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Juan José Campanella en la pantalla chica (II): Entre caníbales

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

entre_canibalesA diferencia de Halt and catch fire (reseñada acá), la participación de Juan José Campanella en Entre caníbales es mucho más fuerte: no sólo dirige el piloto, sentando las bases estéticas y narrativas, sino que también es productor general y co-autor de la idea central de la serie diaria argentina. Y quizás ahí esté el problema de fondo, lo que hace que sea una creación fallida y sensiblemente menor al show estadounidense.

Dejando un poco de lado las elucubraciones acerca de por qué fue –o más bien es- un fracaso de público son las ambiciones de Entre caníbales –y las de Campanella-, que podrían ser perfectamente pertinentes y lógicas, las que la terminan condenando. Es que esta historia de venganza, focalizada en una mujer (Natalia Oreiro) que quiere ejercer su propia justicia luego de haber sido violada y que se infiltra en todo un universo donde la política aparece en su versión más oscura, quiere ser mucho más que eso: es también un relato que busca ser un retrato realista del mundo de la política argentina justo en pleno año electoral, con claras referencias al presente del país; una reflexión sobre la violencia de género y la condición femenina; y un análisis sobre las formas de justicia, las burocracias y el peso de la fe; entre otras cuestiones. Eso de por sí no está mal, pero Campanella y todo su equipo están tan preocupados por los temas y mensajes, que se olvidan de los personajes y los conflictos que realmente los construyen. Error fatal.

Es que en verdad, Entre caníbales es –o debería ser- una telenovela, con todo lo que eso implica. Aunque claro, Campanella pretende demostrar que puede filmar ese formato diario con la calidad de un producto semanal, y en parte lo logra, porque indudablemente hay un trabajo desde la puesta en escena y el montaje sustancialmente superior al de ejemplos recientes en el ámbito local, además de actuaciones sólidas –especialmente de Joaquín Furriel, quien lleva su papel de antagonista principal con total naturalidad-. Sin embargo, sus logros se quedan ahí, en lo formal, porque el cineasta quiere hacer algo mejor desde la subestimación del género –y por ende, al público que lo consume-, con lo que no es extraño que no termine pesando como debería la historia de amor entre los personajes de Oreiro y Benjamín Vicuña. Si nos ponemos a pensar en el lenguaje telenovelesco, las idas y vueltas amorosas son fundamentales, son el soporte esencial para todos los demás dilemas, dificultades y tópicos que se pueden ir entrecruzando en las diversas tramas y subtramas. Las telenovelas más exitosas de los últimos tiempos –incluso las más retorcidas, como Resistiré, o las más sociales, como Vidas robadas-, con sus virtudes y defectos, siempre tuvieron esto bien claro. Con esa debilidad capital que va llevando como ancla, no es de extrañar que Entre caníbales no atrape y hasta termine cayendo en la intrascendencia.

A Campanella ya le había pasado esto con su más reciente film, Metegol: allí quería demostrar que podía filmar una película animada a todo trapo y estar a la altura de los grandes referentes mundiales, como Pixar. Y le salía mal, porque subestimaba al género animado –sin darse cuenta que para filmar películas de ese tipo no sólo se necesita plata, sino también creatividad-, al deportivo –sin intentar construir suspenso e identificación con los personajes-, y a la audiencia infantil y familiar –a la que le bajaba valores que atrasaban unas cuantas décadas-. Entre caníbales está construida con la misma prepotencia, como si Campanella quisiera tirarle encima su ego al espectador en cada plano, remarcando en cada diálogo lo turbio de los acontecimientos que se van sucediendo. Lo que escasea, entre tantos aires de auto-importancia, es verdadero amor por las tradiciones genéricas de la telenovela.

Entre caníbales se emite de lunes a jueves, a las 23:30, por Telefé.

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