más en el universo de Romina Paula- está presente.

Esta nueva puesta en escena exige del espectador una participación activa. Como si uno estuviese frente a un mural, por la proximidad con el público y el ancho de la escena, cada cual debe elegir qué mirar y qué perderse. El aire libre le sienta bien a Cimarrón. El barro y los pies que pisan el pasto, el sonido de los grillos de noche. ¿De qué se percata el cimarrón que lo motiva a abrazar el campo? Quizá la civilización sea la muerte lenta de las cosas simples, y la codificación, entonces una clausura. A este respecto, la producción busca la frontera y lo que está más allá -es probable que debido a esto mude cada tanto el espacio-, al igual que sucede con la actuación: una intención de devolverle a los cuerpos la cualidad del envase vacío y la posibilidad del signo. Los tres actores -junto al equipo detrás- llevan a cabo la fractura sutil del sentido y ubican al arte en la zona de las preguntas, alejado de cualquier certeza. Nadie es nada, o al menos ninguna cosa de antemano: lejos quedan las definiciones. Con la indeterminación como bandera, Romina Paula sigue haciendo ruido.


Autoría: Romina Paula Actúan: Esteban Bigliardi, Denise Groesman, Agostina Luz López Escenografía: Matías Sendón Iluminación: Matías Sendón Pintura En Escena: Denise Groesman Asistencia de dirección: Gladys Escudero Producción: Maxi Libera Colaboración artística: Sebastián Arpesella Dirección: Romina Paula Duración: 60 minutos Sala: Zelaya (Zelaya 3134, CABA) – Miércoles y jueves a las 21:00. Hasta el 10 de mayo.

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