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Omar Magrini: “somos un paradigma endogámico con autocríticas flacas ”

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace unos meses la gente de Revista Ajo me pidió un informe sobre el cine marplatense (léanlo acá), el cual terminó siendo un extenso resumen con una serie de opiniones de peso: realizadores, críticos y gestores de espacios cinematográficos dejaron su parecer sobre aquello que está ocurriendo en la ciudad. Pero ese informe, por la sumatoria de voces y por las dimensiones lógicas que debía tener el texto, acercó sólo algunas de las ideas de cada entrevistado. Nuestra intención en Fancinema es, entonces, recoger todas esas opiniones sin recortes y ofrecer un dossier con las diferentes miradas. Lo que verán, día tras día, será un cuestionario similar para cada entrevistado. Lo que importa, claro, son las opiniones que cada referente tiene para ofrecer.

-Hoy: Omar Magrini, docente y realizador, con Mal de Ojo Producciones dirigió cortos y largometrajes, entre ellos El hombre que cuenta.

omar magrini-¿Existe el cine marplatense?
Supongo, o haciendo alarde de un pesimismo inverso, arriesgaría un: en período de gestación, un feto algo grande ya, algo inquieto, aunque si me apura el reloj biológico no sé si llamarle óvulo, embrión o larva; conjeturo que el darse a luz como en la mayoría de los mamíferos no depende exclusivamente de sus ganas, el proceso madurativo para cualquier actividad cultural por estas costas es complejo, frágil, bipolar y caótico, con fecha de nacimiento incierta y tan variable como la cantidad de padres, pero ojo al piojo cosas similares se pregonaban de la planta de efluentes cloacales hace 30 años atrás y ya todos conocemos “el proceso”. Auguro que será un pibe con problemitas los primeros años, pero bueno… admito con nostalgia de eyaculador precoz que mi aporte “espérmico” ya venía algo abollado, tanto como ese calificativo ladino y esquivo de “marplatense”.

-¿Qué es lo que define la figura de un cine regional -en este caso marplatense-?: ¿la aparición de más gente filmando en un mismo lugar o la presencia de símbolos culturales identitarios y comunes entre películas?
Uffff, aquí si se me permite utilizaré la sotreta artimaña de la analogía con un mito griego, el del viejo y esquivo Proteo, quien tenía la mágica capacidad de ir cambiando en una multitud de formas, animales, cosas para evitar ser atrapado; sospecho casi con esa fe del ateo moribundo, que si hay una figura “marplatense” esta ha de ser variable (tanto como autores nacidos o adoptados) y resbaladiza, digna de aquellos que se pongan el overol y agudicen la retina. El laburante del cine debe saber que a pesar de él si capta un fotograma, aporta un efímero ladrillo de luz a esa probable metáfora ininterrumpida, con suerte un momento imperativo de poesía que pueda aportar algo más misterioso que una zonza postal de los lobos marinos de alfajor estático. Nosotros, nacidos y criados marplatenses sabemos, con precisión “aldreiana”, que mucha gente o más gente jugando a un mismo número, no generan el pleno adecuado, el silogismo indica que el que engorda es siempre el mismo. Si no hay faena de picapedrero en la martingala lo que abunda no suma, percibo mayores esfuerzos aislados, cierta tendencia inexplicable al ghetto (esto lo extendería al teatro local), el arte marplatense somos un paradigma endogámico con fronteras rudas, autocríticas flacas y narcisismo obeso para colmo con antecedentes prostibularios, nos dan murra durante tres meses con el teatro o durante diez días con un Festival Internacional de Cine confeccionado en otra ciudad y nos vendemos por un “estrella de mar plastilínico” o una exhibición en la Sala 3 del Ambassador a las tres y media de la mañana, un lunes lluvioso. Y mea culpa protagónica de quien contesta, más corta no pude usar la pollerita, medito que esto configura, prefigura, desfigura, al momento de apretar REC. Para los freudianos la cultura es Babel, algo que construimos sin entendernos mucho y sin entender mucho pa qué, a veces sirve a veces molesta, a veces nos ofrenda el único oxígeno posible para nuestra respiración y a veces nos sofoca, el tema que los tipos que amamos al cine como profesión no tenemos alternativa es una maldición bíblica, más allá de haber nacido en Mar del Plata o Kamchatka o como garcha se escriba.

-¿Qué diferencias encuentra entre las producciones locales actuales y las que se hacían -por poner una fecha- hace una década?
Abelardo Castillo en su libro Ser escritor, libro que recomiendo hasta las trompadas, dice, “cuidado con las computadoras, todo se ve tan prolijo que parece bien escrito”, comparando veo un salto cualitativo enorme en la prolijidad y manipulación en la edición, punto final y abajo la obediencia de vida al HD. La gramática, la estructura narrativa, la hermenéutica de la relación de planos hablan de lo bien escrita que está una historia para mirarse, la pauperización sufrida en los 90’s hoy goza en los resultados de propuestas estéticas más pobres, menos arriesgadas, preocupadas por el último cotillón wifi no sólo vibrador sino ahora también volador, todo este formato globalizado de la imagen convive con una verdadera revolución que ha democratizado la potencia en aquello de hacer cine, que hace diez años frustraba muchísimo; las herramientas están, los espacios alternativos de promoción están, cerca. Los estándares de cantidad de pixeles son feroces para un ojo esclavo de la nitidez, los antropólogos hablan del puente y la muralla al definir esta condición ambivalente de la técnica apropiada para generar cultura.

-¿Cuánto ayuda a la proliferación de realizadores la posibilidad de una tecnología al alcance de la mano? La pericia técnica, ¿lleva invariablemente a la presencia de mejores artistas?
Yo utilizaría el término facilita y no como sinónimo de ayuda, la facilidad es confidente de la haraganería, según mi versión del Quijote. Un autor es un cartonero, busca deshechos en la Nouvelle Vague, en Welles, Ford, Hitchcock, Miike, Herzog, Fellini, Favio, Shakespeare, Borges, los dos Homeros, en el tachero, en el tren Olitas, o en la fila del Mc Donalds, todo sirve para singularizar una historia, para cincelarla en “atractividad”, las técnicas dramatúrgicas, las técnicas ópticas y las técnicas de sonido son arduas, requieren ante todo de un equipo que ampare un equilibrio en aguas donde flotar es un milagro. La tecnología cercana es un señuelo hipnótico que por lo general ha generado más cacatúas que tarkovskis. Sigo apelando, a pesar del HD al que: cuando lleguen las musas que me encuentren laburando. Hoy los que hacemos cine corremos con una tremenda desventaja y esa no tiene que ver con los FX, dice Susan Sontag que la fotografía ha sido profanada, nosotros la seguimos profanando en cada click y algo más espantoso, la mirada del espectador ha quedado anestesiada de cualquier tipo de asombro, nuestro público ha de ser todo pero menos inocente, nuestro laburo es cargar el pico y la pala para desenterrar aquello arcano que alguna vez lo conmovió, más allá de la canchereada falluta del 3D.

-¿Es posible hablar de un cine marplatense sin un público que acompañe estas propuestas? ¿Hay público?
El público es el destino, uno tiene que saber en cada fotograma a qué público va dirigida nuestra obra, esto lo aprendí de Kartún y es ley musulmana; confeccionar un espectador, hasta sentarlo en una fila específica, la película deberá atraparlo, retenerlo, nuestros artilugios lucharán contra esas ganas del tipo de levantarse e irse a la mierda a los diez minutos de película, pero para retenerlo todo vale, allí no hay milico, ni fórmula única, la ética, la moral y la estética son polisémicas en este punto y se tienen que poner en función de la historia y su logro: no aburrir, generar emoción estética (para Aristóteles). ¿Hay público marplatense para el cine comercial? Sí. Hay público marplatense para el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata? Sí. ¿Hay público para las producciones de autores marplatenses? Poco, parvo. Volvemos a las surtidas y fugaces formas de Don Proteo si buscamos un por qué; ausencia de gestión cultural a nivel municipal, provincial o nacional para generar estrategias y espacios con la difusión pedagógica necesaria y alternativa, hacer público no es una tarea fácil y tiene poco impacto político, hay que luchar con mitos ordenadores de grandes poderes mediáticos, no se ha consolidado un espacio arquitectónico que genere la confianza para tramitar rutina y calidad, el autor marplatense de cine a diferencia del autor de teatro, en su mayoría no vive ni de sus obras, ni de sus clases, muy pocos logran sobrevivir gracias a la publicidad (párrafo aparte lo paupérrima en cuanto a inversión). La producción local de cine carece por ineficacia superestructural al decir marxista de objetivar público para su cine, la coyuntura de esta realidad no será fácil de torcer. Pienso utópicamente en un período de deconstrucción, donde podamos cada uno en su rol social, diseccionar a la bestia, comprenderla y conspirar, apelar a cada una de las grietas y de las contradicciones, reclamar y denunciar en acto, pero también pienso en un arte irresponsable, desarropado de la comodidad del fatal discurso del poder. Sonido, iluminación escenografía, actores, hacer cine es un deporte colectivo; la frontera entre lo amateur y lo profesional es difusa por las pampas marplatucas, peor aún dudosa. Hacer cine es tan loco y conmociona como el amor a los criterios de realidad, para aquellos que estamos alejados del desapego eficaz de la industria hacer cine es una epopeya en comunidad, un acto de fe elefantiásico que desayuna alfileres todas las mañanas.

-En lo personal, cuando ve un film local, ¿busca algo con cierto nivel de profesionalismo o prefiere profundizar en el terreno de las ideas cinematográficas, aún a costa de cierto amateurismo?
Lo mismo que espero de todas. Como autor y a modo de epílogo debo confesar sin sonrojos que me chupa un “guevo” el “pinta tu aldea”, desde el encuadre me resulta tan singular Mar del Plata como Katmandú o Vivoratá, el día que muera Clint Eastwood lloraré mucho más que todo lo que no he llorado por la muerte de todos los intendentes de la ciudad “moridos y por morir”; nacido y criado en esta utilería de ciudad feliz, escondedora, brutal, es más vivo en el lado oscuro de la ciudad, donde el orgullo es maquillaje vencido; no es un aroma es un olor a Mar del Plata, el que tratamos de profesar con Mal de Ojo Producciones.

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