Por Rodrigo Seijas
Asistir y cubrir el Festival de Cine de Mar del Plata se ha convertido en un evento en el cual uno ya tiene naturalizado tanto lo bueno como lo malo. A veces la alegría o satisfacción crece un poco más, y lo mismo con el enojo o la indignación, pero ya todo es tan usual, tan predecible, que es muy difícil sorprenderse.
Por eso no sorprende que el Festival siga siendo un vehículo ideal para apreciar la real concepción que tiene el Gobierno nacional sobre el pluralismo, la diversidad de opiniones, la lucha contra los monopolios y las necesidades culturales de distintas zonas del país. Tres eventos bastaron para darse cuenta de manera inequívoca. El primero fue la cuarta edición del Encuentro Nacional de Comunicación Audiovisual (ECA) -realizado entre el 28 y el 29 de noviembre-, convertido en una reunión de la militancia kirchnerista, con una multitud de jóvenes de Nuevo Encuentro, Unidos y Organizados o Kolina copando el Auditórium, o un listado de expositores -Jorge Capitanich, Teresa Parodi, Martín Sabbatella, Lucrecia Cardoso- que mostraron que el único interés y objetivo era autoaplaudirse por los supuestos logros -no sea cosa que aparezca alguien para objetar algo-, usando para eso fondos del Estado. El segundo fue el anuncio por parte de la Secretaría de Coordinación Estratégica, encabezada por Ricardo Forster, del ciclo Imágenes políticas: cine y pensamiento argentino, que se realizará durante el 2015 en los Espacios INCAA… justo en una ciudad que no tiene un Espacio INCAA (¿hace falta agregar algo más sobre Forster y su equipo?). El tercero fue la entrega, por parte de la diputada nacional Liliana Mazure -nada menos que la anterior presidente del INCAA-, de una medalla de reconocimiento a Florencio Aldrey Iglesias por “su incondicional apoyo” al Festival de Mar del Plata: para los que no saben quién es el tal Aldrey -o se hacen los tontos-, les recordamos (con todo amor y cariño) que es dueño de un emporio inmobiliario y mediático en Mar del Plata que está en clara violación de la Ley de Medios y cuyo supuesto plan de adecuación es tan disparatado como el del Grupo Vila…o Clarín.
Tampoco sorprende que el Festival siga mirando hacia Buenos Aires, sin real ánimo por buscar una identidad que combine lo federal con lo específicamente marplatense. Y ahí tenemos el descuento que se ofrece en pasajes de micro, pero sólo para el trayecto entre Buenos Aires y Mar del Plata. Luego se agregó un beneficio para Rosario, pero dio la sensación de que ciertos territorios del país, como Córdoba, Mendoza, Jujuy, Misiones o General Roca -y de los cuales viajar a Mar del Plata cuesta mucho más que desde Buenos Aires- no terminan de importar. Tampoco hubo beneficios para localidades bonaerenses, como Bahía Blanca, Tandil o La Plata. Toda esta cadena de omisiones hace eco con el poco peso del Gobierno local, sólo interesado en el impacto turístico -y por ende económico- del evento. ¿Para cuándo un programador marplatense? ¿No debería manejarse toda la comunicación y la relación con la prensa desde Mar del Plata? ¿No puede haber actividades paralelas destinadas específicamente a fomentar el cine marplatense? ¿Hay que resignarse a que todo sea dictado por la mirada porteña?
Otro aspecto que no sorprende son las limitaciones y alcances de la programación: difícil cruzarse con algo horrible o indignante, pero también con algún descubrimiento, y eso que hubo 400 películas, toda una exageración para un festival que dura ocho días (el BAFICI tiene una cantidad similar, pero a lo largo de doce días). Hubo retrospectivas que se pisaron, como las de Daniel Tinayre y Christensen en Brasil, y otras que estuvieron de más, como las de Sandro y la Generación VHS. También un par de hallazgos -vale destacarlos-, como la revisión de Aleksei German o el foco en Jaime Humberto Hermosillo.
A veces, es cierto, hay que dejar sorprenderse. Y entonces aparece el spot oficial de esta edición, realizado por Esteban Sapir. Por primera vez en muchos años el Festival tiene un spot previo a las proyecciones del cual sentirse orgulloso: allí se nota a un cineasta que piensa al cine desde la relación entre tiempo y memoria, o al paisaje urbano -más allá de lo turístico- de la ciudad en que se realiza el evento. Es un spot claramente cinematográfico, que crece cuando se lo ve en la gran pantalla.
Y claro, están las películas: en mi caso, me quedo principalmente con lo que me dio el cine argentino. No hubo nada que me sacudiera las estanterías, pero films como Pistas para volver a casa, Yo sé lo que envenena y Salud rural me sorprendieron en sus respectivas apuestas. En cuanto a Frederick Wiseman, me sorprende que no me sorprenda: en National Gallery demuestra que es un cineasta que pareciera no cambiar nunca y a la vez es siempre original.
El Festival de Mar del Plata ya está instalado. Ha sobrevivido a muchas cosas, incluso a sí mismo. ¿Cuándo nos sorprenderá (gratamente de ser posible)? ¿O está condenado a ser previsible? Cuando busque hacerlo, esperemos estar también nosotros dispuestos a sorprendernos.
Top five: 1-National Gallery; 2-A hard day; 3-Salud rural; 4-Yo sé lo que envenena; 5-The overnighters.