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El hobbit oscuro: ¿En qué quedó la lucha contra los monopolios?

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

rapidos_y_furiosos_sieteSe podría decir que es una historia vieja, sino fuera porque es una historia que se viene repitiendo de diversas formas y va a continuar repitiéndose: el último fin de semana, Rápidos y furiosos 7 se estrenó en 450 salas argentinas, lo que marcó un nuevo récord, y en apenas tres días superó el millón de espectadores, lo cual también es récord. Se podrán enumerar varios factores: un público cautivo que ya es realmente muy amplio, buenas reseñas por parte de los críticos –este sitio fue el único medio que publicó una crítica negativa- e incluso la consolidación de una tendencia mundial, ya que la película cosechó marcas históricas en varias partes del globo, no sólo los Estados Unidos. Pero lo cierto es que también el film pudo lograrlo gracias a la enorme cantidad de cines que ocupaba (cerca de un 50% del total de pantallas), lo cual limitaba las opciones restantes y potenciaba su de por sí enorme capacidad para llegar a las audiencias. Fue todo muy previsible e inevitable.

Pero lo problemático en serio es que todo esto se da en el medio de un contexto particular, con un Estado Nacional que desde diversas esferas ha bajado línea respecto a la lucha contra los monopolios, la diversidad, la heterogeneidad y la pluralidad de voces. Lo viene haciendo desde hace más de una década, especialmente dentro del ámbito cultural y el INCAA ha sido una de las instituciones que ha servido como punta de lanza para ese discurso. Se pueden rastrear numerosos discursos donde, por ejemplo, la anterior presidenta del organismo, Liliana Mazzure, y la actual, Lucrecia Cardoso, han hecho referencias a los conceptos antes enumerados. No está mal que desde el Estado Nacional se promueva esa visión, que también es una misión. Todo lo contrario, está muy bien, pero necesita pasar del mero discurso a la acción.

Por eso no deja de ser llamativo que justo cuando está terminando un proceso político, el saldo sea que las majors no sólo mantengan, sino que expandan y consoliden su dominio absoluto en el mercado cinematográfico nacional, y que lo único que se haga es celebrar la concurrencia total, sin pensar y analizar cómo está compuesta y repartida esa concurrencia. Sólo basta con analizar el top ten, para darnos cuenta que el film nacional más taquillero, Tuya, no llegó a los 25 mil espectadores –es decir, su cosecha fue multiplicada por 40 por Rápidos y furiosos 7-, a pesar de ser una adaptación de una novela de Claudia Piñeiro protagonizada por Jorge Marrale y Andrea Pietra.

Como decíamos al principio de esta nota, no es nuevo esto: el INCAA celebró el récord de 8 millones de espectadores que asistieron a películas argentinas, llamativamente sin tomar en nunca que más del 40% de esas entradas vendidas corresponde a una sola película, que es Relatos salvajes. Si miramos hacia atrás, se verá que este patrón se repite casi todos los años, trascendiendo décadas: si en los noventa se producían alrededor de 50 películas por año y la mayor parte de la recaudación estaba concentrada en dos o tres films, ahora tenemos el triple de producción –lo cual en principio es excelente- pero la cosecha de público está lejos, muy lejos de haberse triplicado, y la enorme mayoría de los tickets quedan en manos de a lo sumo cuatro o cinco películas. Es decir, el mercado en general se sigue concentrando y lo mismo se puede decir cuando hacemos foco sólo en el cine nacional. En el medio, cabe preguntarse, por ejemplo, qué sucedió con la iniciativa del INCAA para ponerle un límite a la cantidad de copias de cada estreno, poniendo un impuesto a los lanzamientos con más de 80 pantallas. ¿Se implementó? ¿De qué manera? ¿Cuáles fueron los resultados? ¿Se tomaron otro tipo de medidas? ¿Qué se está pensando a futuro respecto a este tema?

Algunos dirán que pareciera que en FANCINEMA siempre tenemos que ser los contreras, los aguafiestas, los que ven el vaso medio vacío. La respuesta es sí y no. Sí, porque se supone que ese es uno de los deberes primordiales de la crítica de cine: señalar los errores, poner la valla más arriba, marcar horizontes más lejanos, no conformarse nunca, hasta enojar a los funcionarios políticos responsables, porque no estamos para aplaudir y mimar egos, sino para pedir que se hagan las cosas cada vez mejor. No, porque no se trata de criticar por criticar, de colocarse en la pose de rebelde way, sino poner el dedo en la llaga con cuestiones que nos inquietan y nos duelen. Se necesitan menos monopolios y más diversidad, más –y mejores- objetivos de corto, mediano y largo plazo, y menos conformismo.

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