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Funcinema

Graduación

Título original: Bacalaureat
Origen: Rumania / Francia / Bélgica
Dirección: Cristian Mungiu
Guión: Cristian Mungiu
Intérpretes: Adrian Titieni, Maria-Victoria Dragus, Rares Andrici, Lia Bugnar, Malina Manovici, Vlad Ivanov, Valeriu Andriutã, Eniko Benczo, Ioana Chitu, Ioachim Ciobanu, Petre Ciubotaru
Fotografía: Tudor Vladimir Panduru
Montaje: Mircea Olteanu
Vestuario: Brandusa Ioan
Duración: 128 minutos
Año: 2016


7 puntos


VIDAS SECAS

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

Una vez más el cine rumano amasa una idea, a saber, que el país se ha convertido en un gran baldío donde los pilares (la educación, la justicia, la salud y la familia) se desmoronan con una rapidez alarmante. Desde esta perspectiva, Mungiu trabaja sobre un malestar connotado desde la primera secuencia de planos: una estructura de monoblocks, un ambiente casero sin vida, con aspecto de museo conyugal, y un piedrazo sobre una ventana. Es la punta del ovillo, la carta de presentación para el pantano narrativo y personal de los seres que deambulan por una tierra devastada, carente de desbordes emocionales, y cáustica por donde se la mire.

El protagonista es Romeo, un médico que vive como puede con Magda, su mujer, que permanece cual zombie como consecuencia de un matrimonio terminado. Ambos forman parte de una generación que vio frustrados sus sueños de progreso y que se sienten cómplices del derrumbe. Por ello, el padre hará lo posible para que su hija rinda los exámenes que le permitan acceder a un colegio en Inglaterra. La presión es constante pero se verá entorpecida por turbios obstáculos. Romeo maneja varios escenarios (también tiene un amante) pero siempre se viste igual y su semblante jamás muta en una sonrisa. Es que no hay tiempo para eso. Para colmo, alguien ataca las ventanas de su casa y el auto. El horizonte de su vida es tan incierto como el del país y apenas puede descargar un llanto brevemente camino a su casa. La monotonía de esta vida es coloreada por la recurrencia a los tonos azulados y marrones y la cámara capta los nervios de este hombre anclado en una estructura asfixiante. La incomodidad gobierna y los placeres aparecen siempre postergados pues ninguno goza de un momento de disfrute en lo que hace.

Dentro del esquema ideológico que la película traza, el microuniverso familiar se transforma en el mecanismo extintor de una mirada trágica: cuando las instituciones no funcionan asoman los pequeños actos de corrupción cuyas implicancias morales son apenas el comienzo de una montaña de decisiones dudosas, donde la ética se ve comprometida. En efecto, la imperiosa necesidad de Romeo por forjar el futuro para su hija se ve amenazada (al principio intentan abusar de ella) y entonces el mismo incurrirá en una serie de pedidos poco transparentes porque el fin justifica los medios. La agonía individual y social nunca es frenética, y se cocina lentamente. Estos signos, propios de una realidad monolítica y de monoblocks, son los yuyos que crecen en Rumania, otro país afectado por el capital salvaje.

¿Por qué se soporta semejante sequedad? Se sabe que en el cine la dictadura de la felicidad como de la miseria triunfan siempre y cuando no se noten las costuras, y si hay algo que sostiene a Graduación es el equilibrio en medio del agobio, la pericia del director para encerrarnos en la cárcel de la verosimilitud sin que nos escandalicemos pese a su crudo realismo.

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