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MAR DEL PLATA 2017: Competencia Internacional – Día 2


Columbus, de Kogonada / 8 puntos


Es verdad que los primeros minutos de la película del videoensayista Kogonada meten un poco de miedo: una película que habla sobre arquitectura y que se define a partir de una puesta en escena excesivamente planificada, pareciera congraciarse con un tipo de cine de puro diseño y especulación. Pero, progresivamente, cuando Jin y Casey se cruzan y relacionan y van conociendo, Columbus empieza a crecer de la mano de actuaciones y diálogos repletos de humanidad. Ella (notable Haley Lu Richardson), es fanática de la arquitectura y especialmente de la obra de Eero Saarinen, arquitecto emblema que dejó su sello en varias obras de la ciudad; él (John Cho), hijo de un reputado especialista en arquitectura que llegó desde Corea porque su padre quedó hospitalizado cuando estaba por dar una charla. Ambos personajes tienen vínculos especiales y conflictivos con sus progenitores (ella con su madre, él con su padre) y a la vez se refugian en actitudes y obsesiones que se descubren progresivamente como válvulas de escape para no afrontar lo que importa. Lo que hace Kogonada, sutilmente, es derribar los cimientos de ambos personajes (sus seguridades, sus posturas snobs) para modificarlos definitivamente. Y ese gesto, en un film que habla de arquitectura, termina siendo profundamente subversivo. Pero de una subversión melancólica, hasta podríamos llamar poética. Mex Faliero


Buena suerte de Ben Russell / 6 puntos


Dentro de lo que podría denominarse como docuficción, la película de Russell traza a partir de una obsesiva y poderosa observación el mundo de los mineros en dos lugares alejados (Serbia y Surinam). Lejos de asumir un discurso meramente informativo, la preocupación es de índole formal, es decir, se trata de configurar una experiencia donde la cámara acompañe como un cuerpo más las sensaciones y los actos de este trabajo en dos contextos diferentes en cuanto a las condiciones de producción. Russell (como en sus anteriores films) es un caminante que sigue de cerca a los sujetos que retrata y que interpela. Al mismo tiempo, ofrece primeros planos intercalados a cámara, en blanco y negro, cuya duración manejarán ellos mismos. Hay que decir que el resultado general se resiente por una decisión poco entendible en cuanto a la estructura partida en dos segmentos muy desparejos. El primero seduce en sus aspectos visuales y sonoros. Los planos secuencia dentro de la mina arman un cuadro claustrofóbico potente y la cámara explora, se entromete, toma distancia. Hay pasajes en los que la edición apunta al género de terror, y en medio de la oscuridad reinante no queda otra que aguzar el oído. Ya en el segundo tramo pasamos a la claridad de una localidad de Surinam a una ilegal mina de oro, con un registro más convencional, en un tiempo que se percibe como real pero menos fascinante. El hilo que une a los dos ámbitos es el modo en que hombres enfrentan la adversidad laboral y de la naturaleza misma, sin embargo, surge una cuestión: ¿es una película sobre el trabajo o el trabajo sobre una forma posible de abordar una problemática real? En esa tensión se juega gran parte de la aceptación o del rechazo que pueda provocar Good luck, a mitad de camino entre la pose formalista y el discurso testimonial. El parsimonioso transcurrir de las imágenes y la excesiva duración pueden espantar a unos cuantos. Guillermo Colantonio

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