Por Mex Faliero
Una de las comidillas del periodismo cinematográfico estos días fue el ridículo comunicado enviado por la distribuidora UIP, explicando que para ellos el film animado La fiesta de las salchichas debería haber tenido una calificación para mayores de 16 años o -incluso- para mayores de 18 por parte del ente regulador del INCAA, que la envió a las salas como apta para mayores de 13 con reservas. Si se trató de una estudiada campaña de marketing para hacernos hablar de la película y alimentar el morbo alrededor del tabú, lo aplaudimos: acá estamos… ¡nos han engañado! Pero si por el contrario estamos ante un caso de autocensura desesperado, es bastante triste más allá de lo gracioso del texto: “Para nosotros es una película que debería haber tenido una calificación mayor por el alto contenido de temática sexual y de consumo de drogas”, explican. Pero aún tratándose de una campaña de marketing, el pánico de la gente de UIP se genera a partir de una triste realidad: los padres (o podríamos decir “los papis”) ven dibujos animados en un cine y meten a los niños en la sala para mantenerlos entretenidos un rato, sin curiosear previamente qué es lo que van a ver. Y esto sucede porque el dibujo animado se ha estandarizado falsamente como un refugio de entretenimiento infantil (aunque les suene ridículo, tampoco las películas con actores de carne y hueso son todas para adultos). Que los dibujos animados no son exclusivamente para niños, es algo que se puede comprobar con ver un canal de cable dedicado al género por diez minutos, y ni siquiera es preciso apelar a los orígenes, a Betty Boop, al animé o a un referente como Ralph Bakshi. En el caso de La fiesta de las salchichas -una película que es más adolescente que adulta-, lo que genera el escozor de algunos no es tanto el abordaje de temas adultos como la forma lasciva en la que se lo hace. Como organizadores de Funcinema, nos gusta programar comedias animadas que no son necesariamente infantiles (aunque las puede haber). Y es un poco agotador andar explicándole a los padres que esos dibujos no son para niños: hay como una pose de incredulidad, incluso hasta fastidio. Pero si hace falta repetirlo, lo repetimos: ANIMADO NO ES SINONIMO DE INFANTIL. En todo caso, el peor lugar es al que se auto-condena el adulto: ese no entregarse al espíritu libertario de los dibujos animados, ese mundo que es un espejo y una sátira de nuestro mundo y que opera por exageración. Triste aquellos que buscan la excusa de un hijo o de un sobrino para animarse a lo animado.