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Gualicho


Muy Buena


La magia del teatro, el teatro de la magia

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

gualichoDesde su comienzo, Gualicho va dinamitando puentes, renovando el pacto con su público y preguntándose permanentemente sobre la composición de la materia teatral en combinación con ese universo inestable y desestabilizador que puede ser la magia. Lo hace con un relato que arranca con dos personajes llevando un espectáculo centrado en lo musical, hasta que súbitamente esa estructura se sacude hasta derrumbarse, para reconstruirse desde otros cimientos con la aparición de un mago, de un tentador, de un descorazonado, de un ser cuasi repulsivo que buscará seducir a los espectadores con sus artes, para llevarlos por el mismo camino que él ya transita.

No deja de ser llamativo cómo Emanuel Zaldua, desde la dramaturgia y dirección, construye un texto donde toda la puesta en escena gira alrededor de su personaje protagónico, pero en función de problematizarlo permanentemente, aunque esa deconstrucción no quita fascinación por el ser retorcido al que se contempla. En sí, Gualicho va transitando los típicos pasajes de los espectáculos de magia, pero lo va haciendo mientras ajusta las tuercas para dejar en evidencia el artificio que lo constituye y la imprescindible necesidad de un otro que se preste al juego.

Un juego indudablemente siniestro, pero juego al fin. Gualicho va revelando las diversas superficies oscuras de lo lúdico, con plena consciencia de cómo ese concepto es una parte esencial tanto de lo teatral como de lo mágico, y de cómo esas dos artes son capaces de entrelazarse a partir de reglas que están para cumplirse pero también para romperse. El vehículo para esa sucesión de revelaciones y reflexiones es ese tentador que rompe con todo lo predispuesto al inicio para arrastrar a la puesta en escena a lo que él quiere contar, o mostrar, u ocultar. A la audiencia no le quedará otra que convertirse en parte del texto teatral, de la magia que allí se dispone, dejándose llevar por un entramado de adivinanzas, artificialidades y engaños que no dejan de tener, a la vez, una suma de verdades.

Esas verdades no sólo componen al protagonista, sino también –obviamente- al público. Como pocas obras, Gualicho convierte al espectador en un actor de reparto que hasta en ciertos pasajes llega a tener el mismo peso que su incómodo protagonista. Lo que nos dice finalmente Zaldua desde su atrapante performance (dan ganas de preguntarle cómo es que logra que su cuerpo llegue a poseer características maleables y plásticas, casi deformes) es que podemos ser –o ya lo somos, o queremos serlo, aunque lo neguemos- como ese tentador: tenebrosos, patéticos, insólitos, presentes, pasados, indescifrables según el momento. Siempre, en el fondo, desesperados.


Dramaturgia: Emanuel Zaldua Actúan: Wadalupe García Dupuy, Emanuel Zaldua Músico: Horacio Pallarés Vestuario: Dino Balanzino Diseño: Marzo Denegri Arte: Dino Balanzino Producción general: Emanuel Azar Coreografía: Alfonso Barón Prensa: Octavia Comunicación Dirección: Emanuel Zaldua Duración: 50 minutos Sala: La Casona Iluminada (Av. Corrientes 1979 – CABA) – Viernes a las 23.

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